-Tomás Rosada / MIS CINCO LEN–
Quiero comenzar por el principio: agradeciendo la invitación a escribir que me ha hecho gAZeta. Grata mezcla de placer y honor. Placer de poder seguir escribiendo en libertad y honor de sumarme a un mosaico como el que aquí se da cita. ¡Lindo y estimulante proyecto realmente!
En un país como Guatemala, pequeño, conservador, timorato, habla-quedito, con poco mundo y mucha profundidad, con poco Estado y mucha necesidad, con poco espacio y mucha diversidad, es esperanzador ver la explosión de plumas y conceptos que ya circulan y encuentran posada en una diversidad de medios. Es en parte mérito propio, consecuencia natural de dejar de estarnos matando unos a otros y terca convicción de que hay que acabar de perderle miedo al pasado y seguir faltándole el respeto a la historia oficial. Pero también hay mucho de inercia planetaria, pues, como dijera un célebre escritor hace poco, mientras que antes uno escribía y el reto era encontrar el medio donde publicar; hoy es al revés, se tienen tantos medios a mano que el desafío es llenarlos de contenido.
También es verdad que en un país como Guatemala mucha de esta primavera editorial se sigue dando en un espacio muy estrecho, lo cual nos obliga a buscar nuevas y creativas formas de correr el cerco para comunicarnos con más y más paisanos, a quienes todavía no les llegan suficientes y más aireadas conversaciones.
Por eso acepté el reto de jalar mi tintero a gAZeta, porque pienso que es en la palabra escrita donde se deja rastro al cual volver para interpelar y ser interpelado. La palabra escrita es por excelencia la forma de construir un relato que nos debiera asistir en la construcción de esa idea frágil y elusiva que es el «nosotros guatemaltecos».
Como siempre, ofrezco pensar en plural, convencido de que los principales desafíos de desarrollo que tiene Guatemala –pero que no le son exclusivos a Guatemala– son de naturaleza colectiva: ¿cómo construimos espacios duraderos de confianza y encuentro? ¿Cómo pensamos en soluciones que valoren tanto el producto final como el proceso para llegar a él? ¿Cómo aprendemos a alcanzar y mantener compromisos, sabiendo que en toda negociación hay que ceder algo para obtener algo? ¿Cómo encontramos esos espacios comunes que nos preocupan a todos y que nos ayudan a pensar más en el pasado mañana y menos en el hoy por la tarde? ¿Cómo nos despojamos de mesianismos y nos hacemos de mayor humildad ciudadana? ¿Cómo aprendemos a levantar la mirada un poquito más alto del cerco histórico y la geografía que nos contiene, para así descubrir otras ideas, otras realidades, otras maneras de resolver y avanzar? ¿Cómo hacemos para que los guatemaltecos –y los que se sienten guatemaltecos–, vivan donde vivan, puedan tener siempre la oportunidad de enviar no solo remesas, sino ideas y contribuciones a la larga lista de retos que tenemos por delante?
En suma: ¿cómo aprendemos a salir juntos del atraso?
La agenda es enorme, es compleja, es estructural, y por ratos se antoja imposible. Pero la apuesta debe ser por la paciencia, la perseverancia y el diálogo social franco. Tratar de deshacer el nudo gordiano hebra a hebra, en pedacitos de tamaño suficiente para hacer digerible la tarea; acompañar procesos hasta llevarlos a un punto de no retorno, trabajando en simultáneo; mantener siempre y bajo cualquier circunstancia un sentido de flexibilidad y oportunidad política en la secuencia de acciones que se deban llevar a cabo.
Quienes me conocen saben que a eso he apostado y dedicado buena parte de mi tiempo y energías. Así, desde esta otra nueva esquina enviaré cada tanto «mis cinco len»…
Tomás Rosada

Guatemalteco, lector, escuchacuentos, economista y errante empedernido. Creyente en el poder de la acción colectiva; en los bienes, las instituciones y los servidores públicos. Le apuesta siempre al diálogo social para la transformación de estructuras. Tercamente convencido de que la desigualdad extrema es un lastre histórico que hay que cambiar en Guatemala. Por eso, y sin querer, se metió al callejón del desarrollo, de donde nunca más volvió a salir. Algún día volverá a levantar el campamento y regresará a Guatemala para instalarse en el centro —allí cerquita de donde dejó el ombligo—, para tomar café, escribir, escuchar y revivir historias de ese país que se le metió en la piel por boca y ojos de padres y abuelos.
2 Commentarios
Lo mejor de esta columna, puedo decir, sin lugar a equivocarme, es la manera en que usted se expresa, desde «el nosotros».
Ya solo eso dicho y pensado de manera sostenida es un gran avance.
Felicitaciones mi Tomas Ricardo.
Comparto todo lo escrito y lo invito a seguir adelante como lo ha hecho hasta hoy, con perseverancia y disciplina.
Porque saldremos adelante…..
Saldremos! De la mano.
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