Luis Felipe Arce | Política y sociedad / EL CASO DE HABLAR
Diego Rivera, el genial pintor y muralista Mexicano, plasmó para la posteridad, en el cuadro La gloriosa victoria, la invasión al territorio de Guatemala, describiendo de manera gráfica la intervención de Estados Unidos, orquestada por la CIA y los sectores locales del poder hegemónico –ejército, terratenientes, iglesia– que jugaron un protagonico papel para acelerar la caída del gobierno del presidente Jacobo Arbenz Guzmán, el 27 de junio de 1954.
Cada sector representó a la perfección su papel, de acuerdo a las circunstancias del momento y en defensa de sus muy particulares intereses de clase.
El Gobierno de Estados Unidos por intermedio del presidente Eisenhower, su secretario de Estado, John Foster Dulles, el director la CIA –su hermano–, Allen Dules, la empresa United Fruit Company –propietaria mayoritaria de las tierras en el país–, la alta jerarquía de la Iglesia católica encabezada por el arzobispo Mariano Rossel Arellano y los terratenientes agrupados en la Asociación Guatemalteca de Agricultores (AGA) se confabularon en una estructura criminal que, a través de esta puesta en escena, se afianzó con el poder real para nunca más soltarlo.
Los herederos de la AGA se organizaron, y a partir del 16 de enero de 1957, en la sede de la Cámara de Industria, se realizó la primera sesión del Comité Coordinador de Asociaciones Agrícolas, Comerciales, Industriales y Financieras (Cacif), una agrupación que aglutina a las distintas cámaras empresariales de Guatemala.
A partir de ese momento, su influencia ha estado presente en toda la actividad política del país, desde financiar campañas electorales, imponer presidentes, poner ministros de Estado, diputados, cortes, jueces, hasta dictar las políticas económicas de gobiernos, garantizarse impunidad y manipulando a su sabor y antojo la realidad histórica de Guatemala.
No es de extrañar, entonces, que ahora quieran fiscalizar –junto al Tribunal Supremo Electoral– todo el proceso de las nuevas elecciones convocadas el 18 de enero y previstas para mediados de este año.
Entonces… de algo sí debemos quedar claros: estamos ante poderosas familias y grupos oligarcas que juntos acaparan la mayor cantidad de riqueza y capital del país, el monopolio de empresas, fábricas, bancos y corporaciones, que representan a los Leal, Molina, Botrán, Arzú, Alejos, Sinibaldi, Campollo, Gutiérrez–Bosch, Castillo, Herrera, Paiz, Novella, Kong, Torrebiarte, entre otros, y que no están dispuestos a perder, bajo ninguna razón y circunstancia, sus beneficios acumulados en tantos años.
Esa es la realidad… contra ese oscuro, calculador e intocable sector se tiene que luchar, es tan hegemónico que tiene bajo su control a funcionarios públicos, Ejército, municipalidades, gobernadores, alcaldes, pastores evangélicos y las instituciones más influyentes de la sociedad.
Ese es un poder real: omnipotente, bien organizado, que controla todo, que todo lo compra, hasta el punto de rememorar el monopolismo colonial y ser dueño de países, naciones o repúblicas por encima de cualquier poder político existente.
Hay dos mundos; el que vemos y en el que la inmensa mayoría vivimos, y… otro, subterráneo, del que poco o casi nada sabemos, es precisamente desde ese mundo donde se pactan alianzas y mueven sus intereses distintas organizaciones poderosas. En ese submundo está y radica el verdadero poder entre las sombras.
Frente a esa tenebrosa infraestructura establecida, se encuentra un pueblo desorganizado, temeroso y una inmensa cantidad de electores desinformados que no están conscientes de lo poderosos que son, pero que al final votan por quien les ofrece los mejores «cielos falsos».
La historia se repite, los votantes, nuevamente engañados y reducidos a su más mínima expresión, volverán a renegar su inconformidad y a gritar por los siguientes cuatro años, hasta que otros tipos listos se recuerden de que sin el voto manipulable de las multitudes no puede haber elecciones y sin elecciones no puede existir «su» régimen democrático.
Cualquier intento real y coherente para cambiar este estado de cosas debe enfocarse en orientar a la sociedad civil para que juegue su papel determinante en la actual coyuntura nacional, detectar liderazgos confiables, prepararnos para una larga lucha y abonar los cimientos de una democracia más participativa e incluyente.
Si no se hace esto, seguiremos siendo insignificantes comparsas, actores de segunda en esta tragicomedia nacional, donde unos muy pocos deciden en campos de golf, en cafés, entre tragos, drogas y grandes comilonas, el futuro de las mayorías desposeídas de la riqueza y el desarrollo.
Han transcurrido 527 años desde el descubrimiento de América y no hemos podido crecer, progresar y desarrollarnos como país, nación y sociedad digna y disciplinada.
Una sociedad condenada a tropezar con la misma piedra, que se niega a aceptar los grandes cambios que los tiempos exigen para la segunda década del siglo XXI, una realidad marcada por el oscurantismo crónico, diseñada y amordazada por una clase oligárquica elitista y obsesionada por el poder.
Identificados y puestos en su lugar en el tablero de juego, llegamos a la conclusión de que, al día de hoy, los guatemaltecos estamos como estamos, no tanto por un presidente títere, unos políticos corruptos, un Ejército consentidor, una justicia vendida, una prensa manipuladora, unos pastores evangélicos que comercian con la fe y un pueblo confundido.
Quien realmente mueve los hilos, desde la sombra –con eficaz destreza y a su puntual conveniencia–, es un poder económico manoseador, que bien sabe lo que hace y hacia donde quiere llevar el barco.
Simón Bolivar, en su lucha por la independencia, dijo: «la burguesía es hija de la Colonia, la opresión está reunida en masa bajo un solo estandarte y si la lucha por la libertad se dispersa, no habrá nunca victoria popular en el combate». Solo así se explica cómo, a través de los siglos, se logró triunfar en la lucha por la independencia, pero no logramos liberarnos de las raíces heredadas de la Colonia… la oligarquía.
En este punto, se hace necesario evocar el clásico de Eduardo Galeano: «las venas abiertas de América Latina… siguen desangrándose».
John F. Kennedy –el trigésimo quinto presidente de Estados Unidos– tenía bien claro el tema al decir: «los que hacen imposible una revolución pacífica, harán inevitable la revolución violenta». Juzgue usted.
Luis Felipe Arce

Guatemalteco. Ingeniero civil, por varios años gerente de Producción para Centroamérica de una importante corporación mundial dedicada a la fabricación de materiales refractarios y aislantes. Actualmente, consultor independiente.
4 Commentarios
Y siempre lo he dicho mi estimadísimo Guichín……… pero cómo??????……. mas creo que solo con sangre!!!!.-
Es necesaria la disrupcion difícil pero no imposible. Mi bella Guatemala hasta cuando.
Lamentablemente, así seguirá sucediendo. El pueblo sigue sin prepararse para pensar, pues así lo han educado.
Excelente historia y realidad chapina.
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