¿Cómo poner una violación en palabras?

-Julia Rayberg | PUERTAS ABIERTAS

Ha pasado un año desde #MeToo / #YoTambién cuando mujeres en todo el mundo se atrevieron a contar de la violencia sexual de la cual habían sido víctimas. Pero todavía hay más que contar. El silencio y la culpabilización de la mujer son los mejores cómplices de la violencia sexual contra la mujer. Julia Rayberg, una joven de EE. UU., se atrevió a romper el silencio después de haber sido drogada y violada en Panajachel. Hay más mujeres que han sido víctimas del mismo grupo de hombres y ahora se buscan a más víctimas para hacer una denuncia colectiva. Estas son las palabras de Julia.


«Julia, eres una buena chica», me solía decir cuando me ayudaba a cambiar las pesas en el gimnasio, guiándome como mi entrenador personal. Su voz era suave y relajada, mientras cambiaba fácilmente entre inglés y español. El gimnasio; en un pueblo rural de Guatemala, era pequeño pero acogedor. Entrenábamos duro durante una hora a diario y mezclábamos el entreno con risas y pláticas sobre la vida.

Él era el tipo de chico que no salía mucho de fiesta. Trabajaba duro. Se acostaba temprano para levantarse en la madrugada. Comía bien.

Él era el tipo de chico que no tomaba drogas. Tenía una novia bella en Estados Unidos. Él sabía cómo vivir una vida saludable. Sentía respeto por él.

Su papá dejó a su familia cuando él era aún pequeño. «No tengo padre», decía. «Jamás podría tratar a una mujer de la forma en que los hombres han tratado a mi mamá».

Empecé a agarrarle cariño, así como hacen los amigues, pero no se lo mostré. Guatemala es mi hogar. Me mudé de Estados Unidos hace años. He trabajado en estas comunidades y he visto estas situaciones antes. Demasiadas veces. Comprendía su vida.

«Mi mamá luchó y trabajó duro cuando éramos niños. Éramos muy pobres. Lavaba ropa. Ahora yo la cuido, ella se lo merece». Lo escuché en silencio, evité ser demasiado personal. Tuve que poner una pared entre nosotres. Es algo que suelo hacer. Odio la vulnerabilidad.

Me contó que sus hermanos tenían trabajos mejores que el suyo, más profesionales. Ellos le decían cosas como «algún día tienes que encontrarte un trabajo más profesional». Me contó que ellos eran más exitosos que él. Pero mis preguntas de «¿por qué?» o «¿cómo?»  nunca fueron respondidas.

«Julia, eres una buena chica» me decía cuando hablábamos de la organización que fundé en su país y de lo importante que es el servicio para mí. Me contó que él tenía un programa de fútbol para niños pobres en el pueblo. Me mostró fotos. Compartíamos la misma pasión de ayudar y apoyar a la comunidad.

La ginecóloga me dio consuelo mientras examinaba mi cérvix. Estaba temblando en la cama de examinación. Ella no pudo encontrar el tampón que luego salió de mi cuerpo, ocho días después de la violación. Tiene que haber estado metido muy adentro.

«Eres una buena chica Julia, trabajas duro», solía decir él. Así fue como me invitó a la fiesta de cumpleaños de su mejor amigo, recordándome todos los días por una semana de la fiesta.

«Vienes Julia, ¿verdad?».

«Sí».

Llevé mi propio vino, era muy temprano como para tomar otra cosa. «Pero igual ellos van a tener tragos allí», él insistía. No estaba interesada en tomar licor, era temprano en la tarde.

La casa era muy exclusiva, moderna, recién construida. Había música latina a todo volumen. Fue un largo camino desde la puerta de entrada hasta el salón donde la gente se juntaba alrededor de una mesa de billar. Pasé a la sala con una sonrisa incómoda y entré en el área de la cocina. Una pesadilla para una persona introvertida. La vista era increíble. La terraza de la cocina hacía pensar en el paraíso. El lago más bello del mundo, volcanes, pura serenidad. Allí me podías encontrar, admirando el lago, por el tiempo que recuerdo al menos. Los otros invitados despejaron mis sospechas bajo un manto de hospitalidad. Intenté relajarme.

«Solo relájate Julia. Solo disfruta».

En lo único que podía pensar era en el niño de doce años a quien habían contratado para preparar la comida. Lo conocía.

