Mario Castañeda | Música / EL ARCO, EL SELLO Y EL GRIMORIO
Los tiempos cambian, dicen. No sé si son «los tiempos» o nosotros que, humanamente, con nuestros aprendizajes y contradicciones cambiamos la forma de hacer las cosas. En estos días he estado pensando en cómo ha cambiado todo este rollo metalero guatemalteco desde que tuvo su auge a principios de la década de 1990 hasta el presente.
Aquellas tardes de sábado en Guatemala Musical, sobre la avenida Bolívar y 32 calle de la zona 8, eran para reunirnos y gozar de la música extrema que no sonaba en estaciones radiales ni menos verla por televisión. Apenas unos programas juveniles que presentaban la música comercial producida en Estados Unidos, Latinoamérica y Europa. El rock era permitido en su presentación comestible para los adultos.
Concierto en Guatemala Musical:
El metal que hacían las bandas guatemaltecas de esos años daba oxígeno para quienes no encajábamos del todo en los poquísimos espacios culturales que existían. Jóvenes con playeras negras, la mayoría hombres, danzando como locos en el mosh pit. Una música estridente, no apta para gente «normal». Las portadas de discos y pósters eran evocaciones de calaveras y entes malignos representando, entre otras cosas, la putrefacción social en que nos encontrábamos.
Los referentes foráneos nos alucinaban con sus producciones. Comprar un casete era una odisea, pues, en aquel tiempo, costaban alrededor de Q 40.00. No digamos una playera original. Los conciertos en Guatemala Musical y otros lugares como Teatro Olimpia en zona 5 y Donde Pie de Lana, en zona 1, eran santuarios para descargar toda la energía acumulada durante varias semanas presenciando a las bandas locales y algunas extranjeras.
En esos años, entramos a la recta final del denominado conflicto armado interno. Confluyó el auge de los medios masivos de comunicación trasladando toda la oleada del llamado grunge, que mermó lo poco que había en los medios sobre metal. Canal 25, con su programa Hard Hits, Canal 21, que transmitía los sábados por la noche una hora de metal cristiano y un programa en Canal 25 que conduje los domingos de 17:00 a 19:00 horas llamado Rock 25, donde se transmitían videos de rock y metal que no eran habituales en las programaciones de la televisión «nacional».
Lo que no dimensionamos en ese tiempo eran los cambios acelerados de la tecnología y la dispersión que existiría posterior a la firma de la paz, en 1996.
El crecimiento de la población joven y las ofertas mercadológicas foráneas, diluyeron los contenidos de lucha que traía la organización estudiantil. Las drogas cobraron auge en bares y diferentes espacios de la sociedad. El metal se expresaba contra todo. Pocas veces se encontraba un motivo ideológico y político que invitara a organizarse y participar en luchas sociales. Era el cansancio de una era que reposaba en nuestros hombros. Sacudíamos mosheando toda aquella carga de autoridad, y pocos nos involucramos en procesos políticos. Poco a poco ya nadie quería saber de izquierdas y derechas, de guerrilla y ejército.
Primer concierto de banda de metal cristiana en Guatemala:
El desconocimiento de la realidad nacional creció y permitió una apatía que mostraba otros intereses existenciales. Estos se relacionarían con el aumento del desempleo, la relatividad de las ideas y dejar lo contestatario en el ataque generalizado a todo aquello que oliera a política. Quizá esa fue una de las razones por las que el metal en Guatemala nunca ha sido cooptado por cooperación internacional o partidos políticos, con, por supuesto, raras excepciones, particularmente durante el Gobierno de Vinicio Cerezo.
Un cambio generacional nos dejaba en el limbo. Los adultos nos miraban con desdén. No entendían qué nos pasaba como jóvenes. Nosotros no entendíamos qué querían los adultos de nosotros. Queríamos construir algo pero sin saber qué. El sistema no ofrecía alternativas más que la privatización de los servicios públicos, la masificación de una educación que lucraba con aquellas familias que no querían que sus hijos se educaran en un establecimiento público por los riesgos que implicaban las crecientes «maras».
Tecnológicamente, las bandas de metal que quedaban y las nuevas, fueron aprehendidas por las nuevas formas de grabar. Los conciertos pasaron de ser de 400 personas a un número bastante bajo. Internet contribuyó a individualizar la obtención de música y los rituales de juventud en los que nos reuníamos en la casa de alguien, un parque o en la USAC para compartir música, beber, fumar y platicar sobre cosas de nuestro interés, se evaporaron.
El metal se amplió en diversas corrientes que coparon desde lo más extremo hasta lo más comercial. Nosotros, en la eterna dependencia como país, ahora desde la globalización neoliberal, quedamos inmersos en una serie de divisionismos que se reflejan en los mismos espacios metaleros.
Concierto de metal en Villa Linda:
Reflejamos comportamientos individualistas, de ambigüedad y de desinterés (con excepciones) de mejorar musicalmente y de convertir nuestros nichos contraculturales en referentes de una lucha integral acorde a la época.
Hay cosas que han cambiado y otras que no se repiten, pero son similares. Desafortunadamente son las que nos llevan a mantener un estado de miedo, de odios acumulados y de escasos logros como lo que alguna vez intentó llamarse «movimiento».
Sin embargo, el metal sigue. No ha muerto. Es de las pocas vertientes musicales que, a pesar de haber pactado en algunos casos con lo comercial, sigue portando banderas de descontento, de profundidad en las composiciones y de decir las cosas como son, sin tapujos ni edulcoradas. Pero el metal no lo es todo. No puede existir sin ese mundo podrido pero a la vez con ejemplos de esperanza. Seguirá desnudando los sentimientos más profundos y contradictorios de la humanidad, pero, lamentablemente, no se logra articular como un espacio de lucha y resistencia organizado. A pesar de todo, estamos en él. Lo odiamos y lo amamos. Espero, llegue el momento en el que se convierta en un referente cultural que demuestre que el arte es vital en la vida humana, incluyendo al metal.
Fotografía principal de Ronni James Dio, quien popularizó el símbolo representativo del rock y el metal, tomada de Taringa.
Mario Castañeda

Profesor universitario con estudios en comunicación, historia y literatura. Le interesa compartir reflexiones en un espacio democrático sobre temáticas diversas dentro del marco cultural y contracultural.
Un Commentario
Excelente artículo Mario, sin duda es una retrospectiva histórica muy acertada sobre la trascendencia que ha tenido y tiene actualmente el rock y el metal en Guatemala. Un abrazo!.
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