Karen Denisse Peña | gAZeta joven / INSOMNES
Quiero contarles sobre alguien a quien no conozco en verdad, pero cuya existencia remueve ecos íntimos que siempre me acompañaron desde la infancia temprana. Sospecho que son ecos que acompañan a muchos congéneres, dado que nunca crecimos con excesos, sino más bien, con carencias, que eran tolerables pero que siempre nos pusieron al filo de una mendicidad imaginaria, y que al final paró siendo real para muchos.
Quizás por eso nunca fue parte de nuestras ilusiones ser millonarios o tener mucho dinero, en serio. Eso no era un tema, así como otros.
Celso es lustrador, limpiabotas, ha tenido su puesto desde hace 12 años, que lo he observado en una banca sobre la 6.ª avenida y 14 calle de la zona 1, frente al Parque Concordia. Alguna vez que soltó plática, me comentó que tenía de estar en ese oficio desde los 80 años. El día que me lo compartió, contaba con 100 años de edad, que no parecía realmente tener.
Nunca fue lastimero, tampoco carismático y no llenaba requisitos como para poder escribirle una apología. Es más bien parco, observador, lento para limpiar los zapatos, vestido con precariedad y solo en ocasiones lo veía dejarse acompañar por otros que se sentaban a esperar en la misma banca.
Hoy tengo 4 semanas de no verle y al final, preguntando, me contaron que lo atropelló un carro o una moto. Que se fracturó el brazo y que estaba solo en su cuarto de alquiler sin ningún familiar que le atendiera, solo la persona que le rentaba el sitio y un hijo de ella, que había dejado su numero de teléfono por si alguien llegaba a preguntar por él. Nadie ha preguntado por él. Por lo menos cercano.
No se qué clase de vida habrá tenido Celso, para estar más solo que la una, pero me acongoja un destino similar al suyo para cualquier viejo o vieja. No son tiempos para viejos. Eso creo, la soledad apremia y sin estar preparados para los avatares de la vida, tampoco lo estamos para los de la muerte.
Sé lo que digo, pues más de una vez me ha tocado hacerla de Caronte, guiando a otros a su última morada con menos angustia.
No sé si la idea actual del éxito o las ambiciones de muchos que incluyen el deseo del poder o de tener dinero, viajes, etcétera, al final sea en el fondo huir de una realidad irreductible. La verdad de la decrepitud y del envejecimiento paulatino que nos va preparando, aunque no queramos, para la muerte.
No creo que la vejez en sí misma le regale a uno la sabiduría, cada quien llegará a viejo cosechando todos los elotes que se comió y los que no se comió. Pero sí creo que puede ser una oportunidad, y obviamente la última, para poder enlentecer el impulso y ahondar en la quietud de las horas más profundas en las que se tejen los hilos de las Moiras. Esos hilos que para cada uno tienen una longitud distinta y muchas formas de entretejer lo que alguna vez hemos llamado destino.
Me dio pena Celso, me recordé de aquel poema de la Tía Chofi, de Jaime Sabines, en donde habla sobre cómo esta mujer sin nadie que le dé un pan, muere sola, más sola que la una, mientras el bendito Jaime o su alter ego joven y potente anda por el cine y haciendo el amor.
C’est la vie. Mi querido Celso, no sé qué motivo te trajo al mundo, quizá la casualidad o el accidente de una copula al azar, como a muchos, no sé si tuviste la oportunidad de amar o de ser amado. Quién sabe si fuiste bondadoso o te la pasaste sembrando tormentas que al final dejaron de alcanzar tu cara aindiada y tus pies callosos y deformes el día que decidiste ser limpiabotas en una esquina, en una rutina sagrada de ir y venir a jalón todos los días. Limpia que limpia, zapato tras zapato.
Te deseo una muerte en paz.
Nos veremos en el Hades o en Xibalbá.
Karen Denisse Peña

Soy médica y psiquiatra. Lo que más me identifica es mi oficio de terapeuta. Comulgo con la psicología profunda, el feminismo y cualquier disposición que sea y deje ser libre. Leo más que escribo, pero se llegó el momento de navegar a través de mi amor a las palabras.
Correo: nerak67@gmail.com
2 Commentarios
Encomio de una vida perdida en el maremágnum humano de este triste país.
Cuántos de estos hombres y mujeres podrían haber sido formidables contadores de cuentos, filósofos o artistas pero se han ido quedando allí, en la inmensa marginalidad cutre de la Guatemala profunda.
Sencillamente conmovedora historia real, de un ciudadano más, atrapado en una sociedad injusta.
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