-José Luis González | ENSAYO–
Necesítase, empero, para desatar este nudo que no ha podido cortar la espada,
estudiar prolijamente las vueltas y revueltas de los hilos que lo forman, y buscar en los antecedentes nacionales,
en la fisonomía del suelo, en las costumbres y tradiciones populares, los puntos en que están pegados.
Facundo. Domingo Faustino Sarmientos
Recuerdo que una tarde, como oyera un leve ruido en el cuarto vecino al mío, pregunté en voz alta: «¿Quién anda por ahí?»
Y la voz de una criada recién llegada de su pueblo contestó: «No es nadie, señor, soy yo».
El laberinto de la soledad. Octavio Paz
Introducción
Si el latinoamericanismo, como concepto, forma parte del esfuerzo promovido por la academia norteamericana por repensar los límites y los diseños geopolíticos y geoculturales de América Latina, así como los objetos, sujetos y procesos que permiten su estudio y comprensión[1], supongo que el centroamericanismo hace lo propio con la unidad geográfica denominada Centroamérica, también conocida como la «cinturita» de América.
Y es que esta región, compuesta por pequeños países, tan alejados los unos de los otros como del resto del mundo, se constituye en el sujeto periférico de la subalternizada América Latina que, históricamente, tuvo como referentes culturales a México y a Argentina, a cuyas casas editoriales y mercados literarios debían acudir los escritores que acaso pudieron trascender sus fronteras. Es decir que, su condición de región preterida es doble y las causas históricas de ello, quizás obedezcan a intereses económicos y geopolíticos imperialistas y a sus aliados criollos que finalmente mutilaron la región.
Sin embargo, las fuerzas culturales que tiene esta región, igual que sus raíces precolombinas, si bien parecen enterradas, se mantienen vigorosas y provocan, a la par de admiración, un hervidero de problemas sociales, económicos y culturales que parece no tener fin. Centroamérica y, particularmente, Guatemala, El Salvador y Honduras fueron construidas sobre ciudades enterradas en el centro de América[2], justo en el área cultural de Mesoamérica, que va del centro de México al norte de la América Central y que incluye completo el territorio de lo que hoy se conoce como Guatemala. En esta región florecieron varias culturas avanzadas, entre ellas la Maya, cuya civilización cultivó la ciencia y el arte hasta unas alturas excepcionales y sus avances matemáticos, astronómicos, médicos y culturales en general, llevaron a que esta cultura sea considerada por algunos estudiosos como la civilización antigua más brillante del planeta.[3]
También, este territorio central de América, casi siempre relegado a nivel regional, y no digamos mundial, ha dado excepcionales obras literarias y, particularmente, ha visto nacer dos portentos de la lengua española: Rubén Darío y Miguel Ángel Asturias, quienes justamente forman parte de los extremos y contrastes que evidencian una descomunal contradicción: de grandes sectores analfabetas, surgen obras literarias de un reconocido valor estético universal; de personas con una riqueza demencial, mayorías de sectores pobres y extremadamente pobres (miserables); de poblaciones mayoritariamente indígenas, pequeños segmentos criollos y ladinos que ostentan el poder político y económico; de preciosos paisajes y de ubérrimos parajes tropicales, escenarios de cruentas guerras civiles, en donde, pese a que los conflictos armados terminaron, hay áreas consideradas de las más violentas sobre la faz de la tierra.
Guatemala y El Salvador viven con espeluznantes niveles de violencia y con gobiernos incapaces de controlarla; Honduras, por su parte, es considerado un narcoestado y el país con mayor índice de homicidios en el hemisferio occidental; y, finalmente, Nicaragua con un conflicto y una inestabilidad política que no parece tener fin.[4]
Aproximarse a esta región, a su historia inmediata, necesariamente implica una lectura profunda de sus problemas económicos, políticos, sociales y culturales; de su historia, desde la más antigua hasta la contemporánea, con el apoyo de las ciencias sociales y de tantos métodos como perspectivas disciplinares se generen.
Sirvan, pues, los párrafos que anteceden como introducción a un breve ensayo sobre Centroamérica a través de su literatura, como región mutilada entre los países que la conforman y relegada como unidad histórica del subcontinente americano.
Antecedentes históricos de Centroamérica
Quizás valga la pena indagar sobre Centroamérica como unidad histórica, sobre su evolución y su conformación en pequeños países. Veamos.
La unidad histórica que se denomina Centroamérica, se compone por los actuales cinco países desde Guatemala hasta Costa Rica, incluyendo a Chiapas, que durante la época colonial formaba parte del antiguo Reyno de Guatemala. Panamá, que tuvo un papel importante en la dinámica colonial centroamericana, formó parte del contexto histórico de Colombia, con las circunstancias especiales que le confiere la influencia estadounidense. Belice, que si bien correspondió a la jurisdicción del Reyno de Guatemala, por mucho tiempo fue un territorio desvinculado durante la colonia y, luego de su independencia, quedó bajo la influencia inglesa.
