De vidas y etiquetas

Carlos Juárez | Política y sociedad / CLANDESTINO Y ARTESANAL

Hace ratos que una conversación con amigas y amigos dejó de ser lo que era en los buenos tiempos. Hoy en día cada uno de nosotros lleva una carga enorme de emociones a su alrededor que afecta nuestra comunicación, incluso en los círculos de mayor confianza.

Qué fácil la teníamos en aquellos tiempos cuando el campo, el parque, la iglesia y la cantina del barrio eran sedes de los más exquisitos cónclaves que uno podía vivir. Los dos últimos lugares sobre todo.

En honor al acceso a la información, muchos terminaron de acólitos en la parroquia; otros de futbolistas; los más afortunados hicieron de la sede de bebidas espirituosas su domicilio permanente, todo –absolutamente– en beneficio de la comunicación.

Y es que era tan fácil, porque los datos intercambiados eran puros, nadie sabía nada de la vida de sus vecinos o amigos. Si querías estar informado, esos eran los lugares indicados.

La situación ha cambiado en la actualidad. Por lejos, esta es la época con la menor privacidad que existe, y lo es no solo por los espionajes, sino por nuestra obsesiva necesidad de vender nuestra imagen en plataformas virtuales.

Proyectamos esa imagen en espacios propios, razón por la cual sucede a menudo que preconcebimos una idea de las opiniones y posiciones de nuestros amigos en torno a temas particulares.

Si en las redes sociales los tenemos agregados, entonces creemos conocer su personalidad. Así, en nuestro círculo de amistades no falta el obsesionado con el deporte, el melancólico corta venas, la amante de los libros y el político que tiene respuestas para todo.

Todos aportan contenido a nuestro diario vivir. Sin embargo, la parte negativa es aquella que se da cuando, automáticamente, influenciados por las publicaciones de nuestras amistades, decidimos lo que queremos abordar o no con ellos en un diálogo.

Decidimos entonces que el político no puede sostener un diálogo futbolero, cuidado y le hablamos de famosos memes a la fanática de García Márquez, y sobre todo jamás intentar hablar del aborto con el seguidor del papa Francisco, es casi un suicidio.

Ese principalmente es el problema. Encasillar a las personas según el rastro digital que dejan. Nos perdemos así de la fascinante experiencia de descubrirlas en su forma más natural posible.

Grato es cuando no conoces ningún dato del interlocutor en una plática. Se encuentra uno a la deriva, generar simpatía se vuelve una aventura y cada tema que se aborda es un atrevimiento. Quien quita y a lo mejor deja de ser una simple conversación y se convierte en flirteo. ¡Una experiencia única!

Tampoco me malinterpreten, considero una herramienta buenísima las redes sociales, de hecho estas palabras es posible trasladarlas a ustedes también por ellas. Mi llamado es más a que las etiquetas que podemos ganarnos en el mundo digital no condicionen nuestra realidad, ojalá la libertad de expresión que nos dan las redes sociales no terminen separándonos en lugar de acercarnos a los demás.

Hagamos a un lado el contenido compartido por nuestros amigos, ese que nos desagrada y molesta. Al fin y al cabo, no todo lo que hay en la red debe agradarnos ni nosotros agradar a todos en la red.

Regresemos mejor al diálogo básico, recomiendo particularmente las tiendas y panaderías de barrio para el efecto, sin lugar a dudas son templos del quehacer comunitario.

Utilice sus redes sociales de la manera que desee, pero recuerde siempre, antes de los perfiles sociales están las personas, dese una oportunidad de conocerlas en vivo y atreverse a dialogar sin ideas preconcebidas, ese será el camino hacia la madurez digital.


Carlos Juárez

Estudiante de leyes, aprendiz de ciudadano, enamorado de Guatemala y los derechos humanos, fanático del diálogo que busca la memoria de un país con amnesia.

Clandestino y artesanal

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