Biografía de Teodoro Palacios Flores en sus propias palabras

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El 17 de agosto de este año falleció Teodoro Palacios Flores, gran estrella del deporte guatemalteco. Murió en el olvido, y a sus honras fúnebres apenas asistieron algunos de sus familiares y amigos. Olvidado, marginado, muy pocos conocen su vida de pobreza y esfuerzo, desde la que construyó sus grandes éxitos deportivos. Con autorización del autor de la entrevista y del medio donde fue publicado (Antorcha Deportiva), presentamos su autobiografía, narrada con sencillez, pero con emoción. Con sinceridad agradece a todos los que lo ayudaron a triunfar. Sin odio, deja en el olvido a los que le humillaron, usaron y despreciaron.

Biografía en primera persona de Teodoro Palacios Flores

Nací en Livingston Izabal, el 7 de enero de 1939.

Mi madre, Calcuta Flores de Palacios, murió cuando apenas tenía dos años, no la conocí; no he visto una fotografía de ella.

Después de la muerte de mi madre, vivi con mi abuela paterna Catarina Nuñez de Palacios. Recuerdo que mi abuelita me quería mucho, ella era una mujer muy religiosa siempre la acompañaba a la iglesia. Desafortunadamente ella falleció cuando yo tenía ocho años, fue un golpe muy difícil para mí.

Mi padre Alejandro Palacios Nuñez lo vi muy pocas veces. El fue un hombre muy borracho e irresponsable, pero siempre lo amé. Trate de ayudarlo cuando pude, me dio mucha lástima.

Tuve la suerte de vivir con mi tía Felipa Flores, vivir con mi tía Lipa, era como estar en una clase de «Etica». Me decía Teodoro sé respetuoso, honrado, disciplinado, obediente, humilde, amable, puntual, y responsable; el cigarro (tabaco) hace daño, el licor es malo y la lista sigue. Por las noches me contaba muchas cosas y de consecuencias de ciertas acciones. Yo creo que soy un poco exitoso hoy por mi tía Felipa, con la que vivi por unos dos años y medio. Cuando salí deje la casa de mi tía Felipa, mis valores estaban cristalizados. Nada me podrá hacer que fume, que le falte el respeto a alguien, o tocar lo que no es mío, etcéteraétera.

Empiezo a vivir solo

Dejé la casa de mi tía Felipa porque ella tenía cuatro hijos. Ella luchaba mucho para poder alimentarnos. Me trasladé a Puerto Barrios, a la edad de diez u once años.

En Puerto Barrios aprendí a lustrar zapatos para ganarme la vida. Algunas veces me presentaba a unos comedores para lavar platos y ollas por un plato de comida. Me recuerdo de un señor Mr. Brooks me hacía limpiar unas ollas muy grasosas y costaba mucho limpiarlas.

Muchas veces no tenía qué comer, dependía de unos amigos para que me trajeran un pan con frijoles de sus casas.

No tenía ropa. Había una señora llamada doña Carlota me encontraba en la calle me decía, Teodoro, ¿por qué andas con esa ropa asquerosa? Me llevaba a su casa, me hacía quitar la ropa, me sentaba en una silla y me ponía una toalla en las piernas, en una hora oía la plancha chisporrotear, doña Carlota estaba secando mi ropa con la plancha, después me traía la ropa y salía a la calle.

Muchas veces no tenía donde dormir, algunas veces unas personas me miraban muy noche en la calle y me preguntaban qué hacía tan tarde, y yo les decía que no tenía donde dormir, algunos me decían que durmiera en el suelo en un rincón de sus casas. Descubrí dos árboles frondosos donde ahora se encuentra el Estadio «Roy Ferón» allí por las cinco o seis de la tarde pasaba a inspeccionar debajo de los árboles si estaba seco o mojado. Depende de la situación yo venía a dormir debajo de los árboles. Muchas veces llovia fuerte y me mojaba. Algunas veces cuando la luna estaba llena me ponía a meditar, hablaba con Dios, le preguntaba por qué se había llevado a mi madre y a veces parecía que ella se asomaba en el cielo. Poco a poco fui creciendo y me acercaba a la Iglesia católica.

