Condenados sin causa ni culpa

Virgilio Álvarez Aragón | Política y sociedad / PUPITRE ROTO

En los remedos de democracia, como es el caso de Guatemala, además de que las organizaciones políticas no llegan sino a representar los intereses del pequeño círculo que les da vida y financiamiento, sus candidatos presidenciales son el señor(a) de todo y deciden hasta cómo se elaborarán las coronas mortuorias del final de su período. Claro, el único caso en que no es así es cuando los dueños del supuesto partido hacen todo para perder la elección y colocan un(a) candidato(a) para que sufra la derrota y pague históricamente los platos rotos.

En estas caricaturas de democracia, hasta en los partidos autoproclamados democráticos y hasta populares, sus candidatos son nombrados a dedo y aplaudidos eufóricamente por el grupo de invitados del ungido, para hacer como que realizan una asamblea en la que se decide su nominación. De ninguna de las veintitantas organizaciones políticas supimos que antes de escoger al candidato se definiera el programa de trabajo o se presentaran distintos candidatos para optar a la candidatura. Estos, o se impusieron porque son los dueños(as) del partido, o los impuso una camarilla que controla y domina la organización.

Pero en este proceso electoral tan atípico, en el que la primera vuelta se jugó en los tribunales y la DEA, por un lado, y la Corte de Constitucionalidad por el otro, dadas las triquiñuelas de unos para querer imponerse como candidatos(as) y las de otros para impedir que sus desafectos(as) participaran, los que más han salido damnificados son los que prestaron su nombre y figura para aparecer como candidatos a la Vicepresidencia.

Si hasta ahora han salido de la contienda Zury Ríos, Mario Estrada, Mauricio Radford y Thelma Aldana, sus candidatos vicepresidenciales, sin nada que ver con las causas por las que sus compañeros de fórmula fueron excluidos, salieron también de la competencia electoral. A ellos sí les han sido afectados sus derechos, pues se les niega competir sin que exista una sola causa que lo justifique. Pero en este caso no habrá un devaluado secretario general de la OEA que los defienda, pues ni ellos, ni mucho menos sus dizque partidos, han dicho ni pío.

Si bien las distintas reformitas a la Ley Electoral y de Partidos Políticos han ido mejorando los procedimientos para hacer menos mafiosas las organizaciones políticas, en nada se ha profundizado la democracia, mucho menos la protección de los derechos políticos de los candidatos. De esa cuenta, los dueños de las organizaciones pueden decidir quiénes serán sus candidatos a diputados, aunque luego les retiren el apoyo porque los consideran impresentables, sin que estos puedan recurrir a ningún organismo, porque, al fin de cuentas, así como los imponen, los pueden quitar. Los dueños de los partidos pueden decidir, en una cena familiar, que no permitirán que sus diputados se presenten a la reelección, y estos no tienen un solo mecanismo legal para defender sus derechos.

Si con el transfuguismo el Tribunal Supremo Electoral ha jugado al «tin marín», impidiendo a unos y permitiendo a otros participar, lo de la honorabilidad es una cuestión tan discrecional que de dos juzgados y condenados en Estados Unidos, uno, el traficante, goza de muy buena salud política y el otro, que aceptó dinero de un tercer país para apoyarlo en las Naciones Unidas, de nueva cuenta es impedido de participar.

El caso de los vicepresidenciables no ha sido siquiera puesto en discusión, muy posiblemente porque, en los cuatro casos, los candidatos presidenciales eran o los dueños del partido o los supuestos gallos ganadores de la organización. Qué sucedería si, por un milagro de Belzebú, en un acto público mueren todos los candidatos presidenciales y no queda uno solo vivo. Pues que según el criterio aplicado hasta ahora por el TSE, no tendríamos elecciones.

Cierto, con un grupo tan grande de candidatos, alguno de ellos podría salvarse de las llamas, cuestión que efectivamente era la hipótesis con la que jugaba Mario Estrada al pretender asesinar a dos de sus contrincantes, que bien podrían haber sido veinte, porque habían muchos arriba de él en las intenciones de votos y porque, aprendido el oficio, unos cuantos muertos más no habrían hecho la diferencia.

La eliminación de la contienda electoral de los candidatos a vicepresidente, sin tener más culpa que haber aceptado la postulación, evidencia la poca importancia que en nuestro sistema político se le da a ese cargo, que más que llanta de repuesto resulta siendo pluma de sombrero. Pero, lo más peligroso del asunto, es que resulta una clara evidencia del personalismo autoritario del presidencialismo que hemos hecho prevalecer desde que somos República. Mientras sigamos haciéndonos creer que son los individuos la solución y que la política no es cuestión colectiva, avanzaremos mucho menos que los cangrejos.


En la imagen principal, Javier Castillo (ex vicepresidenciable de UCN), fotografía tomada de Emisoras Unidas; Roberto Molina Barreto (ex vicepresidenciable de Valor), fotografía tomada de elPeriódico; Jonathan Menkos (ex vicepresidenciable de Semilla), fotografía tomada de La voz de la gente y Manuel Abundio Maldonado, fotografía tomada de República.

Virgilio Álvarez Aragón

Sociólogo, interesado en los problemas de la educación y la juventud. Apasionado por las obras de Mangoré y Villa-Lobos. Enemigo acérrimo de las fronteras y los prejuicios. Amante del silencio y la paz.

Pupitre roto

Un Commentario

Hugo 24/05/2019

Que buen articulo, yo hubiera preferido a Javier Castillo de candidato a presidente, tipaso, incluso Thelma se quedaba atraz de su vice, saludos

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