-Edgar Celada Q. / PUERTAS ABIERTAS–
Avanzamos. Desde la parte más empinada de la décima calle vemos las banderas bajando hacia la novena avenida, cuando la cabeza de la manifestación llegó ya a la puerta principal del Congreso de la República. Entonces me asalta la voz de Víctor Jara: “Aquí hermano, aquí sobre la tierra, / el alma se nos llena de banderas / que avanzan, / contra el miedo, / avanzan, / venceremos”.
Cientos de banderas, de todos tamaños, ondean iluminadas por decenas de antorchas en manos –banderas y antorchas– de miles de manifestantes: sobre todo jóvenes, ríos de jóvenes.: Indignados pero sanos, sin la ponzoña del pasado y con el sueño de un futuro distinto en la pupila.
También venimos los sobrevivientes. En 2018 varios de quienes marchamos esta noche cumplimos 50 años –algunos más– de andar en éstas, con ese tozudo alzar de la voz en las calles contra la infamia y por la vida. Como la consigna de cuando enterramos a Robin García, cuando enterramos a Oliverio: “¡No era tras la muerte a lo que fuimos! Era tras la vida”.
Pero los sobrevivientes somos los menos: hay juventud; mucha juventud. Hay esperanza.
Al llegar frente al Palacio Nacional, otra vez esa sensación del alma llena de banderas: se alzan con enjundia cuando la única oradora –joven: es su hora– dice desde el altavoz: “reiterar la exigencia de la renuncia inmediata de Jimmy Morales del cargo de Presidente de la República…”. Y, tras la encendida arenga, entonamos el himno nacional, las y los jóvenes, las y los niños tomados de la mano de sus padres, tan jóvenes como los otros.
Sí, también cantamos el himno nosotros, los sobrevivientes.
Luego se da la voz de proseguir. “Vamos a casa presidencial a pedir la renuncia del payaso sangriento”, escribo a quienes en la distancia esperan noticias. Llega así el turno estelar de la Batucada del Pueblo, cuyos redoblantes y atabales no han dejado de trasmitir energía, desde que salimos del Paraninfo Universitario.
“Jimmy Morales / a los tribunales; Jimmy Morales / a los tribunales…” y “el pueblo presente / no tiene presidente; el pueblo presente / no tiene presidente…”, grita a voz en cuello, ya casi afónica, una joven señora desde su probable 1.45 de estatura; mientras el corazón palpita, retumba, al ritmo de “la Batu”, como a sus integrantes les gusta llamarse.
Entre ellos, un muchacho, de no más de 17 años, que empezó en esto en 2015. No termina aún el bachillerato, pero ya tiene decidido estudiar Medicina en la Universidad de San Carlos. A su lado, otra jovencita que no para con el redoblante y frente a ella, blandiendo la baqueta del bombo incansable, una muchacha robusta, alma del grupo.
Hay juventud: hay esperanza.
Un Commentario
Hay esperanzas, definitivamente. Gracias buen puntp de vista
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