Rosa Tock Quiñónez | Política y sociedad / PERISCOPIO
Escribo hoy un par de reflexiones sobre mi corto viaje por Galicia y Portugal el mes pasado. Explorar una región desconocida, así como conocer más sobre su gente, su historia y su patrimonio cultural y gastronómico eran mis mayores incentivos, además de hacer una pausa del mundo anglófono durante algunas semanas. Aunque, ¡oh sorpresa!, muchos de los portugueses con quienes tuve que interactuar, preferían hablar en inglés (o francés) que en español. La rivalidad entre Portugal y España no parece haber disminuido a pesar de que ya pasaron varios siglos desde la restauración de la independencia portuguesa de España, y los ataques a las costas gallegas de los portugueses en alianza con los ingleses, allá en tiempos de Sir Francis Drake.
En Galicia, Santiago de Compostela –la legendaria meca de los peregrinos católicos– fue nuestro pied-à-terre durante casi una semana. En plena época de festividades en honor al apóstol, era de esperarse que la ciudad no fuera muy paciente con los miles de turistas y cientos de peregrinos que culminan su jornada espiritual, o con quienes simplemente finalizan «el Camino» en la Plaza del Obradoiro, frente a la imponente Catedral, donde se cree que reposan los restos del mártir. Además, había mucha algarabía porque en los días cercanos al día del apóstol, el 25 de julio, se inauguraría el remozamiento del Pórtico de la Gloria, una espléndida estructura románica del siglo XII, obra del famoso maestro Mateo.
Como sabemos, varias ciudades, tanto en España como América Latina, llevan el nombre del apóstol Santiago en su honor. Santiago de Chile es una de ellas. La Muy Noble y Muy Leal Ciudad de la Coruña en la misma Galicia es otra, así como la otrora Capitanía General de Guatemala que lleva un nombre similar: la Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Santiago de los Caballeros de Guatemala, hoy mejor conocida como La Antigua.
Caminar por el casco antiguo de Santiago de Compostela, con sus decenas de iglesias, conventos, plazuelas y portales me remitía constantemente a La Antigua, a la historia colonial y el legado del catolicismo en las Américas. Ambas ciudades poseen su bagaje respectivo de violencia y evangelización. Por un lado, recordemos que Santiago lleva el sobrenombre de «Matamoros», pues según cuentan las leyendas medievales, el apóstol se habría aparecido sobre un caballo blanco con la espada desenvainada para ayudar a los cristianos en una batalla contra los musulmanes. Muchas de las representaciones le muestran descabezando a los infieles. ¡Contradictoria la hazaña de Santiago, cuando se sabe que Jesús más bien predicaba amor y tolerancia! No es de extrañar que personas de Noráfrica –o incluso personas de color– no se vislumbran entre tanta concurrencia.
Y mal que bien, al igual que La Antigua, Santiago de Compostela es patrimonio de la humanidad por la Unesco. Pero hasta allí las similitudes.
Mientras que La Antigua Guatemala no ha logrado sostener un plan de preservación integral que ofrezca infraestructura y oportunidades habitacionales en sus cercanías, a la vez que acoja convenientemente a los turistas y elimine la contaminación visual y auditiva sin alterar su arquitectura original, en Santiago de Compostela, las regulaciones para proteger el carácter original de la ciudad son muy estrictas.
Además, sí hay algo que es de envidiar, es el hecho de que todo el casco histórico es peatonal. Una vez dentro del perímetro histórico demarcado básicamente por el muro medieval, no hay vehículos que puedan transitar, a menos que tengan un permiso especial. De esta forma, la ciudad logra conservar su encanto medieval original, atender a los millares de turistas que la visitan, gestionar el espacio público con bares y patios sobre las callejuelas donde conviven laicos y religiosos, administrando las fiestas del apóstol en un entorno que ofrece diversión y seguridad.
Ni bares con música estruendosa, ni fiestas y conciertos dentro de los edificios históricos, ni individuos que subviertan la armonía arquitectónica. Un único bemol, que a la larga resulta tan dañino como el parque vehicular que en muchas ciudades (no solo La Antigua) es difícil controlar, el uso desmedido del tabaco en espacios públicos. Cuesta imaginar que en una sociedad aparentemente tranquila y sana, fumar es tan natural como las tapas y cañas.
¡Ni el gigantesco «botafumeiro» o incensario de la Catedral lograría purificar el aire en tan encantadores parajes!
Fotografía por Rosa Tock.
Rosa Tock Quiñónez

Politóloga y especialista en políticas públicas. Nací en Guatemala y ahora vivo en Minnesota, Estados Unidos. Desde hace varios años trabajo en el sector público, dedicada a la tarea de estudiar, analizar y proponer políticas públicas con el propósito de que la labor del gobierno sea más incluyente, democrática, y fomente una ciudadanía participativa.
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