Desaparecidos: «Los que siempre estarán en ninguna parte» [*] «No están ausentes, están desaparecidos. Y eso es lo peor…»

Pedro Samayoa Arenales | Política y sociedad / LA CUEVA DEL CADEJO

La Convención Interamericana sobre Desaparición Forzada de Personas, firmada en 1994, lo considera como un delito de lesa humanidad imprescriptible y lo define del siguiente modo:

Se considera desaparición forzada la privación de la libertad a una o más personas, cualquiera que fuere su forma, cometida por agentes del Estado o por personas o grupos de personas que actúen con la autorización, el apoyo o la aquiescencia del Estado, seguida de la falta de información o de la negativa a reconocer dicha privación de libertad o de informar sobre el paradero de la persona, con lo cual se impide el ejercicio de los recursos legales y de las garantías procesales pertinentes.

Guatemala, Alemania, Sudáfrica, Argentina, Uruguay, Brasil, Colombia, El Salvador, Nicaragua, México, Siria, Bangladesh, Laos, Bosnia y Herzegovina, España, Chile, Perú,… ¿qué tienen en común, aparte de los paisajes?

La coyuntura eterna del país sumada al Día Internacional de las Víctimas de Desapariciones Forzadas, que se conmemora cada 30 de agosto, mantiene vigente el tema. Aun cuando en 1995 se firmaron los Acuerdos de Paz entre el Gobierno y la dirigencia guerrillera (lo mismo que decir entre los que menos importaban), dejando fuera el imprescindible proceso de reconciliación, uno de cuyos mecanismos era la indispensable trilogía de reconocimiento, perdón y reparación.

Después de casi medio siglo de conflicto armado interno, la contabilidad de los muertos y desaparecidos alcanza fácilmente las 200 000 personas (de las cuales se calcula que por lo menos 50 000 están desaparecidas), ha habido algunos reencuentros, hermosos, inolvidables y algunas condenas por violaciones a los derechos de la humanidad, por supuesto deslegitimadas por descendientes físicos e intelectuales del odio. Algo de justicia: precedentes para prevenir el olvido.

Del otro lado también algunas, hasta ahora fallidas, propuestas de ley para indultar a los militares y esbirros del terror. Sin embargo, las historias siguen ausentes en la mayoría de las aulas escolares y universitarias: estrategias para fortalecer el olvido.
Respondiendo a la pregunta inicial: todos han sido evidenciados como los países con mayor número de desapariciones forzadas. La práctica de represión y terror másica deleznable. Estos son países en donde la práctica se ha visibilizado en toda su crudeza, y aunque hay otras formas de desaparición, esta es sin menor duda la más inhumana.

¡Soy la vida, la Manzana-Rosa del Ave del Paraíso; soy la mentira de todas las cosas reales, la realidad de todas las ficciones!
Miguel Ángel Asturias, El señor presidente


Un rabino preguntó cierta vez a sus discípulos:
– ¿Cómo puedes saber si la noche ha terminado?
– Podría ser –preguntó uno–, ¿cuándo podemos distinguir un perro de una gallina?
–No, respondió el maestro.
– ¿Es cuando podemos distinguir a lo lejos entre un árbol y una higuera? –preguntó otro.
– No – respondió de nuevo el maestro.
– Entonces cuál es la respuesta, dijeron los discípulos (siempre con esa tendencia tan nuestra a darnos por vencidos sin pensar).
– Es cuando podamos darnos cuenta de que todo hombre y mujer en este mundo son nuestros hermanos y hermanas…

(Anthony De Mello, Cuento jasídico)

Aquí entre nosotros los desaparecidos siguen presentes porque fueron tantos que aún no han desaparecido, porque no tienen a donde ir. Aún no quieren irse, no pueden.

Aparecen en los sueños de los torturadores y sus compinches, de abajo y de arriba. Dan vueltas en sentido contrario a las agujas del reloj en la plaza central a eso de las 2:30 de la mañana. Si uno para la oreja pueden oírse sus pasos lentos y arrastrados, como temerosos de despertarnos. También entran y salen de las oficinas públicas, buscando identidades perdidas. Algunos no saben aún que pasó, así de repentina fue su partida. Otros lloran porque todavía no se han dado cuenta que todo terminó para ellos y andan perdidos entre este mundo y el otro; el tiempo es un parámetro exclusivo de este plano.

