Claro que sí: Guatemala puede salir de la crisis

-Edgar Rosales / DEMOCRACIA VERTEBRAL

Una constante en el país desde buena parte del siglo pasado ha sido la ocurrencia de situaciones críticas, especialmente en lo político, como resultado de históricas discrepancias al interno de la sociedad y que han sido resueltas por diversas vías. El problema es que una vez aliviada la fase de tensión, se cae en el conformismo y se deja de trabajar en los mecanismos para erradicar las causas del conflicto observado. Se superó la crisis, se suele decir.

En efecto, después de sufrir una de estas situaciones complicadas, suelen haber consecuencias, unas veces en lo jurídico, otras, en lo económico y, principalmente, en lo político, aunque suelen presentarse propuestas que incluyen más de uno de estos aspectos, pero como decía, sin la posibilidad de erigirse en mecanismos reales de solución.

A vuelo de pájaro, entre las etapas más críticas de nuestra historia reciente, podemos mencionar que las Jornadas de marzo y abril de 1962 dieron lugar a una serie de acciones, que derivaron en el golpe militar encabezado por Peralta Azurdia. Las crisis desatadas tras los fraudes electorales de 1974, 1978 y 1982 cerraron las posibilidades de participación democrática, contribuyeron a fortalecer y hasta a legitimar al movimiento insurgente. Las jornadas populares de octubre del 78, ocasionadas por una de las tantas alzas arbitrarias en el transporte urbano, tuvo su efecto más dramático en el asesinato de Oliverio Castañeda de León.

El Serranazo de 1995 condujo a un aberrante proceso de reforma constitucional, y en el siglo 21 se puede afirmar que el plan echado a andar tras la muerte del abogado Rodrigo Rosemberg influyó en la definición del rol de la Cicig y a la adopción de medidas jurídicas, como la reforma a las leyes de postulación.

Sin embargo, nada de lo anterior contribuyó a definir escenarios exentos de crisis. Al contrario, a medida que transcurre la vida del país, pareciera que estar en medio de ellas es lo más lógico. Y aunque se han realizado esfuerzos, lamentablemente la mayoría de estos no ha superado la fase de buenas intenciones.

A partir de abril de 2015 Guatemala entró en una nueva etapa crítica, sin duda una de las más prolongadas que se recuerden. El destape de casos escandalosos de corrupción terminaron por delatar al extinto Partido Patriota como una estructura mafiosa, de latrocinio descarado y, de paso, contribuyó a acentuar la generalizada imagen que asocia a todos los políticos con actos delictivos (lo cual tampoco es cierto).

Y como en ocasiones anteriores, se buscan respuestas inmediatas, que no son necesariamente soluciones. Sobre todo, fragmentadas, de corto plazo, sectoriales. Sobre todo, en vez de las causas se cae en esa costumbre, tan común entre la población, y que consiste en estimar que los problemas se resuelven por medio de leyes.

En efecto, el debate político se centra en las reformas a la Ley Electoral y de Partidos Políticos, lo cual es importante mas no es la panacea que todo mundo grita. Y es que, una vez más, hay acuerdos en lo específico pero no en lo general. Para el comité propartido Semilla, por ejemplo, una de sus grandes preocupaciones es que las barreras para inscribir un partido, “son muy altas”. Es obvio que conseguir 23 mil firmas es una dificultad mayúscula para ellos. Y no es así. ¿Qué dirían sus dirigentes si supieran que antes del proceso democratizador de 1985 se requerían 50 mil firmas, con un máximo de 20 % de analfabetas entre los adherentes?

Y otros grupos claman por los subdistritos (lo cual puede beneficiar a los partidos tradicionales con mediana estructura organizativa). Pero el quid de este asunto es que para lograrlo se requiere la reforma del artículo 157 de la Carta Magna que reza: “La potestad legislativa corresponde al Congreso de la República, compuesto por diputados electos directamente por el pueblo en sufragio universal y secreto, por el sistema de distritos electorales y lista nacional”. Además, con un TSE que un día dice que los subdistritos son inconstitucionales pero una semana después dice lo contrario, es más que obvio que no vamos a ninguna parte.

Este tipo de “soluciones” acarrea otros problemas de fondo: a cambio de estimular la participación se va a sacrificar la representatividad y, con ella, la legitimidad de quienes asuman puestos de poder. O sea: peor el remedio que la enfermedad.

Y tal y como he intentado demostrar en dos artículos recientes publicados aquí, en gAZeta, acerca de la derecha y la izquierda en mi país, resulta fácil colegir que no es por esas vías de expresión política por donde vendrán las soluciones. Sugiero leer el brillante artículo escrito en este mismo espacio por el Dr. Luis Zurita, bajo el título De lo político y lo ético en la transformación democrática de Guatemala.

Dice Zurita: «Es posible que haya llegado el momento en que haya que conciliar el interés particular con el interés general, sobre la base de que el ser individual no sea enemigo del ser social, ni el ser social sea enemigo del ser individual, en cuyo sentido la sístole y la diástole de la vida nacional sea la complementariedad entre competencia y cooperación».

Y agrega: «El problema es que resolver las falencias implica grandes acuerdos políticos y una definición del horizonte hacia dónde queremos llevar el país. Pero el país está confrontado por una guerra sorda en que reina el sálvese el que pueda, por lo que es una irresponsabilidad para con el futuro de nuestros hijos no actuar en correspondencia. El tiempo pasa y el carro de la historia ha ido dejando a Guatemala en la cuneta del olvido, salvo que, por fin y con toda responsabilidad, los liderazgos nacionales acepten el reto de la historia… lo cual implica: reconciliación nacional, democracia política, ética empresarial, equilibrio entre ser humano y naturaleza y gobernar para el bien común».

Esto sí es trascendental y necesario. Más efectivo que cualquier reforma meramente legal. Huelgan más comentarios.

Edgar Rosales

Periodista retirado y escritor más o menos activo. Con estudios en Economía y en Gestión Pública. Sobreviviente de la etapa fundacional del socialismo democrático en Guatemala, aficionado a la polémica, la música, el buen vino y la obra de Hesse. Respetuoso de la diversidad ideológica pero convencido de que se puede coincidir en dos temas: combate a la pobreza y marginación de la oligarquía.

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