-Rafael Cuevas Molina / AL PIE DEL CAÑÓN–
Se acaba de realizar en Costa Rica, específicamente en la península de Nicoya, un encuentro sobre lo que se ha denominado “zonas azules” en el mundo, es decir, lugares en los que la gente vive más que la media mundial, algunos más de cien años.
La Nicoya costarricense es una de esas zona, junto a otras como la isla de Cerdeña, en donde se tiene una dieta que se ha popularizado por el mundo con el nombre de “dieta mediterránea”.
Lógicamente, en la Nicoya costarricense la dieta no es como la mediterránea sino específicamente mesoamericana, basada en maíz, frijoles y vegetales, igual o muy parecida a la de millones de centroamericanos y mexicanos que comparten ese espacio civilizatorio.
Pero en el resto de Centroamérica y México la longevidad de los nicoyanos ticos no tiene réplica; más bien, dadas las condiciones paupérrimas de vida a las que están sometidas muchas de estas poblaciones, no solo no son longevas, sino que se caracterizan por tener índices de mortalidad infantil que superan el 55 %.
Así que, seguramente, no se trata solamente de la alimentación, aunque una dieta balanceada debe jugar un papel importante. Los nicoyanos de Costa Rica no son ricos, todo lo contrario, son agricultores, peones o arrieros con una vida relativamente austera, pero en la que pasar hambre no es, ni mucho menos, la norma.
Además de la alimentación, llevan una vida apacible, sin grandes sobresaltos, sin el estrés que caracteriza la vida cotidiana de la mayoría de la gente hoy. Y, sobre todo, han tenido una vida en la que el encuentro personal juega un papel importante: la reunión con los vecinos, las largas conversaciones en los atardeceres calurosos después de la jornada diaria, las visitas y los bailes ocasionales.
Costa Rica ha vuelto los ojos hacia ellos. El país logró, en el contexto centroamericano, índices de bienestar social inigualables para sus vecinos de la región, sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XX, cuando se inició la construcción del Estado de Bienestar, y la expectativa de vida sigue subiendo hoy, equiparándose a los más altos de América Latina como los de Cuba y Uruguay.
Pero esos indicadores, que con justa razón despiertan el orgullo de los ticos, pueden encontrarse en peligro: Costa Rica es el país de América Latina en donde más ha crecido la desigualdad en los últimos veinte años, cuando el Estado de Bienestar -construido a partir de la década de 1940- entró en crisis y fue sustituido por el modelo de desarrollo neoliberal. No quiere decir esto que sea el más desigual ni mucho menos, pero el país orgulloso de que todos eran, o parecían, o aspiraban a ser “igualiticos”, parece desdibujarse, y los indicadores positivos que les permiten seguir ostentando puestos importantes en los índices de bienestar social en el mundo son, cada vez más, rentas derivadas de la inversión social que se efectuó en décadas pasadas.
En ese contexto de logros sociales, los costarricenses son un pueblo preocupado por vivir bien. Se ufanan por haber aparecido reiteradamente en los puesto más altos de ciertos rankings de los países más felices del mundo; se enorgullecen de los esfuerzos que ha hecho el Estado por crear y mantener espacios de naturaleza protegida; han hecho del “pura vida” un lema nacional y del “suave un toque”, sinónimo de llevarla con calma, expresión de aspiración a vivir sin estrés.
Pero todo eso está cambiando. Las ciudades ticas se han transformado en verdaderos campos de batalla de un tráfico caótico y de un cada vez más creciente hampa vinculado al narcotráfico, que supera los mitos que le han dado sentido al ser nacional.
Por eso ven con cierta ansiedad y no poca envidia a quienes representan, en la península de Nicoya, en una esquina ya cercana a la frontera con Nicaragua, lo que fueron pero están dejando de ser a pasos agigantados.
La presencia de los longevos les cuestiona la vorágine en la que se han embarcado, el modelo de desarrollo que siguen impulsando ansiosamente y que cada vez los aleja más y más unos de otros. Ojalá encuentren la fuerza para detenerse, verse, recapacitar y volver a encontrar el rumbo.
Rafael Cuevas Molina

Profesor-investigador del Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional de Costa Rica. Escritor y pintor.
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