Los muchachos llegaban a la Iglesia porque padre Santiago les daba una pelota para jugar futbol. El tenía un buen equipo de futbol J.U.C.A., muy buen equipo pero no podía formar parte porque era muy joven. Padre Santiago observó mi pobreza mi necesidad y de vez en cuando me daba de comer. Una vez me regaló una sotana, con esa sotana salía a pasear y en la noche me servia para dormir.

En el barrio El rastro muchos hombres salían a pescar en la noche. Salían a las seis de la tarde y regresaban a las seis o siete de la mañana del día siguiente. A pesar de que era muy joven, le dije a los señores que me llevaran a pescar porque cuando salían a pescar llevaban comida. Iba porque sabía que tenía la cena segura y algunas veces ganaba unos dos o tres quetzales.

Teodoro, panadero

Don Rafael Palencia era dueño de una panadería, muchas veces pasaba por su panadería cuando iba al campo a jugar futbol, siempre lo saludaba, un día le dije «Don Rafa quiero aprender algo para ganarme la vida porque no me da trabajo en su panadería, puedo barrer, limpiar latas, etcéteraétera», y él me preguntó si estaba hablando en serio. Don Rafa me dio trabajo. En poco tiempo aprendí a hacer pan, diferentes clases de pan, aprendí a hornear. En las mañanas salía a repartir pan con un canasto en la cabeza. Don Rafa y su esposa se alarmaron con qué rapidez venía de repartir pan; yo fui su mensajero favorito. Empecé a ganar un quetzal a la semana, porque ganaba cincuenta centavos.

Un amigo me consiguió trabajo en otra panadería donde devengaba ocho quetzales al mes. Me encantó la panadería pero tuve que dejarla porque no me quedaba tiempo para jugar futbol.

Mi pasión por el futbol

El futbol fue mi pasión. Cuando veía una pelota rebotar o sonar yo tenía que ir a jugar. Me encantaba la portería, a los 14 años yo era un portero de un equipo de hombres «El Esfuerzo». El dueño del equipo, don Moncho, me compró mi primer par de zapatos de futbol y un suéter, me encantaban tanto mis zapatos y mi suéter que salía a pasear con ellos no quería quitarmelos. Yo quería que todos los días fueran domingos para jugar. Me encantaba que me tiraran a las esquinas para tenderme en el suelo para atrapar la pelota. Me fascinaba que los delanteros burlarán a la defensa para que yo les quitara la pelota de los pies, yo me lucía y me sentía muy bien cuando jugaba futbol; quería ser un excelente portero.

Teodoro, soldado

Un día sentado en una banca ahí en el Rastro pasó un amigo y me dijo, Teodoro allí en la Base Militar necesitan un portero, allí puedes jugar, vivir, etcétera. El día siguiente me presenté a la base. Me aceptaron, no sé como explicar lo que sentí al estar en una Base Militar. Solo quiero decir que sentí paz, sentí seguridad, sentí estabilidad. Sentí por primera vez que yo no tenía que preocuparme por la comida, ni por la dormida, yo tenía mi cama, dos pares de zapatos (botas), tres juegos de uniformes, mi rifle, cantimplora, casco, plato y taza personal y ropa de cama. Eso para mí fue un lujo, qué lindo. Esa primer noche, dormí en paz, el día siguiente en la mañana como a las cinco todos arriba a bañarse con jabón y toalla.

Me encantaban las instrucciones como, tercien armas, a hombro armas, descansen armas, flanco derecho, flanco izquierdo, descanso. Estudié como tres años o cuatro en Punta Gorda, sabía leer y escribir un poco. Me dediqué a estudiar y memorizar el manual del soldado y todos mis compañeros se sorprendieron cuando pasé el exámen de cabo al mes y medio, a los cinco meses de estar en el Ejército llegué a ser sargento segundo.

Que decepción más grande para mí cuando me comunicaron que el capitán que estaba encargado del equipo se había marchado o trasladado para la zona de Zacapa.

Un día estaba de guardia cuando llega el nuevo jefe de la base. Un hombre como de un metro setenta, muy serio, se distinguía porque cada botón de su uniforme parecía una estrella, todos brillaban, los zapatos también brillaban, parecía como que hubiera llegado un profeta.