El istmo centroamericano, tanto durante la colonia como durante la época actual, ha sido un puente que conecta dos enormes porciones del territorio del subcontinente americano: Norteamérica y Sudamérica. La Conquista, en realidad, provino tanto del norte como del sur. Desde México, Hernán Cortés envió a Pedro de Alvarado con su ejército español-indígena y desde Panamá, grupos expedicionarios españoles ingresaron en la parte suroriental, como Gil González de Ávila, que llegó a Costa Rica. La tercera ruta de la Conquista fue por las Antillas hacia la costa atlántica de Honduras. En suma, el Reyno de Guatemala, cuya Capitanía General, que se emplazó en lo que hoy se conoce como Guatemala, específicamente en La Antigua Guatemala, abarcó, como unidad, desde Chiapas hasta Costa Rica.
La Centroamérica colonial era, a la sazón, conocida como el Reyno de Guatemala, sintagma que, aunque impreciso, expresaba la clara separación que tenían sus habitantes respecto del Virreinato de la Nueva España, al que formalmente pertenecía.
Con la independencia de la Corona española, las batallas entre unión y separatismo marcaron la época posindependista. Desde 1821 a 1840 se mantuvieron batallas para lograr una unidad utópica: Mariano Gálvez, Francisco Morazán y otros dirigentes políticos dieron pelea para alcanzar la meta unionista. Sin embargo, Francisco Ferrara en Honduras, Francisco Malespín en El Salvador, Braulio Carrillo en Costa Rica y Rafael Carrera en Guatemala, representarían los intereses localistas[5] y favorecerían oligarquías poderosas a las que, para sus intereses, les convenía tener pequeños Estados-Naciones. La unidad centroamericana quedó frustrada y esa ha sido la línea que ha seguido hasta la época actual, pues los intentos de reunificación han sido infructuosos.
Las repúblicas centroamericanas, básicamente, han alcanzado acuerdos comerciales y de carácter económico, así como tratados migratorios; pero, en realidad, su separación entre sí es palpable. Desde que los países se implantaron como repúblicas independientes, en contexto, su historia encuentra raíces comunes, sistemas políticos y económicos similares; como «repúblicas bananeras», se homologan y como escenarios de guerras civiles Guatemala, El Salvador y Nicaragua son países hermanos. Sin embargo, a decir de José Mejía: «un escritor hondureño, por ejemplo, tiene más oportunidad de descubrir lo que se está haciendo en España que lo que ocurre en El Salvador, a menos que se traslade a vivir a este último país; un costarricense ignora todo lo que ocurre en la literatura de Nicaragua, salvo lo que circula por la gran edición. Nuestros países son verdaderos fosos, alejados los unos de los otros, más que del resto del mundo».[6]
En cuanto a su historia inmediata, Centroamérica en la década de los ochenta se contrae a la crónica de una crisis de la sociedad total en Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Más de la mitad de la población centroamericana ha vivido los rigores y efectos desastrosos de la guerra civil, de la incomprensible violencia política, de la intolerancia de uno y otro signo. Además de ello, los cinco países centroamericanos han sufrido crisis económicas, desastres naturales y los indicadores estadísticos sitúan a estos países en una situación nada halagüeña. Sin embargo, Costa Rica ha mostrado avances en varios campos excepcionales, no solo a nivel centroamericano, más bien latinoamericano.
¿Es posible hablar de una literatura centroamericana?
Centroamérica es una región absolutamente plural y de una compleja heterogeneidad. Sus sistemas jurídico-políticos –instituciones y normas de aplicación general– por sí solos son insuficientes para configurar identidades locales, peor aún, una sola identidad regional. Al menos desde el punto de vista cultural, esta región no tiene una identidad colectiva.
La población de los distintos países del istmo está dividida, por un lado, en ricos, pobres y miserables –sin estamentos intermedios significativos que ameriten mención[7]– y, por otro, en criollos, ladinos e indígenas. Este último segmento en Guatemala, por ejemplo, que es el mayoritario, se compone de grupos étnicos, diferentes entre sí, que, como afirmara Monteforte Toledo, «tienen economía propia, costumbres propias, religiones propias. De un pueblo a otro se habla distinta lengua, se usa distinto traje, se practican formas de tenencia y explotación de la tierra distintas. Los grupos étnicos –a su vez– están totalmente desconectados entre sí».[8]
Además, quinientos años de influencia occidental, apenas si dejan espacio para pensar en una relatividad cultural de valores. Pero, entonces, ¿de qué literatura centroamericana puede hablarse ante este escenario? ¿Existe realmente una literatura característicamente centroamericana? ¿Es posible hallar en El Salvador o en Costa Rica, por ejemplo, sendas literaturas con rasgos propios y contornos originales? ¿Qué elementos comunes encontramos en la literatura guatemalteca que identifiquen a todo el país –sin preterir a ninguna etnia– y que otorgue cohesión e identidad colectiva? ¿Hay diferencias ostensibles entre la literatura de Honduras con la de Nicaragua? ¿Qué tal si un escritor guatemalteco es migrante en Estados Unidos y escribe su obra en inglés? ¿Sigue siendo literatura guatemalteca o es estadounidense? ¿Determina, en este caso, el idioma y el lugar en donde se escribe la obra? ¿La obra, para ser «nacional» o «regional», debe versar sobre asuntos del país (o región) al que pertenece el escritor?
