Edgar Rosales | Política y sociedad / DEMOCRACIA VERTEBRAL
“La democracia tiene demasiadas imperfecciones, pero siempre será mejor que cualquier otra forma de gobierno”. Este antiquísimo axioma, que iluminó durante mucho tiempo la ruta hacia los procesos democráticos iniciados en Latinoamérica en los 80, empieza a flaquear, y en la mente de muchos ciudadanos se tiende a acariciar su contrapunto: la vuelta de los gobiernos autoritarios; mejor si de corte militar.
Guatemala es uno de los países donde esa tendencia se marca con alarma. Un estudio reciente de Latinobarómetro concluye que en nuestro país se han deteriorado las bondades de la democracia, al grado de que casi uno de cada dos guatemaltecos (48.4 %) ha perdido la confianza en esta, sus instituciones y lo que representan.
Pero el estudio recoge algo mucho más grave: una proporción similar (49.4 %) ha llegado a la conclusión de que existen causas justificadas para que los militares vuelvan a hacerse cargo del Gobierno, obviamente por la vía del golpe de Estado. ¿Para qué, si la democracia de nada ha servido?, pareciera ser el mensaje.
Quienes así opinan, lamentablemente, se aferran a la idea peregrina, vacía e injustificada de que dando más poder a los militares es como se corrigen los problemas que padece la sociedad guatemalteca, de los cuales subrayan dos: delincuencia y corrupción.
Jamás el Ejército ha sido ni será la respuesta para ambos. Contrario a ciertas leyendas urbanas, durante los años de la guerra, la delincuencia común operaba con tanta o más holgura e impunidad que ahora, porque la atención de los gobiernos militares estaba concentrada en el combate al “enemigo”. Además, en el ideario castrense jamás hubo espacio para el combate de las causas determinantes de la criminalidad. Al contrario, gracias a ellos se acentuaron.
Y tampoco es cierto que durante esos regímenes se combatió la corrupción. Los grandes escándalos en la esfera pública fueron inaugurados durante el Gobierno del general Miguel Ydígoras, allá por 1960, cuando se destapó el caso en el que se involucraba a su ministro de Finanzas (de Hacienda y Crédito Público, en aquel entonces) en un soborno relacionado con una compra millonaria de corcholatas.
Y se ha olvidado el megarrobo de otro Gobierno militar, el del general Romeo Lucas García, señalado por un fraude de US$ 1 500 millones (de 1981) perpetrado por una compañía denominada Desarrollo de Autopistas y Carreteras de Guatemala, S. A. (DAG), a cuyo cargo estaría la construcción de 1 800 kilómetros de vías asfaltadas, de las cuales nunca se construyó ni un metro. El Gobierno siguiente, a cargo del también general Efraín Ríos Montt, se inhibió de presentar la denuncia penal correspondiente y el asunto quedó impune para siempre.
Otra parte importante del estudio es el que relaciona a la clase política actual con el fracaso de los ideales democráticos. Estamos a más o menos un año del próximo evento electoral, pero apenas 34.7 % tiene confianza en que las organizaciones políticas representen sus aspiraciones en las elecciones. Peor aún: solo 14.6 % confía en los partidos y apenas 5.9 % admite su afiliación hacia alguna organización partidaria.
Viendo las diversas variables contempladas en este reporte, se puede colegir que la democracia ha sido un fracaso rotundo en Guatemala. Ello, de ninguna manera significa admitir que la solución se encuentre en los cuarteles, ¡jamás! Y menos ahora que el Ejército de Guatemala “evolucionó” de instrumento de represión a herramienta del crimen organizado. ¡Vamos! ¡Hasta cooptador de maras ha resultado!
El problema mayúsculo para el país y su democracia es que no se vislumbran soluciones en el corto plazo, lo cual es lógico después del quebrón de cara que la población se llevó al elegir a Jimmy Morales, y luego, porque una nueva camada de políticos no se forma de la noche a la mañana y por ello es que las nuevas opciones no despiertan mayor entusiasmo. Lamentablemente se perdió el impulso del 2015, cuando algunos se creyeron la consignas placera: “Se metieron con la generación equivocada”, asumiendo que bastaba con levantar pancartas para “cambiar el sistema y “refundar el Estado”.
Infortunadamente, y esto tampoco es nuevo, la nuestra no es una sociedad politizada, aunque medio mundo opine de política en las redes sociales. Se ha perdido el concepto y vocación de trabajo político comprometido, al relegarlo por el cómodo activismo del tuit. ¿No lo cree? El estudio de Latinobarómetro que nos ocupa, revela que “menos del 10 % de los guatemaltecos participa en protestas regularmente y apenas el 16.2 % participó en las protestas contra la corrupción en 2015”.
Esto lo ha entendido la clase política y por ello su escaso interés en impulsar transformaciones de fondo en el sistema electoral (que no consiste únicamente en cambios a las leyes). Como transformaciones debe entenderse el rescate del verdadero germen de la política y el reencauzamiento de su espíritu solucionador de problemas de la sociedad. Nunca más una política alrededor de negocios con los recursos del Estado, en contraposición a cualquier otra prioridad.
La pérdida de confianza en la democracia no es cualquier minucia, porque si Guatemala emprendió un proceso democratizador en 1984 no fue para usufructo y beneficio de la clase política. Fue porque al pueblo se le negaba el ejercicio de sus libertades políticas; porque no se permitía la participación sino de cuatro partidos políticos, porque el país necesitaba encontrar opciones reales a la lucha armada. Pasar de nuestra actual democracia “altamente imperfecta” a una democracia ilegítima, produce gobiernos ilegítimos y sociedades quebrantadas.
La aspiración de ser gobernados nuevamente por las botas militares no solo resulta descabellada, sino escasamente factible a la luz de la geoestrategia actual, además de dañina para la vida social y hasta económica del país.
Pese a todo, no hay vuelta de hoja: los males de la democracia solo se pueden corregir con más democracia. Con todo y sus imperfecciones, la democracia sigue siendo la mejor forma de gobierno.
Imagen principal tomada de Guayoyo en letras.
Edgar Rosales

Periodista retirado y escritor más o menos activo. Con estudios en Economía y en Gestión Pública. Sobreviviente de la etapa fundacional del socialismo democrático en Guatemala, aficionado a la polémica, la música, el buen vino y la obra de Hesse. Respetuoso de la diversidad ideológica pero convencido de que se puede coincidir en dos temas: combate a la pobreza y marginación de la oligarquía.
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