Me serví una copa de vino y le deseé un feliz cumpleaños a mi nuevo conocido. Celebramos al cumpleañero con una botella de Bombay Sapphire que le habían regalado.

Pasó una hora y llené mi copa de vino. Planeaba irme después de esa copa. Ya me había cansado de entretener a la multitud con la que no me podía relacionar.

El tiempo se congeló. O quizá no lo hizo, pero sí para mí.

Ellos eran médicos, así que tal vez fue anestesia, pero supongo que nunca lo sabré.

Me desperté en una covacha al lado del río. La cama estaba mojada con mi orina. Estaba totalmente desnuda. Él estaba a la par mía. Pensé que mi corazón nunca se iba a calmar. Hacía tanto frío.

Perdí el control. Empecé a hacerle preguntas antes de saber qué estaba en realidad preguntando. «¿Dónde estoy? ¿Qué pasó? ¿Qué hora es? ¿Dónde está mi bolsa?». No tenía nada. Me había sacado de la fiesta sin mis pertenecías. No podía irme aunque quisiera.

Pero sabes, cuando empiezas a culpabilizarte…

Cuando estaba en la universidad, conocí el mundo del alcohol hasta no recordarme de nada. De hecho, tuve mucha experiencia en eso. Dejé de tomar alcohol hace tres años y medio. Entre los 21 y 24 años, me dediqué a la introspección, al trabajo duro, al amor propio y a la meditación y tranquilidad mental. Hace poco decidí que estaba lista. Me di permiso de tomar una copa de vino. Gozar de la vida. Una vida sana y balanceada. Una vida que sigo viviendo mientras trabajo en comunidades empobrecidas en la Guatemala rural.

« ¿Qué hiciste, Julia?», fue lo que pensé. « ¿Cómo diablos pasó esto?».

Estaba tan oscuro en el cuarto. Su piel era suave pero se sentía asquerosa cuando me tocaba. Mi cuerpo lo rechazaba como si supiera algo que yo no sabía. Temblaba descontroladamente. Mis manos estaban inestables. Me sentía enferma. Tenía mucha hambre.

Me dio ropa para ponerme mientras me consolaba. «No pasó nada, solo tomaste demasiado, Julia. No te preocupes», era lo que me decía. Pero su voz temblaba. Mi reacción le había causado pánico.

Diez horas de lo desconocido.

Un techo oscuro y una mirada vacía. Un dolor tan profundo y un deseo ardiente por respuestas. Un chico acostado y una cama de orina.

El adormecimiento se apoderó de todo.

Repentinamente recordé el tampón. Fue un tampón «solo por si acaso» que me puse antes de la fiesta. Le dije en pánico, «¡Tenía un tampón!» Él me apartó, «dijiste algo acerca de sacártelo». Me habló en un tono suave.

«Todo está bien. Te salvé de la fiesta. Nada pasó Julia, estás a salvo. No tuvimos sexo».

Diez horas de lo desconocido.

Quería irme, pero la habitación se sentía más segura que el exterior impredecible.

Un asentamiento de narcos cerca del río. La familia más fea. Tan fea.

Él trató de acercar su cuerpo al mío, «¿quieres? ¿quieres, Julia?» me preguntó varias veces. «¿Quieres?». Me lo preguntaba en español. Aun puedo oír su tono.

Adormecí mi cuerpo y mi mente mientras contesté de forma monótona y en voz baja: «No», mientras miraba el techo. Me quedé acostada y despierta, alerta, buscando por respuestas, por horas mientras él dormía.

El amanecer no podría haber venido más rápido.

La ETS era evidente. Los tres distintos antibióticos me quemaron el estómago. «Tómalo cada 8 horas por 7 días», me dijo el doctor.

La llamó el «paquete variado». El paquete de «no tengo ni idea qué puedes tener, pero por favor toma todo esto». Las inyecciones vaginales nocturnas me hacen llorar cada vez.

10 horas de lo desconocido, pero soy fuerte.

Fui a la policía y me dijeron que dejara mi casa. Pero soy fuerte.

Comencé a hacer ruido y me comenzaron a ver. Pero soy fuerte.

Le mostré a la policía la sucia covacha cerca del río. Señalaron la red de miembros de la familia criminal de él. Pero soy fuerte.

Pensé que conocía a mi amigo. Solo él sabía su violación premeditada. Pero soy fuerte.

