La selección de la ropa interior que día a día utilizamos es, para buena parte de nosotras, una cuestión tan importante como la combinación de colores entre blusa y falda o pantalón. Es una cuestión de sensibilidad, de sabernos a gusto con todo lo que llevamos puesto. No las escogemos al azar, sino, la imaginamos, acorde y en conjunto con el resto de nuestra vestimenta, y según cómo nos sentimos en el momento de su elección.
Por razones más que comerciales, en los últimos tiempos se ha popularizado un tipo de bloomer llamado brasileño. Los nombran así porque, aunque cubren parte de las caderas, al estar unidos por algo parecido al hilo dental y tensarse bajo las piernas, hacen evidente la separación y redondez de las nalgas, tal y como sucedería al usar un bikini para la playa. No importa si las tenemos grandes o pequeñas, con esa prenda se notarán separadas y no planamente unidas como sucede con el resto de calzones. Usarlas con jeans o con faldas nos da sensación de libertad, unida a la seguridad de saber que esa parte de nuestro cuerpo esta moldeado de la manera que nos agrada. Las sentimos y sabemos redondeadas, agradables a la vista cuando nos vemos de perfil en el espejo, seductoras al tacto cuando las palpamos.
Por una cuestión de gusto innato, o aprendido por siglos, las mujeres de cualquier edad y estrato social consideramos nuestras caderas parte fundamental y esencial de nuestra identidad. Dependiendo de la cultura en la que nos formemos aprendemos a lucirlas, en algunos casos con hipócrita recato, en otras con sincero placer y regocijo. Pero en todos los casos las consideramos importantes. En nuestra intimidad las observamos y, según nuestros gustos e intereses, podemos estar contentas o inconformes con su tamaño, figura y firmeza. Algunas, movidas por diferentes razones, tratan de agrandarlas y modelarlas con implantes, otras con ejercicio, y si la mayoría nos conformamos con sus características naturales, sin ningún tratamiento, a todas nos satisface saberlas agradables y sensuales. Llamativas, acariciables. Los calzones o bragas brasileñas nos potencian esa sensación.
Posiblemente por su proximidad con nuestros genitales externos, las caderas son objeto de admiración y seducción entre los hombres, de allí que con visiones marcadamente machistas, los mercadólogos, mayoritariamente varones, las promueven como instrumentos adecuados para conquistar a las parejas. Sin embargo, cuando la generalidad de las mujeres las vestimos para andar por la calle no lo hacemos porque estemos interesadas en seducir a todos los hombres en la parada del bus, centro comercial o cualquier otro sitio. Las vestimos porque de esa manera sentimos nuestro cuerpo, y en particular nuestras caderas, agradables para nosotras mismas. Que tal vez puedan atraer muchas miradas, es parte de la relación entre las personas y no deja de satisfacernos si esa mirada es de alguien que de golpe nos atrae.
Todos andamos por la calle y en los espacios públicos dispuestos a ser vistos y, por qué no decirlo, anónimamente admirados. Un par de ojos claros u obscuros, una barba a medio crecer o totalmente recortada pueden parecer, a algunas, atractivas y seductoras, pero pasado el encuentro visual serán otros objetos, otras personas, las que atraigan nuestra mirada. Con el uso de las bragas brasileñas sucede lo mismo. Sentimos a veces ese calor visual de los ojos que, por segundos, se posan en esa parte de nuestro cuerpo que aparece separado en dos partes, tal y como es en realidad. La admiración pasajera y muchas veces inconsciente nos halaga, llegando en algunos casos a producir ese escalofrío tenue que produce el rubor de saberse admirada y hasta deseada. Pero hasta allí. En la selva urbana en la que todos y todas corremos, vamos y venimos, sentirnos vistas con agrado y hasta con lujuria es parte agradable de un cotidiano abrumador, sin que eso sugiera ni permita más que eso, como no nos está permitido andar acariciando barbas o pechos masculinos.
Evidentemente también son útiles para agradar a quien queremos conquistar o atraer para un contacto físico, sea con o sin perspectivas de permanencia. Las caderas visualmente separadas son atrayentes, y no debemos negarnos el placer de mostrarlas en público, mucho menos en privado, cuando los besos, los toques suaves hacen que todo nuestro erotismo se ponga en alerta y cierta humedad se asome en la entrepierna.
Fotografía tomada de Toda época.
Ju Fagundes

Estudiante universitaria, con carreras sin concluir. Aprendiz permanente. Viajera curiosa. Dueña de mi vida y mi cuerpo. Amante del sol, la playa, el cine y la poesía.
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