De taxis y política por las calles de Guatemala

-Jorge Solares / PUERTAS ABIERTAS

Por etarias exigencias, he dado en desplazarme a menudo en taxi. Amarillo o blanco, no importa. Casi a cualquier hora. Ya afuera yo de la atmósfera profesional sistematizada, quiero ahora compartirle algo que proviene de una opinión popular libre, no condicionada, no sistematizada, acerca de la situación del país. Lo que dentro del vehículo, durante largos cuartos de hora de travesía, guatemaltecos corrientes pero no estultos piensan –según me cuentan– de alguien y de algo que creen que gobierna aquí y ahora.

Conductores prácticamente todos de edad mediana, ladinos de la capital o regiones circunvecinas. Me encuentro tanto con los de charla abierta, como con aquellos un poquito circunspectos pero que muy pronto se desinhiben, se desatan, se desahogan. Hasta hoy, con léxico educado prácticamente todos, excepto uno cuyo diccionario se apeó de lo «políticamente correcto» (como le dicen). Casi siempre el tema detonante de la plática es el horrible embotellamiento del tráfico vehicular, el que les toca sufrir cada día y casi a cualquier hora, desde la madrugada a la noche, hasta completar la tarifa diaria para el dueño del transporte. De dicho tema detonante se expulsa todo lo demás. Cada charla de estas me ha dado, afuera de censos y encuestas, una cátedra y fuente exuberante de comprensión de lo que un individuo de un sector de trashumantes de esta ciudad piensa. Diversas calles, diversas zonas, diversos días, diversas horas. A bordo del taxi, desde la primera jornada, todo se abre con un cortés intercambio de fórmula, a la chapina, y que se convierte muy muy pronto, espontáneamente, en todo un discurso contándome lo que esta gente común piensa, sin togas profesionales, de la política nacional del ahora, a lo largo de su diario y ajetreado trajinar. Los detalles urbanos que golpean la vista son miles, pero los tópicos que asaltan la charla casi que no pasan de dos: el infierno del tráfico vehicular con su protagonista visible, el alcalde metropolitano, y la imagen del gobernante, a quien nunca le otorgan ni conceden ese nombre. A él solamente se refieren por su oficio anterior.

Aunque no en todos aparece el mismo nivel cultural, sí la vehemencia del enojo. Porque indignación es lo que esos paisanos me han compartido siempre, en cada carro, en cada calle, en cada zona, a cada hora y en cada día. Toda jornada es alguna noticia diferente pero igual: idéntico problema, diverso actor, escenario rotativo. No he podido sino recordar al exembajador británico, afirmando hace poco en la prensa que desde su primer día, esta tierra no lo aburrió nunca. Cada día tiene su estrépito. La comparación es inevitable: hay países estables y maduros cuyo pasado se remonta a decenas o fracciones de siglos atrás. En la Guatemala de hoy, nuestro pasado estuvo ayer. A veces, hoy en la madrugada. Tal el fragor y tumulto de los hechos. Actualmente, cada pocas horas, algo nos sacude. Tenía razón el exembajador: aquí no hay tiempo ni posibilidad de aburrirse.

Ante semejante torbellino, adentro del taxi quedo esperando sin embargo una propuesta real y radical que no llega a concretarse. Se ve como que en la gente hay poco asidero histórico, no hay campo fértil para enlazar los hechos entre sí, para encontrar la relación causa-efecto que podría explicar aquel fenómeno que desata la ira ciudadana, al mismo tiempo que encontrar un camino para llegar a soluciones de valor.

Aunque me sienta fatuo, estimo que sería por hoy demasiado pedirle a un pueblo cuya educación formal no está mal. Lo repito: no está mal. Está peor. Y lo peor: que no es casual. Que está diseñada para ese peor. El desconocimiento histórico ha sido tierra fértil para dictaduras, para desgobiernos, para caos como el que ha venido entronizándose en esta disnómica sociedad sin rumbo ni puerto de llegada.

Al respecto, la televisión acaba otra vez de hacernos presenciar uno de tantos discursos -promoción gubernamental-, de poses y gestos prolijamente ensayados para aparentar sinceridad, sabiduría e inteligencia, informándosenos, al común de los mortales, los enormes y desinteresados empeños del Gobierno para seguir avanzando en una senda de progreso y justicia y seguridad y salud y educación y bienestar social y dignidad nacional…. y todo lo demás. Entonces y ante eso, me acuerdo del recordado maestro don Óscar Jaime: «A saber adónde vamos, pero ya vamos llegando».

Y va llegando el final del viaje y también la no programada cátedra popular de política nacional con el tema del día que viene a ser el de todos los días. Tal como me lo cuentan estos paisanos, pueblo agobiado en su vida formada y deformada por el ajetreado trajinar en cada calle, en cada zona, en cada minuto de cada día, en el interior de cada taxi, amarillo o blanco, no importa.

Y ya en casa, son elucubraciones que me asaltan al abrir esta puerta que mano amiga me ha abierto a las cinco en punto de la tarde de este día de la vida.


Jorge Solares

(Ha buscado contribuir en Guatemala al establecimiento de justicia social, de una democracia culta, participativa e interétnica, en esta sociedad étnicamente tan plural, económicamente tan desigual, social y políticamente tan golpeada. El camino ha sido la búsqueda de una ciencia con conciencia como docente, investigador y editor (universidades de San Carlos, Del Valle y Landívar, FLACSO, Inforpress Centroamericana), integrando ciencias sociales con ciencias de la salud, enlazando Humanidades, Historia y Antropología Social con énfasis en Etnicidad en su dimensión política, por un lado. Por el otro, Ciencias de la Salud basadas en Salud Pública, Nutrición y Odontología Social. Y en su centro y como espíritu, Cultura y Arte.

Puertas abiertas

0 Commentarios

Dejar un comentario