Brasil en la encrucijada fascista

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El desarrollo político y económico que Brasil vivió a partir de 1995 se vio interrumpido veintiún años después cuando, de modo ilegítimo, la presidenta Rousseff fue sacada del cargo. Entre el bullicio contra la corrupción, sus aliados electorales, corruptos y oportunistas en extremo, se unieron a sus opositores, entre los que se contaban los que, gobernando con Fernando Henrique Cardoso (1995-2003), hicieron del neoliberalismo su credo, intentando todos eliminar, de una vez por todas, la herencia progresista de Lula da Silva y su Partido de los Trabajadores, PT.

La tensión social y política desatada, hizo aflorar el autoritarismo patriarcal, del que no se han podido librar las sociedades dominadas y esclavizadas del mundo, siendo Brasil un magnífico ejemplo pues, junto a la herencia infame de la esclavitud, abolida apenas en 1888, el caudillismo – conocido allí como coronelismo– ha sido la marca de las relaciones con el poder público durante casi todo el siglo XX.

Jair Bolsonaro, fotografía tomada de Plano Informativo.

El PT y sus principales líderes fueron acusados de todos los daños y dificultades que el país vivía y, mientras los empresarios que corrompieron toda América Latina cumplen prisión domiciliar, con sentencias más que mínimas, los petistas, incluido el expresidente Lula, han sido castigados con las penas más largar para sus supuestos delitos, impidiéndoles la prisión domiciliar. La simplificación política pasó a tomar cuenta de los grandes medios de comunicación, cuyos propietarios añoraban las políticas neoliberales del gobierno de Cardozo, cuando la corrupción pasó de puntillas y, aunque evidente, no fue perseguida.

A Dilma Rousseff no pudieron acusarla de corrupción, como tampoco pudieron suspenderle sus derechos políticos. Ahora, contrario a quienes anunciaron su muerte política, es candidata al senado por el estado de Minas Gerais y encabeza allí todas las encuestas para tal cargo, cosa que sí ha sucedido con su opositor en 2013, quien enfrenta juicio por corrupción y apenas disputa una diputación federal, con la única intención de mantener el fuero que le permita dificultar las investigaciones.

A Lula lo acusaron de corrupción, de haber recibido un apartamento, sin embargo, nunca se demostró a cambio de qué favores o negocios habría recibido el inmueble, además de que nunca estuvo a su nombre, ni de algún familiar o amigo, y nunca vivió en él. Su caso en nada se parece a los de Pérez Molina o Baldetti, cuyo enriquecimiento ilícito a través de sobornos para autorizar contratos con el Gobierno se ha demostrado, hasta la saciedad; ni a los casos de los salvadoreños Elías Antonio Saca, Francisco Flores o Mauricio Funes, en los que el Ministerio Público salvadoreño consiguió demostrar el enriquecimiento ilícito y el cobro de sobornos.

Ciro Gomes, fotografía tomada de Sputnik Mundo.

En Brasil, el caso de Lula es paradigmático, no solo por lo débil de las denuncias, sino por el furor con el que fue perseguido y la rapidez con la que fue condenado y apresado. Todo apunta a que lo que se quería era sacarlo de la competencia electoral, pues, a pesar de todo el ataque mediático, en todo levantamiento de opinión preelectoral, su nombre aparecía en primer lugar.

Sin poder enderezar la economía y la vida política del país, los partidos que promovieron la caída de la presidenta Rousseff han tenido que asumir el costo de sostener al presidente Temer, quien, aliado electoral de la presidenta, no solo trabajó abiertamente para que la retiraran del cargo, sino que, ya en funciones presidenciales, modificó drásticamente el programa de gobierno que había defendido al momento de la elección, imitando las políticas económicas de Macri en Argentina, con los mismos funestos resultados. Si bien algunos, los más sensatos, aceptan haberse equivocado al hacer del PT su único y encarnizado enemigo, la mayoría, en particular los grandes medios de comunicación, insisten en satanizar todo lo que venga del PT y de Lula.

Llegados al momento electoral, todos estos actores comienzan a pagar con creces los costos de su apuesta por la ruptura democrática. Sin un liderazgo capaz de mostrarse coherente y crítico a ese comportamiento, el espacio para atraer a los decepcionados con los políticos tradicionales vino ha ser ocupado por Jair Messias Bolsonaro, un militar oscuro, retirado del Ejército apenas con el grado de capitán, acusado, entre otras cosas, de intentar colocar explosivos dentro de unidades militares para obtener mejores salarios, quien, además, hace gala de autoritarismo y conservadurismo intransigente. Diciéndose no ser político, lleva más de veintiocho años como oscuro diputado federal, siempre dispuesto a votar por las propuestas más conservadores y antipopulares. Impulsando una imagen de moralidad, hace de la no aceptación de las diferencias y las libertades sociales su bandera, convirtiéndose, además, en un apologista de la represión militar y la misoginia.

Geraldo Alckmin, fotografía tomada de Diario Financiero.

