-Jorge Mario Salazar M. / PALIMPSESTO–
Tengo 4 hijas que llenan la luz de mis ojos y la esperanza, muy fundada, por su participación en las transformaciones que requiere este mundo y en particular nuestro país, ya que son las portadoras conscientes de la manera cómo, equivocadamente, el planeta ha sido administrado por las manos torpes del machismo.
Esa visión de mis niñas amadas también es el resultado de la participación de amadas mujeres que han luchado a contracorriente del poder patriarcal instalado en todos los sistemas del Estado y la sociedad. La exclusión y la segregación de ellas comienza en la casa, en el hogar y se reproduce en la escuela, la iglesia, el trabajo y cualquier institución pública y entidad privada, incluso cuando son dirigidas por mujeres. Lo han vivido y por esa razón es que están en la capacidad de transformarlo. Ellas han heredado de sus madres, abuelas, bisabuelas y muchas otras generaciones suficientes ejemplos para emanciparse del sistema de opresión a través del tiempo.
Ellas son parte de un largo proceso en el que cada generación aportó evidencias de valentía y trabajo para el desarrollo de las familias, fomentando las ideas revolucionarias y la actitud transformadora. Mis tatarabuelas y bisabuelas, a quienes llamamos con respeto «Matatigres», fueron parte de las familias que colonizaron la bocacosta sur, abriendo a fuerza de trabajo y grandes sacrificios la selva que formaba toda esa región, trabajando al mismo tiempo con los hombres en la desmontada y a la vez haciendo la retaguardia de los nuevos cultivos y el cuidado de los animales de granja, nuevos entre la fauna local. En esa defensa de la sobrevivencia, las mujeres de mi origen se ganaron ese mote por su entereza y decisión. Sin ellas no existiría esa memoria.
De mi abuela y sus hermanas ha quedado un ejército de capacidades y voluntades en una inmensidad de generaciones tejidas como petate, cuyas fibras entrecruzadas fueron lazos solidarios que perduran más allá de las obligaciones y los deberes. Su herencia, más que la estirpe, es la unidad de una diversidad muy extensa. El respeto y la humanidad, por encima de otros valores, existen gracias a ellas.
Mi madre evoca los primeros años de su vida y el viaje desde su lejano Santiago hasta la costa inhóspita de Tiquisate. Su madre al frente de la caravana de a pie y ella sobre la silla atada en la espalda del mozo. Su mirada se quedó prendida del lago y se llevó un gran pedazo de este en sus ojos. De ahí a obrera a los 14 años y con su educación hasta terminar la primaria, desarrolló sus habilidades de administradora y comerciante que le permitieron sacar adelante a sus cinco hijos, con el apoyo de otras mujeres, tías queridas. Así, la estafeta pasó a mis hermanas, mujeres de acero y seda.
Por eso veo la esperanza en mis 4 hijas. Cuatro pares de manos trabajadoras y creadoras. Cuatro mentes y temples, pródigas y libres. Ellas también reúnen las características que aportaron otras mujeres valientes y luchadoras: sus madres, por ejemplo, amadas también por otras razones. Junto a ellas, la tradición oral que las acompaña en las luchas por la dignidad, por la equidad, por los derechos humanos de tercera y cuarta generación, el respeto por los demás y la inquebrantable dureza contra los impunes privilegios patriarcales. Sin ellas no habría futuro.
Mis hijas amadas, lo digo sin querer decir que ellas sean mías. Son quienes llenan mis afectos. Junto a ellas compartimos el sentido del cambio social en favor de la justicia, la igualdad y la emancipación. Junto a ellas celebramos la vida y el advenimiento de nuevas conquistas que nos hagan más humanas y humanos. Junto con ellas compartimos el dolor y la desesperación de otras amadas niñas que todos los días sufren el escarnio y la humillación de la violencia física, mental y sexual. Con ellas apretamos los puños contra los agresores de niñas y sus defensores. Hace un año compatimos la tristeza y la devastación que nos produjo el crimen contra las amadas niñas del Hogar Seguro. Un crimen que permanece impune y que solo retrata un Estado que no ama a las mujeres.
Mis hijas son mujeres que seguirán procurando por la desaparición de todas las peores formas de explotación de niñas y niños. Que mantendrán su frente y puños en alto a favor de la dignificación y el pago igualitario en trabajos iguales para mujeres y hombres. Que reivindican el derecho a elegir acerca de su sexualidad. Que respetan su cuerpo como su santuario personal e intransferible. Mis hijas que no son mías sino de ellas mismas. Saben que celebrar y conmemorar son términos diferentes pero que se realizan con alegría. Con la convicción de que cada año se incrementa la denuncia y que cada denuncia es un clavo más para sellar el ataúd del abuso contra las mujeres.
El amor por mis hijas es el amor por todas las mujeres que luchan, es como decir que viven transformando cada día este mundo en uno mejor para que vivamos todas y todos. Quiero decir que sin ellas no hay cambios posibles.
Fotografía principal tomada de Telesur.
Jorge Mario Salazar M.

Analista político con estudios en Psicología, Ciencias Políticas y Comunicación. Teatrista popular. Experiencia de campo de 20 años en proyectos de desarrollo. Temas preferidos análisis político, ciudadanía y derechos sociales, conflictividad social. Busco compartir un espacio de expresión de mis ideas con gente afín.
2 Commentarios
¡Sensiblemente hermoso escrito!!! ¡Ojalá en Guatemala lo puedan entender, aprender y practicar!!!
Jorge Mario, felicitaciones, nos abonas con tus valisos aportes.
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