Seguirán caminando en círculos sin poder entrar al Inframundo [1], mientras no sean honrados con el recuerdo y el resarcimiento de la memoria, con entierros dignos y con las lágrimas retenidas y permanentes de aquellos que dejaron de este lado.

Reconciliación

Ramiro tenía once años cuando una camioneta blanca se detuvo frente a su casa en un barrio marginal de la capital a las tres de la mañana. Lo despertaron los gritos.

Hombres sin rostro armados de alaridos, palabrotas y otras armas, destrozaron los pocos muebles de las dos habitaciones: una donde dormía con sus dos hermanos pequeños y la otra, la de sus padres, que también era comedor, cocina y sala de visitas.

Al final quedaron él y sus hermanos.

Ahora, con cuarenta años encima, lo recuerda frente al juez que dicta la sentencia. De los acusados: uno en ausencia, otro muerto, y el último, de poco más de setenta años, quien nunca, durante el juicio que duró 4 meses, le honró viéndolo a los ojos. Tampoco pidió perdón ni hubo reparación. Siempre cumplían órdenes superiores.

Es insoportable mirar por esa puerta y vislumbrar
a todas las personas que pudiste haber sido y saber que,
de todas ellas, esta es la persona en la que te convertiste.
John Smith/Phillip K. Dick, El hombre en el castillo

Ayuda-memoria
• El sitio Memoria Virtual Guatemala
Los que siempre estarán en ninguna parte de Carlos Figueroa Ibarra
• La película chilena Masacre en el estadio en donde narran el final de la vida del cantante Víctor Jarra.
• El cuento de Mario Benedetti, «El diecinueve», del libro El buzón del tiempo.
6 lecturas para entender la desaparición forzada en Guatemala
Desaparecidos
Hasta la raíz


[*] Carlos Figueroa Ibarra, Guatemala, 1999.

[1] Inframundo: prácticamente todos los pueblos originarios tienen en su mitología una versión del Inframundo. En el libro sagrado k’iche’, el Popol Wuj, el inframundo es llamado Xibalbá: un mundo subterráneo, oscuro y tenebroso a donde tienen que ir las personas que fallecen como un paso necesario para su retorno, su renacimiento.

Fotografía principal por Luis López Martí.

Pedro Samayoa Arenales

Psicólogo clínico de cartón, psicopedagogo de vocación, medio escritor, medio fotógrafo, medio montañista, medio musicólogo, viajero virtual, conferencista ocasional, lector, «musicofílico», melómano y buscador permanente.

La cueva del Cadejo

Correo: rudkip@gmail.com

2 Commentarios

Galatea 03/09/2020

Uno de los primeros libros que leí (desde la clandestinidad de un aula en un colegio ultracatólico)fue sobre el tema de desapariciones. En esa época los carteles ajustaban cuentas con las personas como moneda, entraron los grupos paramilitares, de los más violentos de la historia y avalados por el gobierno del hombre de los caballos. Los militares obedecieron órdenes y una toma guerrillera se convirtió en la excusa para desaparecer desde magistrados hasta la señora de la cafetería. Entraron otros grupos al margen y «a espaldas» de la «ley» y desaparecieron a los diputados. Y en el proceso de Paz, la restitución de tierras era el conjuro para que poderosos desaparecieran a los reclamantes. Entro la pandemia y los líderes comunitarios encerrados para protegerse del invisible, desaparecieron en manos de los enemigos visibles, hace un par de semanas desaparecieron jóvenes recién graduados; es la forma de asustar el progreso y alejarlos del campo, de sus raíces. Cuando leí el libro clandestino, pensé en mi inocencia: «uff! que bueno que sucedió hace años.» Cerré la contratapa y lo guardé y lo leo sin leerlo cada vez que los medios permiten el minuto de informe sobre alguien que desapareció. Colombia es un triángulo de las Bermudas: todos saben que hay desapariciones pero «no se sabe» cómo ni quién las ejecuta. Gran escrito Pedro, como siempre en esa técnica modular que es tan rica de leer.

    Pedro Samayoa Arenales 03/09/2020

    Gracias Galatea como siempre por tus comentarios. Desgraciadamente todos nuestros países tienen mucho en común. Lástima que solo enfatizamos las oscuridades. Ojalá que encontramos el camino para fortalecerlos en lo mucho que nos une y no en lo poco que nos separa, parafraseando a Angelo Roncalli…

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