-Luis Zurita Tablada / SUMAR, SIEMPRE SUMAR–
Guatemala se encuentra en un momento de inflexión histórica. No es la primera vez. Los últimos momentos fueron: la apertura democrática de 1985 y la firma de los Acuerdos de Paz en 1996. Lamentablemente, ambos fueron literalmente desperdiciados.
El problema es que, tres décadas después, los indicadores políticos, sociales, económicos, culturales y ambientales han ido a la baja.
Sin embargo, actualmente es obvio que algo especial está sucediendo en el país, particularmente influido por contradicciones del ámbito geográfico, geopolítico y geoeconómico. Es el caso que el asesor del Departamento de Estado de los EE UU, Thomas Shannon, declaró a los medios de prensa locales que Guatemala y el triángulo norte de Centroamérica era una de las cinco prioridades de seguridad hemisférica de los EE UU.
Ello implica que los guatemaltecos debemos reflexionar sobre el sentido de tal prioridad y preguntarnos por qué hemos llegado al punto en que un país tan pequeño y poco significativo en el concierto de las naciones se encuentre ante tan dramática situación, al extremo que la más grande potencia del mundo está preocupada.
No obstante, por simple inspección, es fácil comprobar el deterioro general en que ha caído el país, por lo que es ocioso poner ejemplos, pues ninguna persona racionalmente normal está contenta con el país que tenemos. De hecho, lo anormal se ha vuelto la forma normal de vivir y de sobrevivir en este atribulado país.
El problema es que el sistema político colapsó en las arenas movedizas de la corrupción, la impunidad, el narcotráfico y el crimen organizado, los cuatro cohonestados institucionalmente al extremo de cooptar al Estado en su propio beneficio, por lo que el país se ha desinstitucionalizado más que en cualquier otro tiempo, y la precarización social, económica, cultural y ambiental es, ahora, caldo de cultivo idóneo para que el Homo sapiens guatemalensis termine de derrapar su destino en las cloacas de la historia, reproduciendo lo peor de la naturaleza humana.
¿Qué hacer?
Probablemente, todos estamos de acuerdo en que Guatemala merece un destino mejor. En ese sentido, tal vez estemos de acuerdo en que, tras tres décadas de experimentar los no muy benévolos resultados del liberalismo neoclásico, es necesario un equilibrio dialéctico entre Estado y mercado, de tal manera que haya Estado en todo cuanto sea necesario y mercado en todo cuanto sea posible.
Y, en especial, estemos de acuerdo en que la viga maestra de la estructura del poder debe sustentarse en un sistema político en el que ninguna autoridad se ejerza sin democracia y ningún derecho esté exento de responsabilidad.
Quién sabe, tal vez las condiciones estén maduras para construir por fin un país tecunhumanista, cimbrado en la convergencia entre lo mejor del humanismo ancestral mesoamericano y lo mejor del humanismo cristiano occidental.
Es posible que haya llegado el momento en que haya que conciliar el interés particular con el interés general, sobre la base de que el ser individual no sea enemigo del ser social, ni el ser social sea enemigo del ser individual, en cuyo sentido la sístole y la diástole de la vida nacional sea la complementariedad entre competencia y cooperación.
También, pareciera que hay cierta preocupación por la problemática socioambiental del país, pues la relación entre economía, ambiente y sociedad no ha sido muy buena a través del tiempo, al extremo que las consecuencias derivadas afectan no solo la integridad del medio ambiente, sino la calidad de la vida social. Un ejemplo palpable es la problemática del Corredor Seco, en donde periódicamente la problemática socioambiental se abate sobre los más pobres por la supuesta escasez de agua, aunque en la realidad el problema es la mala gestión del recurso hídrico, que, al igual que en el resto del país, se desaprovecha hasta en un 90 % por falta de un plan de aprovechamiento integral del vital líquido, ora como agua potable, ora como agua para riego, ora como agua para la producción de energía, ora como agua para actividades comerciales…
Las consecuencias se palpan por doquier, especialmente en la insatisfacción del mínimo vital para la gran mayoría de guatemaltecos, quienes no logran una adecuada educación, salud, trabajo, vivienda, vestido, recreación y canasta básica alimentaria. Luego, todo ello se traduce en desestructuración social, léase, pobreza, violencia, maras, migración (interna y externa), desempleo, criminalidad, desintegración familiar, entre tantas lacras.