A pesar de su encarcelamiento, Lula lideraba todas las encuestas electorales, estando apenas seguido por el ex militar diputado. El supuesto de quienes dieron el golpe contra Dilma era que, sin el expresidente en la disputa, su candidato, el exgobernador del estado de Saõ Paulo, Geraldo Alckmin, quien en 2006 llegó a enfrentar a Lula en el segundo turno, defendiendo la agenda neoliberal que impulsó Cardozo, su compañero de partido, en sus ocho años de gobierno, atraería las intenciones de voto de todos los sectores no identificados con la propuesta neofascista de Bolsonaro.

No obstante, mientras se decidía si Lula participaba o no, quien comenzó a ganar las simpatías del electorado fue el exministro de Lula y exgobernador del pequeño pero rico estado de Ceará, Ciro Gomes, en detrimento Alckmin. Por su lado, Bolsonaro continuaba creciendo, radicalizando día con día su discurso, dejando en evidencia los riesgos que para la economía, la democracia y los sectores populares tendrá su elección.

Cuando los altos magistrados electorales dijeron que Lula no podría ser candidato, los candidatos se frotaron las manos, y las élites económicas y articuladoras del golpe contra la presidenta Dilma imaginaron que todo saldría como planificado: el neofascista diputado comenzaría a caer en las encuestas y su candidato, Alckmin, tendría asegurado no solo llegar al segundo turno sino, incluso, ganar la elección.

Fernando Haddad, fotografía tomada de El Universal.

Pero las cosas no han resultado como esperaban. En la ecuación apareció Fernando Haddad, el candidato que Lula nominó como su sucesor, quien comenzó a crecer aceleradamente en las encuestas, al grado que, a pocos días de las elecciones, es el mejor posicionado de todos los contricantes del ex militar candidato, defensor de la tortura, la dictadura y contrario a toda reivindicación de las minorías. En poco más de un mes, según las empresas de encuestas electorales más serias, publicadas entre el 28 y 30 de septiembre, Haddad pasó de tener 8 % de las intenciones de votos, a alcanzar el apoyo de casi uno de cada cuatro electores. Mientras unas le dan 22 % otras lo posicionan con 25 %, frente a 28 % del candidato ultraconservador.

Evidentemente, el país está marcada y violentamente dividido, como nunca lo había estado antes. Los ultraconservadores han salido de sus cuevas y han dado rienda suelta a sus ilegítimas, ilegales y falsas fobias. En un país donde las libertades individuales han ganado espacio en todos los sectores de la sociedad, todas las minorías comienzan a ser perseguidas, en una imitación irracional de los peores años del régimen iraní del ayatola Jomeini.

Imagen tomada de Globo.

Si bien todo anuncia a que Bolsonaro no alcanzará más de 33 % de los votos en el primer turno, y que su contrincante será el petista Haddad en el segundo turno, la población no lo da aún como virtual ganador. En todas las encuestas que recogen opiniones sobre posibles segundos turnos, resulta que Bolsonaro pierde contra todos los posibles competidores, y masivamente contra Ciro Gomes quien, además, ganaría a los otros dos. Es decir, el neofascista Bolsonaro, según las encuentas, no gana a ninguno de sus competidores en el segundo turno y, Ciro Gomes, de pasar, captaría la simpatía de todos los que rechazan al político ultraderechista. Pero resulta que, curiosamente, Gomes ha dejado de crecer luego de que la candidatura del petista Haddad se oficializara.

De esa cuenta, la semana previa a las elecciones del 7 de octubre estará llena de boatos, golpes bajos y acciones mediáticas que, por sobre todo, tratarán de impedir que Fernando Haddad logre llegar al segundo turno. La última acción desesperada por desacreditar al PT ha sido llevada a cabo por el juez Sergio Moro, responsable del juicio exprés y la detención acelerada de Lula, quien, días antes de las elecciones, hizo públicos fragmentos de la confesión del exministro Palocci, reo confeso de corrupción, en los que, sin mayores pruebas y con frases genéricas, supuestamente acusa a Lula de estar comprometido en casos de corrupción. Dicha confesión ya fue rechazada por los magistrados como prueba en el juicio y el mismo Moro había impedido su difusión hace dos años.

Aunque la disputa electoral ha radicalizado las posiciones y de que se corre un riesgo alto de llegar a tener un gobierno ultraconservador y neofascista, los sectores que dieron el golpe en contra de Dilma, responsables de la peor crisis económica y política que ha atravesado el país en los últimos tiempos, parecen no estar dispuestos a confiar en Fernando Haddad. Todo apunta a que tratarán, hasta el último momento, de impedir que llegue al segundo turno, tal como lo apunta la encuesta de esta semana de Ibope, que lo muestra cayendo en la simpatía del electorado.

Por Virgilio Álvarez Aragón.

Imagen tomada de UOL.


Fotografía principal tomada de Sputnik Brasil.

Texto revisado el 8 de octubre 2018.

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