Camilo García Giraldo | Arte/cultura / REFLEXIONES
Borges, en su relato Deutsches réquiem, sostiene por boca del personaje central del relato, el oficial nazi y jefe del campo de concentración de Tarnoitz, Otto Dietrich zur Linde, que la raíz interna y oculta del nazismo y su decisión de exterminar en masa a los judíos en las cámaras de gas hay que buscarla en ese episodio lejano de la historia de la traducción de la Biblia del hebreo, arameo y griego antiguo que hizo Lutero, con la colaboración de toros teólogos, al idioma alemán entre 1521 y 1534. En efecto, la hacer esto Lutero puso a disposición directa de todos los alemanes, por lo menos de los que sabían leer, el texto que los judíos, y sus herederos y descendientes cristianos, habían escrito muchos siglos atrás. Y al poder leerlo, los alemanes comenzaron a asimilar e integrar en sus espíritus con especial vigor, consistencia y profundidad el contenido de sus relatos, mensajes e ideas; es decir, a hacerlo suyo como parte integrante de sus vidas.
Sin embargo, al ocurrir esto los judíos lo que hicieron en realidad fue comenzar a envenenar, dañar y degradar el valor original que tenía el espíritu alemán. La lectura de la Biblia por los alemanes se convirtió en la fuente o el camino por el que el espíritu de los judíos se apoderó del espíritu original de los alemanes hasta el punto que se volvieron ajenos a sí mismos, se enajenaron. Es decir, se hicieron, desde ese instante, los más profundos portadores en Europa de los mensajes judíos que la Biblia les transmitía. El espíritu esencial de los judíos pareció así encarnarse en ellos para asegurar su triunfo definitivo en Alemania. La «astucia de la razón» que Hegel descubrió en la marcha de la historia adquirió aquí una prueba de su tozuda validez: el dominio espiritual del pueblo judío en Occidente solo se podría consumar al precio de sacrificar la presencia visible de ese dominio y asegurar que otro pueblo asumiera para sí los elementos de su espiritualidad.
El primero en oponerse crítica y radicalmente a esta apropiación religiosa judía del espíritu de los alemanes fue el filósofo Arthur Schopenhauer a comienzos del siglo XIX al demostrar «con rigurosos razonamientos» que el mensaje-idea central que lo conforma, de que Dios les prometió salvarlos de sus muertes naturales y darles una vida eterna feliz a su lado, carece de todo valor en tanto niega o contradice la realidad de esa vida. Pues lo único real es que la existencia de cada ser humano es el puro sufrimiento, tal como lo mostró y enseñó con razón Buda, que solo termina cuando muere, cuando deja de ser y existir; muerte que constituye el fin o término irrebasable de su vida. De ahí que más allá de la muerte de cada ser humano no existe nada, como no existió en esencia nada durante su vida al estar atrapada por el sufrimiento.

Al criticar de este modo este mensaje central de los judíos, Schopenhauer abrió, entonces, el camino filosófico e intelectual para comenzar a sacar o desterrar el espíritu religioso-cultural carente de valor de los judíos del espíritu de los alemanes que habían hecho suyo desde los tiempos de Lutero como si fuera un espíritu consustancial a su existencia como pueblo.
Sin embargo, este oficial nazi pensó que este razonamiento o pensamiento crítico no fue suficiente para desterrarlo definitivamente del suelo alemán. Pues si bien fue aceptado por algunos miembros cultos y preparados de la sociedad, la mayoría siguió aceptando los relatos y mensajes de la Biblia como válidos o verdaderos. De ahí que, para él, como para todos los nazis, se convirtió en un deber fundamental la tarea de culminar y completar esta crítica intelectual del contenido del espíritu religioso judío, desterrando, o mejor, enterrando en las cámaras de gas hasta sus muertes a todos los judíos que vivían en esos años en el país y en otros países de Europa para que desaparecieran quienes daban vida, renovaban y sostenían esos mensajes religiosos bíblicos que sus antepasados habían forjado y escrito.
Por eso al matarlos en masa, los nazis creyeron que cumplían con el deber supremo de suprimir de la realidad a quienes con su presencia viva en el país y en Europa habían alimentado, alimentaban y renovaban el espíritu religioso contenido en los textos de la Biblia, e impedir así que siguiera penetrando y apoderándose del espíritu de los alemanes. Seres humanos cuyas vidas carecían de valor porque precisamente eran los portadores de este espíritu religioso carente de todo valor. Por eso sacrificarlos en las cámaras de gas, someterlos a este holocausto, era para ellos el mejor modo no solo de confirmar esta falta completa de valor que tenían como seres humanos sino también la manera necesaria e inevitable que permitiera por fin al pueblo alemán, después de casi cinco siglos, tener la valiosa y feliz posibilidad de encontrar de nuevo su verdadero y valioso espíritu original que habían perdido.
Por eso los nazis a través de este oficial Otto Dietrich zur Linde se comprendieron a sí mismos como aquellos que tuvieron la oportunidad histórica, gracias a los enormes medios de poder que dispusieron, de cumplir este deber supremo y sagrado que se habían dado y en el que creían ciega e irracionalmente. Se vieron a sí mismos como los que tenían, después de tanto tiempo, la obligación de realizar este deber fundamental para ofrecer a todos los alemanes, a todos sus compatriotas, la gran posibilidad de regresar a sus orígenes espirituales auténticos, y así volver en encontrar el gran valor de sus vidas.
Es posible que esta manera que Borges le atribuye a este oficial nazi de razonar, explicar y, sobre todo, justificar el gran crimen que cometieron contra los judíos sea un hecho puramente ficticio. Pero es suficientemente lógica y verosímil como para que nosotros los lectores creamos que fue real, para que pensamos que es posible que, en efecto, algunos nazis pudieron razonar así para explicar y justificar este acto supremo de barbarie, para justificar para sí mismos lo que en realidad es objetiva y completamente injustificable. Posibilidad que es razón suficiente para darle y asegurarle a este texto de Borges no solo un especial valor literario sino también filosófico al contribuir a «comprender» y explicar el nazismo como un fenómeno esencialmente «incomprensible», es decir, totalmente inaceptable e injustificable para casi todo el conjunto de la humanidad.
Imagen principal, Jorge Luis Borges, tomada de Mainstream.
Camilo García Giraldo

Estudió Filosofía en la Universidad Nacional de Bogotá en Colombia. Fue profesor universitario en varias universidades de Bogotá. En Suecia ha trabajado en varios proyectos de investigación sobre cultura latinoamericana en la Universidad de Estocolmo. Además ha sido profesor de Literatura y Español en la Universidad Popular. Ha sido asesor del Instituto Sueco de Cooperación Internacional (SIDA) en asuntos colombianos. Es colaborador habitual de varias revistas culturales y académicas colombianas y españolas, y de las páginas culturales de varios periódicos colombianos. Ha escrito 9 libros de ensayos y reflexiones sobre temas filosóficos y culturales y sobre ética y religión. Es miembro de la Asociación de Escritores Suecos.
Correo: camilobok@hotmail.com
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