¿De qué hablamos cuando hablamos de sexo? (I)

-Matheus Kar / BARTLEBY Y COMPAÑÍA

«Todo en la vida trata sobre el sexo, excepto el sexo. El sexo trata sobre el poder», nos decía Oscar Wilde.

Por muy famoso, respetado o intelectual que pueda ser un escritor, siempre debemos leerlo condicional, crítica y estratégicamente. No se puede ser complaciente con el pensamiento. Sin embargo, Wilde es un referente del baluarte intelectual, no uno teórico sino uno propositivo.

¿De qué hablamos cuando hablamos de sexo? O, más bien, de sexualidad. Primero hay que desembarazarla del amor. A las relaciones sexuales se le han ido adhiriendo los conceptos de fidelidad, acuerdo mutuo, consentimiento, adulterio, normatividad y otros. No es nada nuevo, Michel Foucault nos habla de este montañoso tema en su Historia de la sexualidad, que, por cierto, hace unos días, después de 30 años, apareció su cuarto volumen. Al leer a Foucault nos damos cuenta de que el sexo y la sexualidad se han ido comprendiendo bajo sutiles mecanismos de discriminación y coercitivamente finos, hasta crear, finalmente, una lógica cultural basada en el conocimiento dogmático y la obediencia.

Estamos muy equivocados al creer que la sexualidad pagana (o libre, como algunos creen) fue sofocada y asfixiada por la sexualidad cristiana. Algunos filósofos de la antigüedad, como Platón y Marco Aurelio, ya defendían la supervisión estricta de las prácticas sexuales. Deliberadamente, los Padres de la Iglesia repetían al pie de la letra las frases de estos filósofos. La condena del adulterio, del matrimonio en segundas nupcias, las obscenidades entre esposos, fue propuesta en la Antigua Europa.

La sexualidad se ha quedado estancada en el territorio de la carne, en lo físico. Y, por otro lado, el consentimiento íntimo y la renuncia al mal parecen supervisarlo. Como resultado tenemos un sexo mudo, sofocado, censurado y convertido en algo vergonzoso.

Uno sale a la calle y hacia donde sea que la vista apunte, podrá ver el producto acabado de esta serie de normas y restricciones perfectamente disfrazadas: el hombre. Se podría afirmar que tras la liberación sexual de los últimos años, el feminismo, la aparición de estados laicos, la sexualidad «cristiana» ha disminuido su volumen y alcance. Otro gran error. Mientras exista la cultura del mass media, la sexualidad seguirá reproduciéndose tal y como la conocemos. Películas con discursos amorosos, sentimentales o sexuales no hacen más que crear un puente de advenimiento «cristiano» entre los espectadores. Son discursos represivos, sí. Son normativos, también. A muchos esto les pasará resbalado como mantequilla. La voluntad por ser libre es algo que se forja a través del conocimiento y la autoexploración, en nuestros dominios somos libres, pero son dominios inútiles, facinerosos y mediocres; totalmente contradictorios con la lógica cultural de libertad que se promulga constantemente. La sexualidad, junto con otros conocimientos ligados al hombre en sí, es un concepto que se esculpe en solitario, alejado de los discursos antiguos y modernos, consecuencia de una reflexión aprehensiva basada en la experiencia, lejos de la exclusión y la coerción dogmática.

Vivimos en una sociedad donde todo se ha «sexualizado», donde todo apunta al sexo. La moda, las pasarelas, los diarios, la academia, el empleo, etcétera. Quien, según la lógica popular, es más exitoso, más posibilidades de tener sexo tiene. Y, a su vez, quien más sexo tiene, más opciones de parecer exitoso posee. La lógica del éxito no es nada complicada, la cultura del like y el share configura el concepto. Todo se resume en una interacción de aprobación y consentimiento, en una amplia simulación de éxito. El éxito consiste, entonces, en lo cerca que un sujeto pueda estar del ideal colectivo, esto quiere decir, la aspiración de la gran mayoría. Sin embargo, bajo esa lógica, el éxito suele ser perturbador. Una vez que te subes, no puedes dar marcha atrás, cualquier retroceso o estancamiento es visto y apreciado como un fracaso. Si subes a Facebook una foto de tu auto nuevo, el siguiente paso es la de tu casa en un condominio privado. Y así, hasta que el Facebook o Instagram se convierte en el álbum público de tus adquisiciones privadas. Presumes cada pareja nueva que adquieres en el mercado sexual abierto, si eres mujer. Si eres hombre, lo tuyo es presumir los modelos autorizados por el género, como lo hacen los campesinos con el ganado.

Hasta aquí queda claro que la relación sexual como finalidad de la interacción social es innegable. Pero el sexo como deseo propio es dudoso. Incluso se puede hablar de la falta de deseo, propiamente dicho, en las relaciones sexuales. Este modelo hollywoodense de ser exitoso (bello, joven, acaudalado, famoso, admirado, «pleno y feliz») es angustioso. El fin de este individuo es el del producto obsoleto, como un electrodoméstico inservible cuando aparece un modelo nuevo y con nuevas funciones. Este individuo «exitoso» pasó su vida entera agradando a los suyos, bajo el yugo de la aprobación, de la opinión manufacturada. Lo mismo sucedió el siglo pasado, con la llegada de la posmodernidad y el New Age, el telescopio social pasó de los empresarios a las celebridades. En la sociedad, los conceptos de éxito cambian, no son metas personales sino la lógica del sistema. Y la lógica del sistema carece de deseo.


Fotografía principal tomada de Cultura Colectiva.

Matheus Kar

(Guatemala, 1994). Promotor de la democracia y la memoria histórica. Estudió la Licenciatura en Psicología en la Universidad de San Carlos de Guatemala. Entre los reconocimientos que ha recibido destacan el II Certamen Nacional de Narrativa y Poesía «Canto de Golondrinas» 2015, el Premio Luis Cardoza y Aragón (2016), el Premio Editorial Universitaria «Manuel José Arce» (2016), el Premio Nacional de Poesía “Luz Méndez de la Vega” y Accésit del Premio Ipso Facto 2017. Su trabajo se dispersa en antologías, revistas, fanzines y blogs de todo el radio. Ha publicado Asubhã (Editorial Universitaria, 2016).

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