María José Schaeffer | Política y sociedad / ETERNA PRIMAVERA ECONÓMICA
Con motivo del Foro Económico Internacional sobre América Latina y el Caribe (ALC), el cual tuvo lugar hace dos días en la Ciudad de la Luz, se analizó el comportamiento del crecimiento económico regional durante las últimas décadas, subrayándose que este ha sido pobre, principalmente cuando se le compara con los países de Asia Oriental. Si bien las economías del mundo actualmente se encuentran en una senda de recuperación, las proyecciones de crecimiento económico para el cierre de 2018 apuntan a que nuevamente la región de ALC quedará rezagada con el promedio más bajo –en torno a 1.9 %–, tendencia que, de no revertirse, continuará pasando factura en términos de capital humano, recursos naturales, innovación e importancia relativa de la región frente al mundo.
En los últimos años, los países de ALC han logrado mejorar sustantivamente su gestión macroeconómica, acumulándose conocimiento y experiencias que hoy nos permiten deshacernos de la falsa idea de que la estabilidad macroeconómica alcanzada es condición suficiente para crecer, y que crecer marginalmente tampoco permite mejorar las condiciones de vida de la población y prosperar, principalmente cuando la riqueza continúa capturada en tan pocas manos. Además, en la medida que los compromisos demográficos y sociales de la región han ido aumentando, el gasto social está creciendo más aceleradamente que las economías, no se han creado suficientes empleos formales y no se han logrado aumentar los salarios reales. Todo esto evidencia el enorme desafío que tiene ALC de transformar las recetas tradicionales de política económica, productiva y social en políticas públicas disruptivas y eficientes que permitan acelerar el crecimiento económico y promover equidad.
La primera pregunta relevante en este contexto es entonces ¿por qué ALC no está creciendo lo suficiente o al ritmo deseado? La respuesta es puntual, el problema de bajo crecimiento se explica por un bajo nivel de productividad. Una baja productividad que coexiste con estabilidad macroeconómica y, en el caso de algunos países, con inversiones importantes en salud y educación, donde, para sorpresa de muchos, los retornos a la educación están cayendo. Si sacamos una radiografía de ALC para entender mejor el problema de baja productividad, observamos inmediatamente dos elementos clave: una enorme segmentación de las economías, donde más de la mitad de los trabajadores están en el sector informal, y una gran cantidad de empresas atomizadas con limitada capacidad para generar riqueza. Mientras varios países se ubican cerca del promedio regional, se observan casos más dramáticos como el de Guatemala, donde la informalidad se ubica en 69.7 % y las micro y pequeñas empresas representan 90 % de las empresas del país. ¡En estas condiciones es imposible pensar en crecimiento económico con inclusión!
Una vez identificado el problema y los desafíos, la segunda pregunta relevante es ¿qué hacer? De acuerdo con el economista mexicano Santiago Levy, ALC puede convertir el desafío en oportunidad si es capaz de repensar su contrato social y fortalecer sus instituciones, volviendo la mirada a la herencia alemana del siglo XIX y su sistema bismarckiano, a fin de poder garantizar acceso a protección social –salud, pensión para la vejez y diferentes tipos de seguros– mediante la renovación del mercado laboral con base en el trabajo asalariado.
Transcurrido más de un siglo después de esta visión social alemana y otro más de medio siglo desde su fracasada instrumentación en ALC, es momento de un «Bismarck en Macondo». Lo que significa que, para lograr un mayor crecimiento económico, es necesario poner a la productividad en el centro de las políticas públicas, prestando especial atención a las interacciones entre los mercados laborales y los sistemas de protección social más inclusivos.
Imagen principal tomada de SteemKR.
María José Schaeffer

Economista por pasión. Comprometida con el desarrollo y la equidad desde frentes fiscales y rurales. Disfruta galopar con el viento sobre el infinito espacio rural del continente amado. Cree en la capacidad transformadora de las letras, el conocimiento y el diálogo. Rechaza cualquier forma de injusticia y no pierde la esperanza en un mundo mejor para todas y todos. Se describe curiosa, aprendiz incansable y constructora de libertades. Hija y nieta de mujeres transgresoras. Dicen por ahí que su lucha por la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres le cambió el alma.
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