Unos días después salí a pasear por el campo de futbol de la Base y miro al coronel (jefe de la Base) transformado, tenía una pantaloneta negra con franjas amarillas, una camiseta y medias del mismo color. Solo en los periódicos y las revistas había visto jugadores vestidos así. Él dominaba la pelota con una facilidad increíble. Me fascinó verlo, me moría por ir a jugar con él, pero tuve miedo, miedo a que me rechazara, no me gustaba como me veía. Mi autoestima estaba tan baja que muchas cosas vinieron a mi mente en ese momento. En esos pensamientos estaba cuando de repente se le fue la pelota a una distancia de unos 20 metros yo salí como un espanto detrás del poste que me cubría y fui a recoger la pelota y me pusé de una vez en el marco con la cabeza hacia abajo yo estaba esperando que me dijera que me fuera. Poco a poco fui abriendo los ojos y vi para arriba y vi una sonrisa; esa sonrisa borró todo lo negativo lo que estaba pensando.

El coronel me empezó a tirar despacio porque yo era un joven muy delgado y desnutrido. Observó como recogía o paraba los tiros con facilidad. Luego empezó a aumentar la fuerza de los tiros y le dije que se acercará más y que tirará más fuerte. El coronel quedó asombrado. No creía lo que estaba viendo.

Pasaron algunos meses, me comunicó el coronel que lo habían trasladado para el Negociado de Deportes, pero me dijo, Teodoro no te preocupes yo te mando a traer. Mi amigo se fue, salí de baja ya no supe más del coronel, cinco meses después un amigo me dijo que el coronel me esperaba en Guatemala.

Llegué a la capital un día Lunes, el coronel Ruano se puso feliz al verme. Me presentó con Rubén Amorín, el entrenador de Aurora. El nivel de futbol del Aurora era muy superior al principio, pero hice el esfuerzo necesario, jugué dos partidos extraoficiales en Guatemala y viví en el Estadio del Ejército. En el Estadio venían a entrenar soldados y cadetes de varios cuerpos militares.

Descubren a Teodoro, el atleta

El entrenador del Ejército, Mr. Tomas, me venía a visitar y platicaba conmigo. Un día me dijo, Teodoro tú eres alto, delgado, tienes el prototipo de un atleta americano, porque no haces atletismo, le dije que no porque el futbol era mi pasión. Mr. Tomas me daba consejos, me llevaba a su casa, me traía jugos, leche, pasteles, alteraba su ropa para que me quedara. Le hice caso, empecé a entrenar atletismo.

Un día, practicando salto alto, salté un metro ochenta, todos quedaron asombrados. Luego llamaron al coronel para que viniera a ver cuanto había saltado y midieron varias veces, pensaron que el metro tenía defecto, me llamó el coronel me dijo «Teodoro aquí todos patean la pelota, jamás hemos visto un hombre saltar 1.80 m. Así es que ya no más futbol». Me sentí muy triste porque dejaba mi primer amor.

Uno de los valores que me había inculcado mi abuela y mi tía Lipa era ser obediente y respetuoso. Dejé el futbol con el dolor de mi alma.

Carrera de Teodoro Palacios Flores

Yo saltaba descalzo y con un estilo de tijera. Uno tenía que pasar la varilla sentado, un estilo muy difícil.

En 1958 salgo para México para representar a nuestro país por primera vez. Me acuerdo que me llevaron al Palacio de los Deportes y me dieron un traje y una corbata, me vistió mi entrenador, me vi en el espejo, no me conocía; por primera vez me vi un poco guapo.

Llegamos a México nos hospedaron en un hotel de cinco estrellas, la cama se sentía tan suave por poco duermo en el suelo, no estaba acostumbrado a dormir tan bien.

El día de la competencia habían atletas de Puerto Rico, Estados Unidos, México, etcétera. Me presenté al área de salto y con una pantaloneta apretada. Los atletas de los otros países tenían zapatos y todos saltaban con el estilo Western Roll.

Empieza la competencia un mexicano me pregunta, ¿Teodoro no usas zapatos para saltar?, le digo que no tenía y él me dio sus zapatos, estos tenían unos clavos abajo; me los pusé sentí como me paraba de repente con cada paso. Salté con los zapatos y sentí que me empujaba para arriba.

Cuando pusieron la barra de 1.90 solo un puertorriqueño y su servidor quedaban en la competencia. Un señor me dijo, Teodoro tienes muy apretada la pantaloneta, trajo un gillete y me hizó dos rayas en la pantaloneta. Todos los saltadores ya estaban eliminados.

