Matheus Kar | Arte/cultura / BARTLEBY Y COMPAÑÍA
Aquí podría argumentar o dar razones sobre la soltería o sobre la monogamia; incluso por qué detesto el amor o por qué razón considero el amor el motivo central de mi vida. Pero no, con el tiempo he comprendido que al hablar de amor siempre estamos hablando de una persona en concreto, de una ausencia o de la añoranza de lo perdido, y por lo tanto no justifica ni tramita el «amor» de otro.
Lo que sí sé es que el amor solo puede existir en cierto universo cerrado, en aquel que nos confirma y confirma los referentes con los que nombramos a esa persona especial, y nos molesta (al punto de llegar a matar) cuando alguien contradice los referentes de este Otro ideado (¿idealizado?). Por ejemplo, si esta persona especial realiza algo fuera de las dinámicas contractuales (infidelidad, abuso o engaño), por el fervor amoroso, podemos llegar a racionalizar o significar tal acción de una manera menos dañina (eufemística) para nuestro imaginario; pero si otro significa estos actos bajo los conceptos latentes (o sea, los llama por su nombre) estará contradiciendo el concepto ideado de nuestro objeto de amor, lo cual, con la misión de proteger nuestra «realidad», podemos reprimir, ocultar o subir, lo que significa traumatizar, matar o modificar (a base de engaños o sabotajes) para inmovilizar lo «amado».
Pero esto no tiene nada que ver con el amor. Y si eso no es su objeto, ¿por qué idealizamos algo que no hemos experimentado y censuramos aquello que no conocemos del Otro? Por esa misma razón, «lo experimentado» es lo único que posibilita la conceptualización del amor; no la retención de la persona, no la publicidad de la relación o los proyectos realizados o en proceso. El amor es la investigación semántica en proceso, no responde a la burocracia de la lógica; responde, entre tantos, al oxímoron de la poesía.
Sin embargo, esto «experimentado» o «vivido» siempre exige algo que esta persona u objeto no nos puede proporcionar y que raras veces puede satisfacer (y que incluso –me darás la razón–, cuando se llega a un acuerdo parece falso y simulado; de allí la frase: «si es a la fuerza no lo quiero»). Puesto que al explicar las necesidades yoicas (o exigirlas), nos alejamos de aquello que previamente hemos simbolizado. Parafraseando a San Agustín: «Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé». Exactamente así sucede, lo exigido se presenta como síntoma y la cura como extintor, cuando el síntoma exige, en realidad, tratar lo que provoca la enfermedad.
Aunque ya me extendí y posiblemente te haya confundido más, solo me queda decir que en términos de amor no hay nada «escrito», todo es simbolizable, incluso lo ya simbolizado, que no celemos aquello que otros puedan simbolizar sobre lo que ya simbolizamos. Es cierto, es imposible que todos tengamos el mismo concepto de un mismo objeto, y que aquello que amamos otro lo puede odiar, y viceversa. Que aquello que hemos idealizado nos corresponda, desde su propia idealización, es, de por sí, un milagro.
Fotografía tomada de Culto.
Matheus Kar

(Guatemala, 1994). Promotor de la democracia y la memoria histórica. Estudió la Licenciatura en Psicología en la Universidad de San Carlos de Guatemala. Entre los reconocimientos que ha recibido destacan el II Certamen Nacional de Narrativa y Poesía «Canto de Golondrinas» 2015, el Premio Luis Cardoza y Aragón (2016), el Premio Editorial Universitaria «Manuel José Arce» (2016), el Premio Nacional de Poesía “Luz Méndez de la Vega” y Accésit del Premio Ipso Facto 2017. Su trabajo se dispersa en antologías, revistas, fanzines y blogs de todo el radio. Ha publicado Asubhã (Editorial Universitaria, 2016).
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