-Lorena Carrillo / DIARIO DE FRONTERA–
Esto se trata de una breve reflexión sobre la presión a la que se ve sometido mi propio discurso una vez más, en ocasión de realizar un ejercicio (como este) sobre el tema de memoria. En realidad parece como si se tratara de una casualidad, pero no lo es. En dos o tres ocasiones me he encontrado en la circunstancia de escribir o exponer públicamente unas líneas sobre el tema de memoria e historia, y lo he hecho bajo la presión del presente inmediato. De nuevo ocurrió con estas notas que fueron escritas el 19 de septiembre y casi concluidas cuando ocurrió el terremoto recién pasado en Ciudad de México, Puebla y otros estados del país. Podría pensarse que se trata de una casualidad en la que han coincidido las fechas de mis presentaciones o entregas con fechas de enorme peso simbólico en México: septiembre y octubre, meses y días de terremotos, fechas patrias, Tlatelolco y Ayotzinapa. Sin embargo, la persistencia del estado de calamidad que vivimos en México actualmente, cada día, hace que la presión del presente a la que me refiero no sea solo resultado de la coincidencia de calendario entre este presente y las fechas rememorativas de “aquel” pasado. Se trata más bien de experimentar una percepción del tiempo de calamidad como un continuum. No voy a mencionar aquí los hechos que todos sabemos que sucedieron hace 49, 32 o 3 años, y ahora un mes o un poco más, todos entre septiembre y octubre, o lo que, estadísticamente estaría sucediendo ahora mismo; solamente quiero registrar el hecho de que entre coincidencia y persistencia, eso que llamo la “presión” del tiempo de calamidad como un continuum sobre mi discurso, me obligue a iniciar de este modo: dando cuenta de esa experiencia del tiempo mientras escribo unas líneas a propósito de un texto sobre memoria y justicia y se conmemoran hechos relativos a memoria y justicia y suceden cosas que están engrosando ya el archivo de la memoria y la justicia en México y también en Guatemala.
Me refiero al capítulo de Berber Bevernage “La muerte no existe. Las Madres de Plaza de Mayo y la resistencia contra el tiempo irreversible de la historia” de su libro Historia, memoria y violencia estatal. Tiempo y justicia publicado en 2015, que, como se señala en la introducción de la editora, se trata de un estudio de gran originalidad por el modo en que se articulan disciplinas, temas y enfoques diversos. Un capítulo en el que la hipótesis central es, como reza el título del mismo, que la práctica y el discurso de la conocida y respetada organización de madres de desaparecidos constituye una “resistencia radical al tiempo irreversible de la historia”.
El capítulo realiza inicialmente un detallado recorrido por las vicisitudes del proceso de conformación del sistema de justicia transicional desde el poder en Argentina, como contexto del surgimiento de la organización de las Madres de Plaza de Mayo. Me parece fundamental subrayar aquí el papel de las amnistías y leyes de punto final y obediencia debida, que normaron la impunidad en ese país desde antes y al inicio del proceso de transición a la democracia. Es decir, no fue una impunidad en los hechos solamente, sino en las leyes, lo que viene a ser una formalización estatal de una muy conveniente filosofía del tiempo como irreversible: “el pasado ha quedado atrás y ahora hay que ver para adelante”. Dejo esto anotado porque me parece que el carácter radical de la resistencia de las Madres a esa concepción del tiempo de la historia como irreversible, se relaciona con el carácter también radical que supone esta “oficialización” y, digamos, “obligatoriedad” del tiempo irreversible convertido en ley, como estrategia para zanjar, en beneficio de los perpetradores, la demanda de justicia de las víctimas.
Pero ¿qué es esto del tiempo irreversible de la historia?, y ¿qué tiene que ver con la lucha de las Madres de la Plaza de Mayo y la justicia transicional en Argentina y otros países? Para dar una respuesta (parcial) a la pregunta, conviene resumir lo que Bevernage expone y desarrolla como parte de su investigación sobre la famosa organización argentina. Pero antes, debo insistir en la originalidad y pertinencia del análisis al articular el relato empírico de los hechos (qué pasó, cuándo, dónde, cómo y con qué discursos) con el análisis teórico-filosófico de la temporalidad, o lo que él más apropiadamente llama las “cronosofías” en disputa: los modos en que se afronta la relación entre el presente y el pasado desde la perspectiva oficial y desde la perspectiva alternativa de las víctimas, en particular, de las madres.