Pusieron la barra a 1.95 m y lo pasé con facilidad y conquisté la primera medalla de oro para nuestro país. Establecí una nueva marca nacional centroamericana y del Caribe, las autoridades dijeron que ningún hombre saltaba tan alto en este estilo. Empecé una carrera de salto alto que duró 13 años.

Quiero mencionar que tuve una carrera atlética alarmante bajo unas condiciones muy muy difíciles y unos dirigentes muy insensibles. Mencionaré unos casos:

El viaje al Campeonato Mundial en el Madison Square Garden, Nueva York en 1962 o 1963, fui sin entrenador, en esa competencia participó Valery Brumal de Rusia, campeón mundial, y John Tomas, subcampeón mundial. Ellos tenían varias personas atendiéndolos. Yo ocupé el 3er. lugar nadie me asistió.

Posteriormente, competí en varias ciudades como Boston, Filadelfia, Toronto, Chicago, Winnipeg, Peoría, Baltimore y Bufalo. En todas las competencias logré una medalla, fui solo, nadie me asistió.

En 1960 fui a competir a Chile en los primeros Juegos Iberoamericanos, conquisté la medalla de oro, posteriormente fui invitado para competir en dos competencias más, obtuve dos medallas de oro más sin entrenador. Llegué a Guatemala nadie me esperaba, un maletero del aeropuerto me tuvo que dar 10 centavos para llegar a mi casa.

En los Segundos Juegos Iberoamericanos fui a competir a España y gané la segunda Medalla de Oro.

Luego fui invitado a Alemania, sin zapatos ni uniforme; gané dos medallas de oro en Europa. Regresé a Madrid, no tenía pase para regresar a mi país, tuve que acudir a la Federación Española para que me regalaran un boleto para Nueva York. Recuerdo que atravesé el Atlántico con 25 centavos en la bolsa.

En los Juegos Centroamericanos y del Caribe en Puerto Rico gané la medalla de oro. Era la tercera medalla de oro. Regresé a mi país, Gaspar Pumarejo me invitó a su programa de televisión y me preguntó si me gustó Puerto Rico, él me dio un viaje para ir de paseo y conocer la isla. Algunos dirigentes querían que me echaran o me excluyeran para nunca más competir en juegos internacionales.

Atleta del año

Cada año se elige el Atleta del Año. Es uno de los honores más distinguido en la nación. Ese honor le corresponde atleta que ha destacado nacional e internacionalmente.

Ha habido varias veces que sé que yo he sido el atleta más destacado nacional e internacionalmente y me lo han negado. Pero 1962, fue un año muy especial para mí. Ese año gané los Juegos Centroamericanos y del Caribe: en esas competencias participan los países centroamericanos, México, Venezuela, Colombia, Panamá, Cuba, Jamaica, Belice, las Antillas Mayores y Menores, unos 39 países.
En las Olimpiadas de 1968, se me incluyó en la Delegación de los Juegos Olímpicos de México. Fui nombrado el abanderado de la Delegación. Estoy seguro que fui abanderado porque mis méritos eran muchos más que cualquier otro atleta.

Resultó que dos atletas de color se pusieron un guante negro cada uno, en la premiación subieron la mano. Esa acción de esos dos atletas fue una noticia mundial, coincide que un reportero me hizo la pregunta que qué me pareció la acción de los dos atletas. Yo respondí si ellos con poner un guante están protestando la injusticia que ha sufrido la gente de color y los latinos no le veo nada de malo. Leí sobre la esclavitud, linchamientos de gente negra, no les dejaban entrar a las escuelas de blancos, los negros tenían que sentarse atrás de los buses, todos amontonados aunque las sillas de enfrente estuvieran vacías, nos recordamos cuando Robert Kennedy tuvo que mandar Tropas Federales para que los niños de color pudieran entrar a una escuela, la lista de injusticias es enorme.

Concluyo con decir que representé a nuestro país por más de una década. Después de 13 años no obtuve ni un radio de 5 quetzales como premio

Fin de mi carrera deportiva

Después de mi carrera deportiva me di cuenta de que no había estudiado, y no tenía trabajo. Me entró una depresión horrible. No sabía qué hacer.

