Gabriela Carrera | Política y sociedad / FÍJESE USTED
¿Cómo se conecta nuestro poder? Esta es la pregunta que se hace Manuel Castells –el sociólogo español–, al inicio de su libro Redes de indignación y esperanza, publicado por Alianza Editorial en 2015, en una versión revisada. La pregunta es importante para y en Guatemala.
La intención de Castells es la de observar(nos). Como buen investigador, se da a la tarea de compartir qué es lo que ve en cada una de las dinámicas organizativas que desde 2009 se dan en el mundo. Comienza por Túnez y la inmolación de ese joven que fue un incendio para la indignación de su país, y terminó contagiando a Islandia, Egipto, España, Estados Unidos; y desde este pequeño istmo, aún más desde estas montañas y valles, fuimos testigos de quienes salieron a las calles. Se salía contra un poder, y se presentaba –a grito colectivo, en pancartas, en redes sociales–, el contrapoder. En esas acciones de comunicación, nos diputábamos el significado del poder mismo, de la política, de la democracia y el Estado.
Castells nos invita a la posibilidad de lograr el cambio social través de «activar» redes con «intereses y valores alternativos o mediante la interrupción del de las conexiones dominantes». En Guatemala, a esa activación le hemos llamado de diferentes maneras desde hace varias décadas: se le decía articulación. A partir de lo sucedido en 2015, en varios lugares del país, comenzamos a hablar de «encuentro», de «reconocernos». Ambos son un proceso de comunicación que implica romper con muchas fronteras construidas históricamente. Nos enfrentamos al racismo que han definido nuestras relaciones interculturales, o a cuestionar nuestros privilegios entablando el diálogo interclasista. A dejar de pensar en nuestras propias demandas y pensar las de tantos otros, en otros territorios, desde otras identidades y necesidades.
En los últimos días, algunos analistas políticos críticos de los actores de la lucha contra la corrupción y de algunos colectivos urbanos, han hecho el esfuerzo por establecer nuestras redes, nuestros vínculos. Se han dado a la tarea de intentar unir cabos –aún los más obvios como los sanguíneos–, de inferir conexiones y de crear hipótesis. Nos han tildado de ser una alianza.
Se quedan cortos: un mapa de redes nunca podrá mostrar la cantidad de aprendizajes que otros me han permitido, las risas que he compartido en la búsqueda de un país más digno, las largas horas pensando en soluciones, en maneras de «ser más nosotros», como diría Castells. Le faltó agregar las veces que hablamos de esperanza, y cómo se ha ensanchado la capacidad de imaginar nuestro futuro. Yo diría que cada vez somos más red y más comunidad.
Si cierro mis ojos y pienso lo que ha sucedido en los últimos años, si lo hago en «clave de red», vería muchos nodos encenderse y apagarse, volverse a prender, vería muchas caras desafiando el miedo.
Gabriela Carrera

Creo firmemente que la política y el poder son realidades diarias de todos y todas. Por eso escogí la Ciencia Política para acercarme a entender el mundo. Intento no desesperanzarme, por lo que echo mano de otros recursos de observación como los libros y las salas de cine. Me emocionan los proyectos colectivos que dejan ver lo mejor de las personas y donde el interés es construir mundos más humanos.
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