Del amor, los relatos infantiles y la tradición. Inocente relato para compartir con una persona carca

-Francisco Cabrera Romero / CASETA DE VIGÍA

Aun los hijos de personas carcas tienen oportunidad de aprender a pensar y decidir por sí mismos, en la medida que se expongan a mensajes diferentes de los que escuchan en casa.

¡Historia más rara! Aunque en la imaginación de un creyente todo tiene cabida, según ha sido comprobado innumerables veces. Razón por la cual procedo a contarla, advirtiendo que en verdad sucedió y en repetidas ocasiones, aunque la historia oficial la haya cambiado para entretener a los niños como a los adultos y mantenerlos a salvo de ideas nuevas.

Estaba la joven en medio de profundo sueño, en similar condición a la muerte. Inmóvil durante días y semanas, ante el desconsuelo de su pueblo y en especial de los líderes monárquicos y eclesiales que lloraban como si no conocieran la vergüenza.

En realidad, gran parte del pueblo era indiferente pues, como bien saben los que sufren de escasez material, hay otras penas que en verdad los atormentan mucho más que el sueño cuasimortal de la bella joven de palacio.

No obstante, ante la presencia de los mencionados líderes, todos simulaban estar profundamente afectados por la desgracia que se apoderaba de la prometedora vida de la heredera de la familia real.

El desesperado padre de la joven, al ver que ninguno de los remedios propuestos por los de galenos, ni las oraciones y sacrificios al dios verdadero podían hacer despertar a su princesa, se arrodilló ante las tradiciones más antiguas, que tanto había despreciado a lo largo de su vida, y atendió el consejo de una anciana tenida por bruja y por lo mismo confinada a vivir lejos de la gente, quien le aseguró que aquello no era otra cosa más que un embrujo. ¡Embrujo! Dijo el afligido padre ante los ojos tan abiertos de su amada esposa, mujer tradicional que apenas podía pronunciar la palabra «bru-ja» después que su excelencia, el obispo, la prohibiera hacía años.

Así que, ante el fracaso de los métodos aprobados por Roma y la medicina conocida, haciendo como que el obispo no se enteraría, se emitió el anuncio oficial que llamaba a aventurar entre el público joven de los círculos refinados de la sociedad, hasta encontrar a aquel apuesto con cuyo amor entregado en un beso, consiguiera despertar a la muchacha que dormía cual occisa.

Contrario a lo que su imaginación está sugiriendo, no fueron muchos los jóvenes que se apuntaron para hacer el intento de despertarla, pues en letras pequeñas el aviso decía que si el intrépido joven no tenía éxito sería desterrado. Pero si acaso provocaba la definitiva muerte de la susodicha, sería colgado en el acto.

Naturalmente que al imaginar que alguno de aquellos muchachos sería el elegido, los padres de la joven habían asumido, no sin frustración, que esta habría sostenido una relación amorosa sin su permiso. Lo que era muy extraño ya que se le cuidaba muy celosamente y no se le conocía más amistad que la de otra joven de familia acomodada y muy devota, que llegaba cada tarde a aprender modales y reglas para la vida adulta. Ese malestar pasaba a segundo término mientras no se consiguiera despertar a la niña.

Las noches se habían hecho largas de tanto rezo, tanta plegaria y ofrecimiento de sacrificios para lograr una respuesta del cielo, que por otra parte, no había dado más que lluvias y truenos que no hacían más que desconcertar a los afligidos padres y a algunos de sus más fieles y serviles funcionarios.

Vino por fin el primer osado. Un poco nervioso pero resuelto a colocar el beso que de manera mágica despertara a la chica. Vale reconocer que la madre, aun en medio de su aflicción, alcanzó a notar que era un muchacho de bello aspecto, al punto que incluso se sintió en pecado por el fugaz pensamiento que violó la pulcritud de su pensamiento, entregado por completo a la pena y la oración.

Dos veces lo intentó el joven. Se sintió derrotado desde el primer intento, el segundo fue solo por placer sabiendo que no tenía suerte. Luego las lágrimas de su madre que sabía que perdía a su hijo en el destierro y también las de la madre de la durmiente, que veía escapar un prospecto que, de haber tenido éxito, habría procreado una bella familia con su hija, ahora perdida en el limbo.

Dos semanas más y nadie que quisiera intentarlo. Hasta que un viajero venido de lejos juró que una vez encontró a una niña a la cual besó con amor y aseguraba que esa niña era aquella que yacía ante los ojos, ya sin dirección, de los agobiados padres. De modo que no habiendo nada que perder, se autorizó su intento. No hace falta decir que fue inútil y un poco morboso.

Uno más vino a continuación. Este, un hombre poco mayor para la joven, pero vecino de aquel pueblo y dispuesto a correr el riesgo. Tampoco funcionó.

Las esperanzas se apagaban. Nadie en la casa de gobierno sonreía, nadie hablaba del apuesto joven que vendría a salvarla según la mitología popular. Nadie creía que fuera posible. La madre, en medio de sus oraciones, encontró palabras para pedir a su esposo que ordenara la horca para la bruja que solo los había engañado. No fue la horca, primero fue lapidada y después prendida en fuego ante la mirada curiosa y sorprendida de la multitud que de algún modo agradecía el espectáculo en aquel lugar en el nunca pasaba nada.

Y cuando todo parecía inútil. Fue que la joven dio señales de vida. Despertó repentinamente ante los ojos anonadados de los que custodiaban el lecho. Un poco atontada por tan prolongado sueño, pero ansiosa por otro beso que pudiera gozar como el que la había devuelto desde donde se encontraba perdida.

Los guardias perdieron la voz cuando se les exigió que identificaran al varón que había traído tanta alegría despertando a la joven con el esperado beso, que por otro lado, confirmaba la veracidad de la teoría de la bruja, ahora reducida a cenizas.

No podían decir lo que habían visto. ¡¿Quién fue?! Reclamaban los presentes. Hasta que uno de estos, incapaz de decir palabra, señalando con el dedo apuntó a la amiga de la joven, que la frecuentaba tarde a tarde.

Tiempo después, el obispo encontró una explicación alojada en alguna página del Antiguo Testamento, con la que dejó claro que un espectro había poseído temporalmente a la amiga quien, habiendo perdido control de su voluntad, había creído que las mujeres podían besarse entre sí de esa manera, pero que en realidad las oraciones y rezos de la madre habían encontrado respuesta del cielo.

Y para prevenir futuros incidentes de similares características, era lo mejor, según se decía en otra parte del aquel libro que lo sabía todo, que las amigas se mantuvieran separadas para siempre.

Esto desde luego no pasó, porque las amantes encontraron la forma de verse y continuar con aquella bella relación que habían mantenido por varios años, a salvo de las interpretaciones conservadoras que solo impedían que el amor floreciera y circulara libremente entre las personas. ¡Siempre hay esperanza!


Imagen tomada de Scribo Editorial.

Francisco Cabrera Romero

Educador y consultor. Comprometido con la educación como práctica de la libertad, los derechos humanos y los procesos transformadores. Aprendiente constante de las ideas de Paulo Freire y de la educación crítica. Me entusiasman Nietszche y Marx. No por perfectos, sino por provocadores de ideas.

Caseta de vigía

0 Commentarios

Dejar un comentario