En 1963 conocí un gran entrenador de la Universidad de Chicago en Brasil, posteriormente nos vimos en Nueva York (Ted Hayden), le escribí una carta pidiéndole que me ayudará a llegar a los EE. UU., me contestó rápidamente, incluyendo pasaje y una carta para el embajador de los EE. UU. aquí en Guatemala.

En poco tiempo, con las instrucciones del señor embajador, obtuve mi residencia en los EE. UU. Allí trabajé como dependiente de almacén, luego fui taxista. Me inscribí en una escuela nocturna para adultos y obtuve mi diploma de equivalencia de escuela secundaria a la edad de 32 años.

Posteriormente me inscribí en la Universidad del Estado de Chicago (Chicago State University), y finalmente obtuve una Maestría en Educación Bilingüe. Yo estudié muy, muy duro estudié con el alma. En mi último año fui elegido como el mejor alumno de la Universidad y me incluyeron en el libro de los mejores alumnos de los colegios y las universidades de los EE. UU.

Fuí catedrático en los EE. UU. por 24 años. Motivé e inspiré a mis alumnos con la historia de mi vida como luché con toda mi alma para sobresalir.

Me convertí en defensor de los niños pobres y vulnerables. Le articulaba a los niños que no importa de donde uno venga, aun si uno viene de una familia humilde. Les explicaba y contaba que no tuve mamá, no tenía zapatos, que fui panadero y les contaba que tenía un gimnasio nacional que brilla con mi nombre.

Yo sé que toqué muchas vidas en Chicago. A pesar de que no tenía un título de un embajador no había acto más glorioso que asistir a un compatriota. Cada vez que un equipo de futbol, alumnos abogados, dignatarios llegaban a Chicago me hacía presente para asistirlos.

Muchos muchachos venían a comprar vehículos, yo los asistía en lo que podía. Tengo una resolución de la ciudad de Chicago donde los congresistas reconocen mis esfuerzos, en esa resolución me comparan con Michael Jordan.

En 1998, el presidente Alvaro Arzú llega a Chicago, yo fui parte del grupo que lo fue a recibir. Se alarmó al verme, me preguntó qué hacía, le comuniqué que era miembro de la Comisión de Relaciones del alcalde de Chicago.

El presidente me pidio mi currículo. Con la ayuda de la señora cónsul se lo presenté y se alarmó. Me trajó a Guatemala y me condecoró con la Orden del Quetzal, en el grado de Gran Cruz, la máxima condecoración nacional.

Después de treinta años de vivir en los Estados Unidos puedo decir, con toda sinceridad, que han habido muchos cambios en el deporte. Hoy hay apoyo de la Confede y el Cómite Olímpico. Pero hay muchísimo qué hacer todavía. Todavía hay mucho qué hacer, hay muchos niños con hambre, muchos jóvenes sin zapatos, sin útiles, unas escuelas, canchas en total un caos. Hoy hay muchas maras, niños drogadictos, niños con muchísimas necesidades. Me recuerdan cuando era niño. Yo me identifico con esos niños. Yo creo que cada uno de esos niños, creo que tienen potencial incalculable, son creación de Dios, lo que ellos necesitan es oportunidad.

En esos niños descalzos, humildes, pobres veo doctores, abogados, maestros, ingenieros, entrenadores, etcétera. Todo se aprende. Yo creo que con personas de buena voluntad nacional e internacional podemos literalmente cambiar la vida de estos jóvenes para que mañana sean hombres y mujeres de bien y excelentes ciudadanos.

Por Fernando Soberanis


Teodoro Palacios Flores: atleta guatemalteco ganador de un sinnúmero de medallas en juegos deportivos durante la década de los 60.

Fotografía principal tomada de La Hora.

Un Commentario

Gustavo Santos 25/08/2019

Una vida muy dura pero vivida con gran dignidad, escrita de manera sencilla, sin odios ni rencores, sin orgullo y vanidad, hasta podría decir que con algo de ingenuidad pero muy sincero. No quiero abusar de las palabras y expresar rencor hacia las autoridades deportivas y gubernamentales de turno, y con ello quitar brillo a lo expresado en esta hermosa biografía digna de ser contada con respeto y mucho orgullo pero me alegro mucho que a él funeral de Teodoro no estuviese nadie del gobierno, así, con una cascada de aplausos brinda por la fresca lluvia descansa en paz Don Teodoro Palacios Flores, héroe de Guatemala.

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