Rodrigo Pérez Nieves | Política y sociedad / PIEDRA DE TROPIEZO
¿Qué es ser guatemalteco? Hay quien dice que: «ser guatemalteco es como tener una mamá alcohólica, es decir, es alguien (o algo) a quien no podemos dejar de amar pero que nos duele y rechazamos». O los que afirman que «ser guatemalteco es ser contradictorio, vivir en un territorio ambiguo, muchas veces violento, con manchas de distintos colores que se entrecruzan pero no quieren mezclarse ni estar, como en las banderas, una junto a la otra, pacíficamente».
Y están los otros, los guatemaltecos de afuera, los que se aferran a una guatemaltequidad que les sirve como tabla de salvación estén donde estén, en Miami, Los Ángeles, Texas, México, Australia, Francia o España, exhibiendo formas más o menos particulares de yuxtaposición y algún sincretismo propio de «mi tierra».
O la mayoría, la que vive en este contexto globalizado, la que sienten cosmopolita, la que vive con estrés, pero con el teléfono celular como mascota, la que sufre los embotellamientos de tráfico, la que vive la guatemaltequidad repitiendo que somos un pueblo conquistado que no debe olvidar sus raíces, que debemos enorgullecernos por nuestra sangre, nuestras costumbres y antepasados. Y comparto ese pensar: antepasados nuestros, creadores de grandes civilizaciones como la maya, sin parangón sobre la faz de la Tierra.
Conquistados fueron nuestros ancestros por un pueblo extranjero. Pero nosotros, ni mayas ni españoles, sino guatemaltecos, mezcla indiscutible de unos y otros (sin tomar en cuenta las raíces de otros pueblos en cantidades menores) no hemos sido en ese sentido conquistados. Conquistados fueron los habitantes de los últimos días del imperio, que no obstante dejaron sus huellas para la posteridad. Y allí es donde debemos responder que somos producto de una fusión, producto además no reciente, no. Somos el resultado a cinco siglos de aquella fusión y a cinco siglos decir que somos un pueblo que ha sido conquistado es a mi parecer una afirmación que nos lastima. Nosotros somos el resultado de la conquista. Somos el híbrido cultural inaplazable, el avance de la humanidad que no se detiene, que se sigue reinventando y dando paso a nuevos pueblos y culturas, mezclas de unas y otras.
Casi 200 años de la «independencia». Una vida política inabarcable. Las palabras no solo hablan de un acontecimiento. Luego asumen una vida en la lengua de los sujetos. Son actualizadas en nuevas situaciones y asumen riesgos, como la vitalidad de su pronunciación. Una palabra trae a otras y hace con ella cosas. Un mundo imaginario suscita al otro. Por ello, existe el habla, la escritura, la dramaturgia y la política, aunque muchos no estamos de acuerdo.
El largo tiempo que pasa entre los siglos XIX, XX y XXI nos habla de los desplazamientos de una palabra que da gusto escucharla, porque no tenemos recuerdos de que en la historia política algún actor haya utilizado el concepto «independencia» para someter a otros. Independencia es asociada en panfletos, documentos, plegarias cívicas, desfiles militaristas, acciones, a libertad, autonomía, soberanía. La promesa y la épica social que todas ellas suponen nos conducen al «estado» de los lazos sociales, a las grandes y pequeñas historias, a las zonas más grises y más relucientes donde se entreteje lo político.
1821–1921–2021 funcionan como talismanes, números de loterías. Hay demasiadas «independencias» que se han puesto en juego. Unas victoriosas, unas derrotadas y otro tanto habitando memorias.
Cientos de palabras, ideas, reflexiones alrededor del casi bicentenario de la independencia de nuestra Guatemala.
¿Por qué no construir entre todos una Guatemala de veras, una Guatemala suficientemente digna que nos mire a todos, lo suficientemente grande en la que quepamos todos, pero sobre todo una Guatemala lo suficientemente justa como para no tener que defenderla?
Tan válidas son nuestras raíces prehispánicas, como las extranjeras. Basta ya de sentirnos conquistados y de negar el otro lado de la sangre que corre por aquí. Es el momento de darle vuelta a la página.
Fotografía tomada de Periodismo alternativo.
Rodrigo Pérez Nieves

Ingeniero graduado en Alemania, columnista durante 12 años en el periódico El Quetzalteco, con la columna Piedra de tropiezo. Colaborador con los grupos culturales de Quetzaltenango y Coatepeque. Catedrático en la URL en la carrera de Ingeniería Industrial, sede Quetzaltenango. Libros escritos: Pathos entrópico (poesía y prosa), Cantinas, nostalgias de un pasado y el libro de texto universitario Procesos de Manufactura.
Un Commentario
La tumba el fundador de la Dinastia YAX WHB’XOOK data del año 60. Ocupada desde 60 a.c. segun hallazgo en el Mundo Perdido.
Uno de los problemas de america latina es cuando queremos discutir algo, siempre utilizamos la matriz cultural occidental pero pocas veces hacemos referencia a nuestra propia matriz.
Desconocemos nuestra historia y nustra propia realidad. Nuestra historia debemos de verla en funcion de nacion. La podemos encontrar en las traducciones del Maya por medio de lo escrito por el Doctor Daniel Matul de Quetzaltenango, en el PopolVuj, en el legado de historiadores nuestros, en SakerTi como lo llamo Neruda Lirio de los Valles, en La Gazeta, Semilla o Codeca. Hoy en esta columna de un poeta de cerros y oceanos llamado Rodrigo.
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