Fernando González Davison | Política y sociedad / DING DONG
¿Cómo decidir acertadamente si una acción es honorable o ignominiosa, si es provechosa o no? Cicerón, ya en la tercera edad, nos propone seguir las cuatro virtudes cardinales: la sabiduría (prudencia), la justicia (más generosidad), la magnanimidad y el decoro o decorum (que incluye la templanza), que conforman las bases para nuestro buen actuar y que son las bases de lo honesto, lejos de lo indecoroso. Él escribió una larga carta a su hijo Marco, Los deberes, en medio del caos que se había creado en Roma tras el asesinato de Julio César en manos de los senadores, pues no pudo visitar a su hijo en ese terrible ambiente, quien estudiaba en Grecia. La escribió para orientarlo en su futuro actuar político.
Lo honesto, le decía, procede de una de esas virtudes y resplandece cuando hay justicia. Y siguiendo a Platón le recuerda que «no hemos nacido para nosotros únicamente, sino que una parte de nuestro nacimiento debemos a nuestra patria, otra a nuestros padres». No nacemos solo para nosotros sino para la sociedad, y es nuestra «primera obligación» velar por ella. «La avaricia y la ambición son dos causas muy comunes de la injusticia», por lo que es «es necesario huir siempre de la injusticia». «De los cuatro vínculos de la sociedad, el más fuerte es el de la patria» y agrega el de los padres, la honestidad guía de la conducta. Cuestiona a quienes les interesan más los asuntos particulares «en lugar de emplearse en servicio del bien común, que eso no es virtud sino vicio… barbarie que se despoja de todos los sentimientos de humanidad». Le recuerda que «la igualdad es la base de la justicia». La honestidad consiste en acciones virtuosas. Los de buen ánimo desprecian los bienes externos y, por ello, les recomienda que «siempre emprendan cosas grandes, pero muy útiles y empeñadas, llenas de trabajos y dificultades, pasando por todos los peligros de la vida, y de en cuanto a ella pertenece», que de allí viene el esplendor, la generosidad y magnanimidad. «Y huir de la codicia del dinero, pues no hay cosa que indique la bajeza y abatimiento de ánimo que el amor por las riquezas; nada más honesto y magnánimo que despreciarlas si no la tenemos, y si las tenemos emplearlas en ser liberales y bienhechores».
Cicerón habla de las distintas orientaciones que tienen los hombres, pero «aquellos a quienes ha dotado la naturaleza de talentos, y de la disposición necesaria para gobernar, dejando a un lado todo embarazo. Ellos deben aspirar a los mayores cargos y al gobierno de la república». Pero sucede que acá, y en otros países de este continente, los que dirigen la política han sido los más ineptos e inescrupulosos, alejados de las virtudes que consigna el sabio Cicerón, lo que ha denigrado a la política y ha arrasado el desarrollo y la salud de los pueblos, que se han dejado llevar por encantadores de serpientes, pero que están más alejados de lo que Cicerón recomienda para esos cargos: no nos dirigen «los más elevados espíritus», pues por ello han dado lugar a pesadumbres, como nos ha sucedido con gobernantes y políticos impresentables, cuya descomposición ha rayado en «sacrificar a la patria» y arruinarla, porque se han olvidado –tanto políticos y magistrados– de seguir la máxima «de mirar de tal manera por el bien de los ciudadanos… olvidándose de sus su cuidado y vigilancia en todo el cuerpo de la república». Estos políticos, magistrados, dirigentes sindicales públicos, cúpula empresarial, desdicen de «la templanza y moderación en todas sus cosas». Aquí se contiene lo que los griegos llaman decorum… que no puede separarse de la honestidad, «porque todo lo que es decente es también honesto, y todo lo que es decente es igualmente honesto… y lo justo es decoroso». Cuán lejos está Guatemala y el continente de tener dirigentes políticos, sindicales y empresariales de ese calibre: casi todos impresentables, indecorosos, donde la obscenidad de las palabras se aúna a la chocarrería ajena, al talento y honestidad.
Fernando González Davison

(1948) Escritor, internacionalista y exdiplomático guatemalteco.
2 Commentarios
Bien mi recordado amigo, compañero de pasadas andanzas y añoranzas. Los comentarios redundan en un realidad realidad tan lacerante como la vivida en aquellos tiempos que parecieran no terminar. Felicitaciones por tu artículo un fuerte abrazo.
Al reflexionar sobre tu texto, recuerdo cuando compartí aprendizajes con mis alumnos en el Seminario de Derecho Romano.
Repetía los principios de Ulpiano; «Honeste vivere, alterum non laedere, suum cuique tribuere», que viene a decir, más o menos: «Vivir honestamente, no dañar a los demás y dar a cada uno lo suyo».
Es un plan de vida… y como mandamiento de los servidores publicos. A ver si lo graban en mármol en el frontispicio del Congreso o frente al Palacio Nacional…
Para evitar equívocos, con permiso de los latinistas, yo cambiaría la traducción de «honeste» y pondría mejor «honradamente».
Se parece, pero no es igual porque la honestidad se aplica solo de la cintura para abajo. De cintura para arriba, honradez…
La honestidad de los políticos es cosa suya, pero su honradez nos afecta a todos.
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