Aprendí que hay traficantes de droga en Guatemala. Pero no tengo miedo, soy fuerte.

Me hice el examen forense que se requiere legalmente en Guatemala –la razón por la cual las mujeres no denuncian las violaciones en este país–. «Párate aquí. Abre las piernas. Ponte en cuclillas. Ponte en cuatro, con la cabeza viendo hacia abajo», me decía el doctor que era hombre.

La cortina sobre la mesa de examinación estaba sucia y manchada de exámenes anteriores. Le pregunté si la habían limpiado antes, pero creo que no le gustó esa pregunta. Todo era un desastre. El cuarto estaba frío y él realizó un examen de cuerpo completo.

Lloré mientras él tomaba fotos y entraba a mi cuerpo.

Violada de nuevo. Pero soy fuerte.

Pensé por días cómo llamar y contarle a mi familia. A miles de kilómetros, ¿cómo podría consolar a mi mamá? ¿Cómo podría prevenir que mi papá lo matara? Mi pobre hermana y hermano, sé que se les rompería el corazón. Cargar con el peso de su dolor es peor que cargar el mío. Pero soy fuerte.

Cuatro mujeres se me acercaron, todas habían sido drogadas y violadas por estos individuos. Nunca dijeron nada. Pero hablaré por ellas. Podemos ser fuertes juntas.

Y mientras mi mente está consumida por fuerza, todo mi cuerpo duele. Estoy funcionando en dos niveles distintos.

Fast Car de Tracy Chapman suena en repetición. No sé por qué, pero se siente bien.

«No te detengas, Julia. Esta es tu lucha por pelear», repite la voz dentro de mi cabeza.

Un disco hermoso y roto.

«A menos que a alguien como tú le importe muchísimo, nada va a cambiar. No lo hará», reflexiono con el Dr. Seuss.

¿Cómo poner la violación en palabras? Me he estado preguntando por días. Y hoy, en el décimo día luego de mi violación, solo se siente correcto reconocer mis diez horas de desconocimiento.

En el nombre de las mujeres que lo han vivido, las que no fueron tan afortunadas y perdieron sus vidas antes de que pudieran hablar. En el nombre de la niña de cinco años que salió caminando del cuarto de examinación forense antes de mí, histérica, diminuta. Su pequeño cuerpo, absolutamente derrotado. Iba con sus dos hermanas mayores. Horas y horas de oscuridad desconocida entre nosotras. Todas sobrevivientes de violación. Mis ojos conectaron con la más grande de sus hermanas, de 13 años. No necesitamos hablar, nuestros ojos intercambiaron condolencias. Quería vomitar. ¿Cómo no hacerlo por ellas? Yo seré su voz, pequeñas angelitas.

Lo haré por la joven chica dentro de mí que experimentó algo antes y no pudo contarlo, solo se adormeció. Se encerró. Se escondió. Se sintió avergonzada. Necesito hacerlo por ella. En nombre de la justicia. Continuaré luchando. No tendré miedo.

Soy fuerte.


Julia Rayberg – How do you put rape into words.

Si tambíen has sido victima puedes mandar un correo a: metoo502.gt@gmail.com. Te creemos hermana.

Julia Rayberg

De 25 años, es filántropa, feminista y fundadora de Worthy Village, una ONG que promueve la salud pública en Panajachel, Sololá. Es de EE. UU. y lleva cuatro años de vivir en Guatemala.

Puertas abiertas

2 Commentarios

Paula L.BARRUNDIA 21/10/2019

Continuaron con el proceso? comprendo el duelo, luto y dolor del abuso es para toda la vida que marca constantemente y arruina proyectos de vida, por lo tanto mínimo el derecho a la reparación digna! En Guatemala a las mujeres les dicen : «calladita te ves más bonita» lamentablemente nuestro país revictimiza y tú fuiste una persona valiente en alzar la voz por todas las mujeres que diariamente son sobrevivientes.

Silvia Beltetón 04/12/2018

No tengo palabras para decirle, por lo terrible de su experiencia y lo valiente que ha sido a pesar de lo que vivió, tristemente en Guatemala, las mujeres seguimos siendo objetos y la autoridades siguen victimizando a las victimas, somos fuertes y somos valiosas. Espero obtenga pronta justicia y que esto no le pase a nadie mas y se promueva en medio de tanto dolor, la denuncia como medio de obtener un poco de luz al final del tunel. #No Mas #YoTeCreo

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