Las Madres de Plaza de Mayo surgen bajo dictadura, en 1977, como resultado de la desesperación de las madres de desaparecidos, ante la presunción de que el Estado era el responsable y de su exigencia de aparición con vida de sus hijos. Con el tiempo y el crecimiento de la organización, los objetivos y principios se transformaron. Seguir pidiendo la aparición con vida de sus hijos varios años después, cuando la percepción social era ya que los desaparecidos habían sido asesinados, hizo ver a muchos la demanda de las madres como un desatino. Aún más: conforme avanzaba el tiempo y se sucedían los gobiernos de transición (Alfonsín, Menem, De la Rúa, Duhalde), las Madres afinaron su discurso y estrategias para afrontar las políticas oficiales de investigación, reparación y judicialización de lo ocurrido en el pasado, pues básicamente estas políticas se sustentaron en las amnistías y candados que la propia dictadura dejó establecidos para prevenir (radicalmente) futuros llamados a rendir cuentas. Las Madres radicalizaron a su vez su discurso y acciones: se negaron a las exhumaciones, a los memoriales, a los actos de homenaje póstumo, a las reparaciones económicas; se negaron rotundamente a aceptar la muerte, desafiando costumbres ancestrales de toda civilización en relación con los muertos y el tratamiento de su cuerpo y también la prescripción psicológica de la elaboración del duelo mediante las ceremonias fúnebres. En cambio, se desarrolló en sus planteamientos lo que el autor llama un “discurso espectral”. Los “desaparecidos” -dicen- seguirán siéndolo eternamente y desde ese “estado” (que así lo nombran) son o siguen siendo “activistas”, tal como lo hacían antes. Una suerte de existencia vicaria de los desaparecidos a través de los otros, de los que están aquí ahora, de las madres mismas, que parecen enlazar su propio activismo a la condición “vital” del hijo desaparecido. En un extremo difícil de comprender, las Madres acordonaron con sus brazos y negaron la entrada del famoso equipo argentino de antropología forense a unas fosas en que posiblemente podrían haber estado los restos de sus hijos. No querían que fueran encontrados.
Dejando fuera las superficiales consideraciones sobre si las Madres están locas, lo cierto es que sus principios son claramente políticos. Su práctica y discurso políticos ciertamente dialogan con la historia y la memoria, pero también con una filosofía jurídica y una ciencia forense y, por supuesto, como lo desentraña Bevernage,implican una filosofía del tiempo, una cronosofía. Y no solo su práctica y su discurso, también los propios “desaparecidos” están en esos intersticios. La propuesta de Bevernage, que parte del filósofo francés Vladimir Jankelévitch sobre la distinción entre tiempo irreversible y tiempo irrevocable, abre la puerta para comprender lo incomprensible de los principios políticos de las Madres de Plaza de Mayo. Al menos para un primer intento de comprensión que vaya más allá de la elemental empatía; porque el tema resulta mucho más complejo de lo que parece a primera vista. No voy a detenerme en esta distinción que merece algo más que un comentario, pero diré solamente que se trata de dos modos de experimentar el pasado: es irreversible cuando se trata de un “pasado efímero”, es decir, un pasado que aunque con dificultad, pasa. Es irrevocable cuando masivamente se queda “pegado” al presente y es “amoral” o “inmoral” pretender despegarlo o desconocer esa continuidad.
En la parte final de mi comentario quiero referirme al artículo “Huesos y humanidad. Antropología forense y su poder constituyente ante la desaparición forzada” de Anne Huffschmid, publicado en noviembre de 2015. En él, se destaca el papel restaurador de la antropología forense, que restaura el nombre y, con él, la existencia del sujeto, aboliendo lo que las Madres llaman el “estado” de desaparición. Desde una perspectiva más humana e individual, la antropología forense, esa ciencia joven practicada por especialistas agrupados, las más de las veces, en organizaciones independientes sin fines de lucro, se dirige a “constituir” de nuevo la humanidad de los huesos, lo cual es también un recorrido desde la “muerte” del fragmento olvidado y anónimo, a la “vida” de la recuperación del nombre y lugar social, fuera ya del vientre del monstruo, a donde la desaparición, como “tecnología del terror”, los remitió al devorarlos como cuerpos desechables. La desaparición no existe como tal, afirma Huffschmid, existen cuerpos desechos y asesinos impunes.
Y sí, imposible no ver el valor restaurador de la antropología forense en casos de violencia extrema y sus beneficiosos resultados en Guatemala, El Salvador y en México. ¿Por qué las Madres de Plaza de Mayo la han rechazado? ¿Por qué los padres de los 43 de Ayotzinapa en cambio procuran sus investigaciones? ¿Es la búsqueda de la verdad lo que está en juego? ¿Se trata de un delirio de negación motivado por el dolor después de tres o cuatro décadas? ¿Por qué proponer la desaparición como un “estado” a perpetuidad, en lugar de afirmar como Huffschimid que no existe, que es un mito o un eufemismo? ¿Qué cronosofías están implicadas en esta dicotomía? No puedo prolongar este comentario más, dejo las preguntas abiertas a la reflexión. Solo quiero colocar en la mesa el tema de dos modos de entender el mito: como máscara falsa y como mito heroico de raíz romántica. Me queda claro que la antropología forense -una ciencia- trabaja para desmitificar falsedades entronizadas como verdades oficiales, y que las Madres trabajan para sostener un mito heroico, porque, como dijo Mariátegui “La razón y la ciencia no pueden satisfacer toda la necesidad de infinito que hay en el hombre” [1].
[1] Lowy, M. La mística revolucionaria de J. C. Mariátegui. En http://www.archivochile.com/Ideas_Autores/lowy_m/lowy0003.pdf.
Imagen tomada de Mendoza Post.
Lorena Carrillo

Doctora en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México. Profesora-investigadora del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla y miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Docente en los posgrados de Historia y Ciencias del Lenguaje del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la BUAP. Una de sus últimas publicaciones es Motines y rebeliones indígenas en Guatemala. Perspectivas historiográficas, como coordinadora.
Un Commentario
Excelente texto, cuyas preguntas finales me conducen a plantear otros cuestionamientos
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