De fundamentalismos en la finca

Sergio Estuardo Castañeda Castañeda | Política y sociedad / EXPLORACIONES

Como es sabido, el fundamentalismo es aquella corriente religiosa o ideológica que fomenta la interpretación literal de sus textos que considera absolutos o sagrados. Es, también, la aplicación intransigente de una doctrina o práctica establecida. Representa un esquema normativo que inculca autoritariamente lo que hay que creer, llegando así, de alguna manera, a la negación de la diversidad y del constante movimiento que nos atraviesa como humanos. Cuando este llega a enraizarse en las mentalidades de las personas, va construyendo individuos autoritarios, siempre a la defensiva, que suelen ver los acontecimientos en blanco y negro, bajo ideas rígidas, dogmaticas y moralizantes.

El fundamentalismo en Guatemala no solo es histórico, sino que ha atravesado lamentables momentos para esta sociedad. Quizá entre los casos más emblemáticos –de fundamentalismo religioso– en la historia inmediata del país está el papel de la Iglesia católica en la contrarrevolución del 54 cuando esta era liderada por el arzobispo Mariano Rossell y Arellano. Este hecho reaccionario y sus diferentes actores llevaron al presidente Jacobo Arbenz a renunciar y así el ultraje se sobrepondría a la época de beneficiosos cambios que el proceso revolucionario iba alcanzando; volviendo a las tiranías tan características en este territorio. También cabe mencionar la intromisión del neopentecostalismo a finales de los años sesenta con apoyo de la CIA y de la dictadura militar de ese entonces, y la posterior venida de misioneros tras el terremoto del 76 (que después conformarían la iglesia Verbo) como instrumento contrainsurgente en oposición a la teología de la liberación, la cual apostaba por involucrarse en los cambios sociales de fondo buscando la justicia social.

Ahora bien, cuando la semana pasada un diputado y exkaibil del partido oficialista pidió a Dios, en la plenaria llevada a cabo en el Congreso de la República, «regenerar» a los homosexuales, declarando que el matrimonio solo puede darse entre hombre y mujer (entre más verborrea), asistimos, pues, a la confirmación de una embestida fundamentalista latente en pleno siglo XXI que desde hace un tiempo ha tomado auge gracias tanto a la institución católica como a la protestante las cuales, a pesar de sus diferencias, buscan reacomodarse dentro de este neoliberalismo, para reafirmar socialmente sus fines ideológicos y económicos, cual instrumentos de dominación y poder. Para muestra un botón, en los últimos meses han proliferado los discursos esencialistas y autoritarios en contra de la ley de identidad de género y del aborto desde una dogmatización metafísica y no como un tema de salud pública y derechos; evidenciando así la latente presencia del tema que hoy abordamos.

Pero, tristemente, esta actitud no se limita únicamente a los espacios religiosos. También existen fundamentalismos en espacios seculares, críticos y organizados (contrahegemónicamente hablando), persistiendo así la fuerte dogmatización ideológica y el condenamiento al otro que discrepe, aunque sea parcialmente, con esta.

Entonces, la oportunidad de consensos se torna imposible cuando los dogmas – construidos por ideas inmutables– están por encima del diálogo abierto basado en argumentos fundamentados. Cuando en cualquier plática surge un fundamentalista, no hay mucho por hacer, pues la violencia tomará lugar para condenar al otro en nombre de ideas totalizantes y verdades absolutas. Es, precisamente, en nombre de dichas verdades que se han cometido grandes crímenes en la historia de la humanidad.

Reconocer este tipo de prácticas y actitudes como enemigas de toda búsqueda emancipatoria es de suma importancia. Porque este tipo de acciones resultan tremendamente nocivas en la lucha por la conformación de otras maneras de vida más solidarias y justas, donde la pluralidad y la diversidad, lo común y la otredad puedan coexistir reconociendo que es la mezcla lo que nos enriquece. Resulta necesario luchar contra el fundamentalismo religioso, pero al mismo tiempo no olvidar que hay otros fundamentalismos y muchos de ellos se esconden tras máscaras supuestamente no hegemónicas y hasta progresistas, y esos, también son nuestros enemigos. Por ello, cada vez que este tipo de prácticas y discursos se imponen como tendencia, tanto en la institucionalidad pública como en otros espacios y en la vida íntima de cada uno, el poder ha triunfado y nosotros, de alguna manera, nos hemos estancado.


Imagen tomada de St. Junípero Sera.

Sergio Estuardo Castañeda Castañeda

Estudiante de ciencias sociales, escritor y explorador que ha concebido la indagación de diversos escenarios como parte fundamental en el proceso de aprendizaje. Vinculado a la realidad política y social a través de la participación en colectivos críticos urbanos. Consciente de la necesidad de expulsar ideas para abrirnos al diálogo, al debate, a nuevas formas de compartir aprendizajes e intentar llegar a pensar por nosotros mismos.

Exploraciones

2 Commentarios

Lucrecia de flores 02/09/2018

Excelente texto

Oscar 31/08/2018

¡Lamentablemente somos una sociedad fundamentalista!

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