Al final de las contadas, Guatemala ha profundizado su fragmentación social, pues los vasos comunicantes entre las personas, los grupos y los sectores sociales están prácticamente cerrados, con lo cual el país es, sin exagerar, un Estado fallido, demandante de cirugía mayor.
El problema es que resolver las falencias implica grandes acuerdos políticos y una definición del horizonte hacia dónde queremos llevar el país. Pero el país está confrontado por una guerra sorda en que reina el sálvese el que pueda, por lo que es una irresponsabilidad para con el futuro de nuestros hijos no actuar en correspondencia.
El tiempo pasa y el carro de la historia ha ido dejando a Guatemala en la cuneta del olvido, salvo que, por fin y con toda responsabilidad, los liderazgos nacionales acepten el reto de la historia y se planteen una serie de condiciones sine qua non, como paso ineludible para definir el país que queremos, lo cual implica: reconciliación nacional, democracia política, ética empresarial, equilibrio entre ser humano y naturaleza y gobernar para el bien común.
Solo a partir de ahí podrían definirse los grandes lineamientos estratégicos para arribar a un mejor país, en el entendido que no solo es suficiente resolver los problemas desde el punto de vista político, sino que es necesario abordar el reto del futuro desde la perspectiva ética también, pues sin un rearme moral es imposible que una sociedad alcance el desarrollo humano integral y transgeneracional.
En conclusión, la historia del mundo demuestra que las leyes, por más que representen una muy bien intencionada moral objetiva de un país, por sí solas no son suficientes, es decir, si no van acompañadas de la moral subjetiva, que se traduce en responsabilidad humana, pues una y otra son como el anverso y el reverso del proceso político de una Nación. Entonces, de la calidad de la moral subjetiva de los dirigentes y de los funcionarios públicos depende la calidad de la voluntad política para hacer andar la institucionalidad de los países.
Por lo tanto, en medio de la ola institucionalizadora en que se encuentra el país en este momento, y aunque sea bajo la presión geográfica, geoeconómica y geopolítica de factores externos que persiguen ordenar los factores internos, pues en este mundo globalizado nada es ajeno, todo está interrelacionado, interconectado, interdependiente y retroalimentado, lo importante es aprovechar al máximo y con toda responsabilidad el momento actual, que es como un ahora o nunca, o un tómalo o déjalo que la historia ha puesto nuevamente en el plató de la historia guatemalteca, tal vez providencialmente, por lo que de desaprovechar el ímpetu que significa, o perder el tiempo en letanías baratas o sectarias, pero sin sentido práctico, corremos el riesgo de que el país desperdicie esta oportunidad, cuya esencia demanda la convergencia de los hombres y mujeres de buena voluntad, ya no con nostalgias del pasado, sino con nostalgias del porvenir.
¡Ese es el desafío del momento!
Luis Zurita Tablada

Guatemalteco (1950), químico, político, escritor. Ha desempeñado cargos en el ejecutivo en áreas ambientales, candidato a la vicepresidencia de Guatemala, docente universitario, director del Instituto Guatemalteco de Estudios Sociales y Políticos, autor de varios libros, notas periodísticas e ideólogo de la socialdemocracia en Guatemala. Es miembro del Centro Pen Guatemala.
Un Commentario
Extraordinario análisis estimado compañero. Más que una columna de opinión es un prontuario de contenidos mínimos a incorporar dentro de un nuevo plan de país. Fascinado, la he leído 2 veces y sin duda volveré a hacerlo.
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