Edgar Rosales | Política y sociedad / DEMOCRACIA VERTEBRAL
¿Quién cree usted que será la figura destacada del Mundial de fútbol que se disputa actualmente en Rusia? Las apuestas al respecto no presentan mayores sorpresas y, como era de esperar, los nombres de Lionel Messi, Cristiano Ronaldo, Philippe Coutinho, Neymar Jr. o Luis Suárez dominan las preferencias. Sin embargo, en opinión de expertos, no precisamente del fútbol, el divo de esta Copa será el presidente ruso Vladimir Putin.
Aunque no es aficionado al balompié, se reconoce su empeño cuasi personal para llevar a feliz término este campeonato del mundo. Lobo estepario al fin, el tres veces mandatario de Rusia sabe que su país se juega mucho más que la posibilidad de superar la fase de grupos. Es la valiosa oportunidad para llevar adelante el resurgimiento ruso como superpotencia económica y política, no obstante amenazas como el terrorismo islámico o el riesgo latente de un ataque a Siria.
Estos hechos nos hacen recordar aquel mito recurrente de que fútbol y política son mutuamente excluyentes. En teoría, ello sería lo deseable, pero a lo largo y ancho de la historia de este popular deporte, abundan los casos en los cuales se descubre el inevitable vínculo político.
Por ejemplo, un estudio publicado hace algunos años en España evidenció la relación que existe entre la izquierda y el Club Barcelona, y a contrapelo, entre la derecha y el Real Madrid. Al parecer, ello no se debe únicamente a las simpatías públicas que personajes como Joan Manuel Serrat han declarado en favor de la causa culé.
Hay antecedentes históricos también. Según refiere Eduardo Galeano, durante la guerra de España y mientras el general Franco bombardeaba a la República, del brazo de Hitler y Mussolini, los clubes Barcelona y Euzkadi salían al exilio, a manifestar sus habilidades en representación de la democracia. Los madridistas, por su parte, con sus cinco copas de Europa y cuatro de la Liga Española, se convertían en los embajadores predilectos de la dictadura.
Si hay un equipo de fútbol que merezca el calificativo de mártir, este no es el Chapecoense de Brasil, cuyos integrantes perecieron en un accidente aéreo en noviembre de 2016. Es el Dínamo de Kiev, cuyo cuadro completo fue pasado por las armas, en 1942, durante la ocupación nazi de la Unión Soviética. Se había organizado un juego “amistoso” contra Alemania, bajo la condición de que los ucranianos debían perder, sí o sí. Pero a última hora, inflamados de honor y patriotismo, derrotaron a las fuerzas hitlerianas, pero sellaron así su inexorable destino.
Algo similar ocurrió poco antes, en 1938, cuando Italia se coronó bicampeón mundial, en una vibrante final contra Hungría. Sin embargo, la victoria fue empañada por un telegrama que les enviara a sus jugadores el duce Mussolini, el cual les fue leído al medio tiempo. “Vincere o morire” era el escueto pero contundente mensaje. Se dice que Szabo, el portero húngaro, se enteró de la advertencia y tiempo después declaró: “Me metieron cuatro goles, pero al menos he salvado once vidas”.
En 1969, los centroamericanos vivimos nuestro propio drama bélico-deportivo. “La guerra del fútbol” bautizó Ryszard Kapuściński al conflicto armado de 100 horas librado entre El Salvador y Honduras, horas después de que este último fuera eliminado de la competencia por una plaza para el Mundial de México 70.
En realidad fue un pretexto para dilucidar las tensiones entre ambos países que venían de tiempo atrás, y que tenían relación con problemas agrarios y el surgimiento de un escuadrón clandestino hondureño (la Mancha Brava) que aterrorizaba a miles de salvadoreños que laboraban en las plantaciones bananeras del país vecino. El conflicto fue superado a los tres días de iniciado, pero dejó alrededor de cinco mil muertos, gran cantidad de heridos y un enfriamiento de relaciones entre Honduras y El Salvador que se prolongó por 11 años.
En 1978, durante un seminario de juventudes socialistas celebrado en México, conocí a Rodolfo Galimberti (El Loco), líder de los jóvenes Montoneros de Argentina. Allí me explicó la propuesta de su organización armada en relación con el campeonato Mundial a celebrarse ese año y que consistía en su apoyo total al evento “porque así el mundo podrá conocer la verdadera dictadura que sufrimos los argentinos”.
Era una idea absurda, porque fue exactamente al revés. El general Rafael Videla -quien jamás asistía a un estadio- aprovechó al máximo la oportunidad de demostrarle al mundo su devoción por la albiceleste, con el agregado de que su selección ganó la copa. “Así le estamos demostrando al mundo cuál es la verdadera Argentina”, dijo en una cínica declaración.
Tan bien ocultó el carácter dictatorial de su régimen que muy pocos sabían que, mientras se disputaba la final contra Holanda y los gauchos festejaban los hermosos goles de Mario Kempes, a menos de 500 metros se localizaba la Escuela de Mecánica Armada (ESMA), uno de los peores centros clandestinos de tortura. «Duele saber que fuimos un elemento de distracción», dijo años después Osvaldo Ardiles, mediocampista de aquella victoriosa selección.
Y ahora, en junio de 2018, esa extraña simbiosis entre fútbol y política se vuelve a presentar de manera rutilante. Un par de semanas antes de la inauguración fue suspendido un encuentro de fogueo entre Argentina e Israel, instigado por presiones palestinas, centradas principalmente sobre Messi, el buque insignia de los pamperos.
Y la primera ministra británica, Theresa May, tuvo que darle un giro a sus intenciones de boicotear al Mundial y conformarse con enviar una mínima delegación oficial. Esto, en protesta por el caso del espía Serguéi Skripal y su hija Yulia, quienes fueron hallados en estado inconsciente en un centro comercial de Salisbury, Inglaterra, hecho del cual se responsabiliza a Moscú.
Es obvio que Putin no tiene motivos para preocuparse mucho por este asunto. Después de tomarse esa foto donde aparece de la mano de Pelé y abrazado con Maradona, tiene lo necesario para pasar a la historia como una superestrella de la política… y del fútbol. ¡Señoras y señores: bienvenidos al Mundial de Putin!
Imagen principal tomada de La República de Perú. Las demás imágenes que acompañan el texto fueron proporcionadas por Edgar Rosales.
Edgar Rosales

Periodista retirado y escritor más o menos activo. Con estudios en Economía y en Gestión Pública. Sobreviviente de la etapa fundacional del socialismo democrático en Guatemala, aficionado a la polémica, la música, el buen vino y la obra de Hesse. Respetuoso de la diversidad ideológica pero convencido de que se puede coincidir en dos temas: combate a la pobreza y marginación de la oligarquía.
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