-Rafael Cuevas Molina / AL PIE DEL CAÑÓN–
El 1 de diciembre se celebra el Costa Rica el Día de la Abolición del Ejército. Para los costarricenses es un día sin mayores celebraciones. Haciendo un parangón, fácilmente se puede constatar que se celebra más en Guatemala el Día del Ejército. En Costa Rica no hay desfiles ni actos especiales en el sistema educativo que, por demás, se encuentra ya a estas alturas del año en la recta final hacia el fin del ciclo lectivo, mientras la población se ve envuelta en la locura del consumismo que acompaña a las fiestas de fin de año.
En términos generales, para alguien que no es costarricense pero vive en el país -y por lo tanto ve las cosas desde una perspectiva un tanto distanciada-, llama la atención esta actitud. Se trata, sin embargo, de un talante del tico que puede generalizarse hacia otras características de la sociedad costarricense.
Como se sabe, Costa Rica es un país que marca una diferencia en la región en relación con sus indicadores de nivel y calidad de vida. Estos son producto de un esfuerzo nacional de larga data, que encuentra un punto de renovado impulso a partir de la década de los años 40 del siglo XX, pero que puede fácilmente rastrearse hasta el siglo XIX e incluso encontrar sus causas primigenias incluso en el período Colonial.
Muchas de esas características, en las que se encuentran enraizados los más claros elementos del perfil identitario del costarricense, se viven, sin embargo, como naturales. Es decir que no parece existir una clara conciencia de que se trata de logros construidos intencional y sistemáticamente; esta actitud podría estar vinculada a ideas según las cuales los ticos serían algo así como “pacíficos por naturaleza”. Un ejemplo en este sentido son las palabras de la expresidenta de la República, la señora Laura Chichilla, quien en celebración pública del 11 de abril de 2011, en el contexto de un conflicto limítrofe con Nicaragua, señaló como guerreristas a sus vecinos del norte, y como pacíficos, “por traerlo en su ADN”, a los costarricenses.
Estas situación se repite con otros logros que deben asociarse al estado social de derecho, y que permiten que las relaciones entre los grupos y clases sociales sean bastante más fluidas y armoniosas que en otros países de la región. Se trata, sin embargo, de logros que tienen en su base a una cultura política largamente construida, en la que se ha ido decantado una forma de ser que hace del consenso y la negociación un valor. Estos valores mencionados no siempre se dan explícitamente, ni necesariamente asumen la forma de contrapartes discutiendo en una mesa de negociación, sino que forman parte de una dinámica instituida de “tome y daca”, en la que a cambio de legitimación se recibe reconocimiento de derechos.
En el caso de la ausencia de Ejército, es en el ámbito de lo simbólico en donde, en nuestra opinión, cobra mayor relevancia. En efecto, si se consultan los estudios que se han hecho recientemente para Centroamérica sobre gasto en seguridad, resulta que Costa Rica es el país del área que más gasta en ella. El periódico El nuevo diario de Nicaragua divulgó en este sentido los siguientes datos en mayo de 2017:
Costa Rica dedicó 950 millones de dólares a la seguridad nacional durante 2016, que están conformadas por 14 497 efectivos (2.7 agentes por cada 1 000 habitantes), según datos del Atlas Comparativo de la Defensa de América Latina y el Caribe (ACDAL), lo que supone un incremento del 159 % en el periodo 2008-2016, cuando el aumento del presupuesto del Estado fue del 126 % y el del PIB del 91 %. Estos datos señalan que Costa Rica gasta más en seguridad que la suma del resto de los países centroamericanos con ejército: más de 800 millones de dólares entre Guatemala, Honduras, El Salvador y Nicaragua.
No se trata, por lo tanto, de un problema de gasto, sino de conformación de una conciencia civilista, que entiende la fuerza del Estado como principalmente dirigida a asegurar la seguridad de los ciudadanos, y que no concibe el argumento armado ni para sí misma ni para ningún país vecino.
Esta conciencia civilista tiene un valor incalculable en un mundo en el que parece que se impone la ley del macho que más fuerte se golpea el pecho. Pero también va más allá, porque afianza la idea de la necesidad estructural de la resolución pacífica de cualquier conflicto en cualquier nivel. A eso, los costarricenses le llaman una solución “a la tica”.
Como se ve -es lo que hemos querido resaltar en estas líneas-, la no existencia de un Ejército va mucho más allá de la simple supresión de la institución armada; implica la construcción de una verdadera política de negociación que tiene en su base al consenso, el cual se estructura a través de una cultura del reconocimiento del otro como portador de derechos. Debe ser entendida como un entramado, en el cual se cruzan valores que apuntan a la igualdad y al respecto.
Estos valores, desafortunadamente, están haciendo agua en la Costa Rica actual. La aplicación del modelo neoliberal durante más de tres décadas ha provocado lo que algunos sectores catalogan como crisis de valores que, bien vista, no es más que los efectos en la conciencia social de un modelo que hace del individualismo y el sálvese quien pueda el centro de su propuesta social.
Rafael Cuevas Molina

Profesor-investigador del Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional de Costa Rica. Escritor y pintor.
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