Luis Enrique Morales | Política y sociedad / OTREDAD Y EDUCACIÓN
En Berlín aún quedan pedazos de lo que un día fue el famoso muro de Berlín. Lo restante no es solo para hacer memoria histórica. ¿Cuántos turistas llegan a ver lo que queda de esa muralla? Sin lugar a dudas, millones. Nadie comprende que de sobras vive el hombre. Tampoco percibe que la división ideológica no se logra superar. ¿A poco no es el imperialismo mexicano un fino y hermoso ejemplo de la barbarie capitalista, y Venezuela, Nicaragua, Cuba un ejemplo de lo opuesto? Todos estos con sus pro y contras. Tal vez solo con contras. ¿Qué sabe un aprendiz? ¡Mejor, que juzguen los expertos!
Se dice pues, que todo esto acabó en noviembre de 1989. Nada de esto ha terminado. Sigue. La diferencia: la lucha es sutil. Abstracta. Lamentablemente la pagan los que no deben nada. Los que la historia se ha encargado de condenar sin causa ni razón alguna.
Creo que no cabe lugar para redundar en el asunto. Lo que me interesa es hacer notar ese flujo de personas que visitan el muro de Berlin. Son aproximadamente más de ocho millones de visitantes al año. Estoy seguro de que entre ellos hay latinoamericanos que aún siguen creyendo que existía una Alemania buena y una mala. Que la buena fue la que ganó y la mala perdió, o viceversa. Lo dicotómico por delante. Cada quien es libre de creer en el modelo que se le antoje. Lo que yo quiero decir es que ese flujo de visitantes crea algo que se llama insensibilidad. Van, lo ven, se toman un selfi, se lamentan un poco, piensan y dicen qué triste por los que murieron. Celebran que todo eso término. Luego olvidan y alardean que estuvieron viendo el muro de Berlín. Al regresar a su país, siguen creyendo que todo, completamente todo ese bochinche ya terminó y que vivimos en el paraíso.
Estando ya en Corea del Sur, qué se yo, tal vez en Guatemala, o pongamos algo más humano, Noruega, por ejemplo, se olvidan de lo que vieron. Pasa, pues, que de lunes a viernes trabajan en una petrolera. Después del trabajo hacien ejercicio. Y en casa ven televisión y series de Netflix. Todos conectados a las redes sociales. Nadie escapa del sistema capitalista. Nadie descansa. La insensiblilidad hace que no se logre ver a más de 300 millones de personas deprimidas, otras con el síndrome de burnout.
Los otros, convencidos que la derrota es el fracaso y el camino al colapso de un sistema. Añoran la URSS. Regresan y dicen en la Alemania del Este tan bonitos edificios que había. Parece que era seguro. Eran buenos los salarios. Van, pues, y apoyan regímenes como el venezolano o el cubano. La insensibilidad nuevamente, la fugacidad y lo efímero de la visita, hace que se olvide a las víctimas y los túneles transportando niños para huir del Este. Algo así como en Venezuela hay familias divididas por una idea que se cree que ha muerto, pero perdura. Ahora, si se habla de algo más neutral, Suecia, los sin, sin. Se vive como se vive. La crítica no va a lo político sino a lo moral. Un sistema que es maleable conforme a las necesidades del pueblo. Un sistema que se vaya moldeando a lo que los grandes poderes necesitan y servir hoy a un señor y mañana a otro, con tal de sobrevivir.
¿Qué tenemos que discutir hoy en día? ¿El eterno conflicto ideológico de siempre? ¿La moralidad de los sistemas? ¿A poco la condición humana es la que nos compete? ¿Qué?
Es tan complejo. Por mi parte practico la tolerancia. Independiente a mi ideología política. Aunque confieso que suele pasarme que a veces me veo sumergido en discusiones ideológicas. La temperatura sube y podría existir un conflicto, es allí donde reflexiono que las grandes crisis humanitarias son por culpa de una idea, por algo totalmente abstracto que luego se vuelve materia. Cuántas guerras en nombre de Dios. La Guerra Fría, dos ideas. Se mantuvo y se construyó un muro por dos ideales. La raza aria y su complejo de superioridad, nuevamente una idea. Peleamos por ideas que se cuestionan, que se desmoronan por sí mismas. Enajenados vamos, como el guerrillero chileno que me dijo que a todo esto tenía razón, que lo que nos queda es pensar que cada ideología es un mal ya de por sí y que lo único que todo ser humano debe hacer es elegir el mejor de todos los males.
A mí no me deja en paz la pregunta: ¿vale la pena vivir por una idea?
Fotografía principal, una imagen del muro de Berlín en tiempo de las dos alemanias, tomada de Kino.
Luis Enrique Morales

Nació en Quetzaltenango, Guatemala en 1989. Escritor, poeta y columnista. Egresado de la Universidad Galileo en 2012. Actualmente residente en Estocolmo, donde trabaja en docencia y, al mismo tiempo, realiza estudios a nivel de posgrado en Ciencias de la Educación (Pedagogía) en la Universidad de Estocolmo.
Correo: luis.morales.rubio@gmail.com
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