-Gerson Ortiz | NARRATIVA–
El calor me asfixia y me despierta. Tengo la frente embebida de sudor. Siento la humedad de la almohada bajo mi cara. No sé cuánto tiempo me quedé dormido. Soñé que Anaximandro estaba muerto, pero el maldito inventario mental no me deja recordar nada. ¿Cómo llegué hasta aquí? No puedo responderle ahora a mi cabeza, Anaximandro murió en mi sueño y solo quiero llamarlo por teléfono, asegurarme de que esté bien.
Le marco dos veces y no me responde. Debe estar con Amaral. Siempre está con ella.
Intento no volver a marcarle pero siento una angustia distinta, más desesperante. El sueño me parecía real. Anaximandro estaba muerto, tirado en el suelo, con los ojos blancos, flotando en un charco de sangre. Yo también tenía sangre en la cara y en las manos. Eso fue lo que me despertó. No era la humedad del sudor sobre la almohada. Era sangre.
Corro al cuarto a revisar si hay sangre en mi cama. La almohada está húmeda de mi sudor, igual que mi cabeza. Mi corazón golpea arrítmico mi pecho. Maldito Anaximandro, ¿por qué tenías que morirte? Me termino de atar las botas y salgo a buscarlo. Desde los doce años, Anaximandro vive a dos cuadras de mi casa.
La noche me refresca. Qué idiota, ni siquiera vi la hora antes de salir. ¿Y si es medianoche y Anaximandro está dormido? Quizá por eso no respondió el teléfono. Igual voy a ir a su casa, si las luces están apagadas me regreso…
Cruzo en la esquina de mi cuadra y me dispongo a atravesar la calle bajo la pastosa luz del alumbrado público. Me percato de que voy muy deprisa y doy pasos más lentos y coordinados. No hay nadie por las calles, debe ser medianoche.
A una cuadra de distancia veo un cuerpo sentado justo en la esquina de la calle donde vive Anaximandro. Es Amaral. Tiene puesto un vestido que me gusta. También tiene las manos sobre la cara. Siento alegría al verla hasta que la cercanía me hace oír sus sollozos. Apresuro el paso y le grito: «¿¡Amaral!?» «¿¡Estás bien!?». Solo pienso en abrazarla y sentir su cuerpo contra el mío. En consolarla y recostar su cabeza sobre mi pecho mientras acaricio su espalda con mis dedos. «¿Estás bien…?».
Amaral me mira desconsolada. Los sollozos le impiden hablar. Antes de abrazarla recuerdo que Anaximandro vive a pocos metros de ahí. Eso me quita el impulso de acercarme para oler su piel y respirar su aliento. «Amaral, dime algo», le imploro. Ella parece reaccionar y reconocer mi voz. «Por favor dime si estás bien», le digo anhelando que se abalance contra mí y me abrace.
–¡Maldito hijo de la gran puta! ¡Maldito! –me grita eufórica.
–Amaral, ¿qué te pasa?
–¡Sos un maldito mierda! ¡Sos una mierda! –vuelve a increparme mientras busca, desesperadamente, algo en el suelo.
–Perdóname Amaral, pero no te entiendo.
Su mano golpea mi cara frenéticamente y caigo al suelo. Segundos después oigo el ruido de una piedra caer muy cerca de mi oído, otra más golpea mi sien. Vuelvo a sentir sangre en la cara. Esta vez es una hebra fina desde mi ceja hasta mi cuello. En vano intento levantarme, solo alcanzo a oír los gritos de Amaral mezclados con leves patadas en mi costado: «¡Sos un hijo de mil putas! ¡Lo mataste! ¡Lo mataste, maldito!».
Lo último que veo es su rostro enrojecido, no sé si por su furia o por la sangre sobre mis pupilas. Siento cómo la sombra de un desmayo cae sobre mi cuerpo y todo se funde en negro.
Continuará.
Este cuento forma parte del libro de Gerson Ortiz, autopublicado en julio de 2018, con el apoyo de Linotipo Editorial.
Gerson Ortiz

Guatemala 1984. Periodista y comunicólogo egresado de la Universidad de San Carlos de Guatemala. Ha trabajado como reportero y columnista en Diario La Hora y como editor en elPeriódico, ambos en su país natal. También ha colaborado en medios internacionales como Cinco Días (España), CNN (México) y Exandas (Grecia).
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