Contra el patriarcado

Marcelo Colussi | Política y sociedad / ALGUNAS PREGUNTAS…

Abrir una crítica contra el patriarcado dominante es imprescindible. ¿Por qué? En principio, por equidad mínima, por justicia universal. Si alguien sale perjudicado en esta asimétrica relación, es el género femenino.

Por ecuanimidad elemental debería corregirse de una vez por todas esta aberración: ¿con qué derecho un varón tendría más cuota de poder que una mujer? ¿Por qué lo que a uno de los géneros se le prohíbe, en el otro se aplaude? ¿Por qué la irracional, absurda y malintencionada visión de las mujeres como malas conductoras de automóviles, si estadísticamente está hiperdemostrado que tienen menos accidentes que los varones? (porque no son tan irresponsables, cuidan más su vida y la de los otros, cumplen más fielmente los reglamentos de tránsito). ¿Por qué los golpes los siguen recibiendo siempre ellas y no ellos?

Por supuesto que no hay ningún «derecho natural», ninguna determinación biológica que lo «justifique». Es una construcción histórica, una ideología del poder masculino que se ha impuesto, una nefasta injusticia –como tantas– que pueblan la vida humana. No se trata de hacer un mea culpa por parte de los varones «salvajes, malos y abusivos» para tornarse más «piadosos», más «buenos».

Un cambio en la construcción de las relaciones humanas daría como resultado una equiparación en derechos y deberes para ambos géneros. De eso se trata, no de un «abuenamiento» de los machos violentos.

Pero ¿por qué no ser machistas? No solo porque los varones no tienen ningún derecho sobre las mujeres (¡que no son su propiedad!) sino –quizá esto puede ser fundamental– porque el modelo de sociedades patriarcales que se ha venido construyendo desde que tenemos noticias, propiedad privada mediante, ha estado centrado en la supremacía varonil. El poder, hasta ahora, se ha venido concibiendo como un hecho «masculino». ¿Por qué la representación del poder es siempre un símbolo fálico? (bastón de mando, cetro, báculo pastoral… ¿Hasta los prelados católicos, que hicieron voto de castidad, representan su mandato con una evocación de aquello que no usan como órgano sexual y se une con lo fálico?).

Las sociedades que se han tejido en torno a este resguardo de la propiedad privada han sido tremendamente masculinizadas, entendiendo por «masculino» todo lo que se liga con los atributos de un «macho»: fuerza, poderío, resistencia, supremacía. El aguante femenino ante el dolor de un parto, por ejemplo, ni siquiera se considera. Lo «importante» es lo varonil (el parto de un niño en cualquier aldea de Latinoamérica atendido por una comadrona empírica, por ejemplo, es más caro que el de una niña. ¿Por qué?)

Si ese ha sido el molde con el que se edificaron las sociedades –machistas, basadas en la supremacía del más fuerte, llevándose todo por delante, destruyendo al otro que termina siendo siempre adversario a vencer– los resultados están a la vista. Más allá de altisonantes declaraciones de igualdad, justicia, paz y entendimiento (que nadie cree), la historia se sigue definiendo por quien detenta el garrote más grande (hoy día se diría: mayor cantidad de misiles nucleares intercontinentales).

La «conquista» –que es siempre agresiva– sigue siendo lo dominante. Se «conquistan» mujeres, territorios, incluso el espacio sideral. Si esa es la matriz que nos constituye (¿machista, patriarcal, centrada en el garrote más grande como definición última de nuestra dinámica?), el resultado habla por sí solo. Ese es el mundo que tenemos: se gasta más en armas que en satisfacer las necesidades básicas de la Humanidad. Y aunque se habla de paz y desarrollo equitativo, deciden los destinos del mundo los que tienen poder de veto en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, los que tienen el garrote más grande.

Si el mundo que, propiedad privada de los medios de producción mediante, hemos construido se basa en esa sed de «conquista» (machista), evidentemente ser machistas no nos depara lo mejor. Es hora de reemplazar esos patrones entonces. Se deben fomentar nuevas relaciones humanas, que incluyen nuevas masculinidades. Ello no solo porque los varones deben ser «bondadosos» y no maltratar a las mujeres (aunque suene cínico o absurdo dicho así). Se trata de construir una nueva sociedad que replantee la idea de poder. ¿O habrá acaso que pensar que estamos condenados al bastón de mando masculino?

Si el poder masculinizante dio como resultado en el mundo esta catástrofe que tenemos actualmente, con sus interminables «conquistas» y violencia generalizada llevándose todo por delante, es hora de empezar a pensar en una crítica radical de ese paradigma patriarcal que está a su base. De continuar por ese lado, tenemos la destrucción de la especie asegurada, y seguramente también del planeta.

¡No debemos ser machistas por una elemental necesidad de preservar la vida!, aunque para los varones aparentemente resulte un beneficio ser servidos. El modelo violento, arrasador, conquistador a que da lugar ese esquema «viril», si bien pueda deparar presuntos beneficios para el macho atendido servilmente por «sus» mujeres, en definitiva es el preámbulo de otras formas de violencia, es decir: de nuestro actual mundo basado en la injusticia, la impunidad, la corrupción, el chantaje y, cuando sea necesario, la eliminación del otro.


Fotografía tomada de El Diario.

Marcelo Colussi

Psicólogo y Lic. en Filosofía. De origen argentino, hace más de 20 años que radica en Guatemala. Docente universitario, psicoanalista, analista político y escritor.

Algunas preguntas…

Correo: mmcolussi@gmail.com

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