Claro, dar unas respuestas satisfactorias a las interrogantes citadas no solo superarían el propósito de este pequeño ensayo, sino, sobre todo, exigirían el concurso multidisciplinario de expertos, que con un enfoque científico, con conceptos de cultura y con uso de estadísticas, análisis técnicos y datos de laboratorio realicen un estudio profundo de la literatura, en particular, y de la realidad de la región centroamericana, en general, «sin fábulas, sin afirmaciones o negaciones gratuitas».
Sin embargo, por muy grande que sea el desafío, vale la pena sondear el tema[9], especialmente porque es justo reconocer que Centroamérica cuenta en su haber con obras literarias de un valor cultural que ha trascendido, que ha sentado cátedra, que ha fundado corrientes e influenciado pensamientos fuera de esa región, aunque conscientes como estamos de que ahí los artistas le hablan a un grupo excesivamente minoritario, pues el alto grado de analfabetismo real y funcional crea serios obstáculos al desenvolvimiento del arte y la literatura.
A mi juicio, la identidad de los pueblos se construye sobre la base de una relación auténtica con el pasado, equivalente a la que tiene el árbol con sus propias raíces, pues en toda sociedad humana, como diría el historiador Arturo Taracena, «el “vacío de conocimientos” del pasado es algo normal, que debe llenarse con investigaciones científicas multidisciplinarias»[10]. En este sentido, la literatura debe abordarse con un criterio historicista, desde la época precolombina hasta nuestros días, de forma que podamos configurar un mapa para identificar, dentro de la diversidad de perspectivas, los rasgos propios y los elementos comunes. La literatura es un recurso cultural idóneo que nos permite colmar algunos vacíos, que da sentido a los muchos sinsentidos de nuestra historia, que fortalece la construcción de una memoria histórica, que nos da la posibilidad de viajar en nuestro interior y captar las pulsiones negativas, primitivas e irrefrenables que nos han acompañado siempre. En suma, con la literatura es posible acometer uno de los estudios más importantes para cualquier persona, que es «conocernos a nosotros mismos».
Acaso la única forma de saber si la obra literaria que se ha producido en Centroamérica tiene rasgos característicos propios y si es un factor importante para dotar de identidad colectiva a la diversidad de seres humanos que conforman esta región, es conociéndola a profundidad con aplicación de un riguroso criterio crítico e histórico.
[2] Miguel Ángel Asturias se refiere, en esta frase, únicamente a Guatemala en Leyendas de Guatemala.
[3] Morales, Mario Roberto, Breve historia intercultural de Guatemala, pág. 16.
[4] Anderson, Jon Lee, prólogo «La más terrible de las guerras» de Crónicas negras. Desde una región que no cuenta, pág. 9.
[5] Pérez Brignoli, Héctor, Historia General de Centroamérica, De la Ilustración al Liberalismo (1750-1870), tomo III, pág. 135.
[6] Mejía, José, prólogo «Cuadrante» de Los centroamericanos (antología de cuentos), pág. 11.
[7] Morales, Mario Roberto. Ob. cit. Pág. 9.
[8] Monteforte Toledo, Mario. Qué es y cómo es el guatemalteco, pág. 31
[9] Ibíd. Pág. 29.
[10] Taracena Arriola, Arturo. La Civilización Maya y sus herederos. Un debate negacionista en la historiografía moderna guatemalteca, pág. 53. En Redalyc.
José Luis González

Guatemalteco, abogado y notario, escribidor de pensamientos que proponen búsqueda y tanteo.
Un Commentario
Tenemos, como región Centroamericana, muchísimas cosas en común y la literatura puede y debe ser el hilo conductor d todas las historias q nos preceden, q nos representan y q nos fortalecen como Nación Centroamericana. Solo d esta forma la, hasta ahora utópica, Integración Centroamericana no estará tan lejana como
ahora lo esta la región, «compuesta por pequeños países, tan alejados los unos de los otros como del resto del mundo». Saludos Lic!!!
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