¡Ay, Guatemala!

Luz Lescure | Política y sociedad / LUCES

La verdad es que no sé cómo escribirlo, sé que es mi deber denunciarlo, ¡pero duele tanto! ¿Qué hace una poeta con tanto dolor? ¿Lo convierte en poesía? O mejor lo exorciza y lo escribe para que quede constancia, la verdad es que no sé. Levantarse en armas a estas alturas, como que no va, ya no me da el cuerpo a mis casi 70 años, y ya lo hice y no se consigue nada, el sistema y el poder son mayores y más fuertes.

Pero lo que sigue pasando es terrible: hoy leí en las redes sociales (porque no te queda de otra cuando estás lejos), que, en lo que va del año, 500 niñas menores de 14 años han sido violadas y embarazadas en mi querida Guatemala. ¿Cómo es eso posible? Y leí también que el caso de las niñas quemadas en el Hogar Seguro Virgen de la Asunción todavía está por resolver, es considerado impune. La corrupción y la impunidad se apoderan del país.

Y aun así, el Gobierno de ese país quiere sacar a la Cicig, es increíble que esto esté pasando a estas alturas. Visto con ojos de extranjero, es terrible que suceda.

Y, claro que existen instancias, el Ministerio Público hace lo que puede, pero en palabras del Sr. Rubén Herrera, de la Fiscalía de la Niñez y Adolescencia del MP: «A veces las mismas familias ocultan al responsable del hecho delictivo, pues es alguien muy cercano». ¿Cómo puede ser eso posible? ¿Cómo puede un ser humano manejar tan mal su sexualidad que viola a su propia hija o a un ser querido y cercano que le da la confianza necesaria para intervenir en su vida? ¿Cómo pretendemos que ese ser humano violado por su propio padre, su abuelo o su tío, o el sacerdote de su comunidad, pueda volver a confiar en alguien?

Si alguien me dice que esto no forma parte de la corrupción generalizada y de la falta de desarrollo, es porque no ha visto las cosas en nuestros países, con la claridad necesaria.

No es fácil escribir sobre un país que no es el tuyo. Ya sabemos las consecuencias inmediatas: ¿por qué no se fija en su propio país? Y no deja de ser cierto, en todos los países se cuecen habas, pero eso no justifica la corrupción ni la falta de desarrollo, ni impide a un ser humano cualquiera criticar a tu país. Incluso aquí, en Suecia, hay quienes viven en su burbuja personal, sin darse cuenta de en dónde están en realidad. Las mejores críticas de mi país las he escuchado fuera de él. Hasta recuerdo a un amigo que me dijo hace años: «¿Cómo? ¿Vas a vivir a París? Finalmente vas a conocer a tu país». Y tenía razón.

Ya sabemos que no me gustan las cifras, ni las estadísticas, solamente nos hacen parecer muy conocedores del tema que tocamos y se olvidan rápidamente. Sin embargo, ¿qué haríamos sin ellas? ¿Qué sería de Guatemala si no se supiera, que más del 80 % de las agresiones a menores provienen de personas muy cercanas?

Todo esto es parte de la corrupción, del subdesarrollo. En nuestros países de América Latina la situación de corrupción es increíble. Proviene, insisto, de nuestra mala relación con el dinero. Los pobres saben que con dinero pueden comprar el respeto y la posición social a la que aspiran. Por eso roban y matan.

He vivido varios años en Guatemala, tengo amigos allí que quiero montones, pero no deja de asombrarme la falta de distribución de la riqueza que existe en ese país, y en los demás. Pero el caso de Guatemala es impresionante, allí la vida humana no vale nada y la corrupción está a la orden del día. Pero si lo dice un extranjero, es feo y mal dicho. Somos arduamente cuidadores de nuestra cultura, de nuestra nacionalidad. Pero ese fenómeno es reciente, no se tuvo al llegar los conquistadores a nuestras costas, ni se tuvo al aceptar otra religión y otra cultura. Y ahora no aceptamos a las Naciones Unidas, ni a la OEA, ni a ningún organismo internacional o embajada que nos diga quiénes somos en realidad.

El caso de la no renovación del contrato con la Cicig es lamentable. Un organismo que, con ojos frescos y sin la limitante del «amor patrio», nos tira la verdad en la cara, no puede ser malo. Pero lo vemos como desagradable y claro que lo es. La verdad no nos gusta, y menos si es negativa a nuestro pensamiento.

Ahora, dice el flamante presidente de Guatemala que no puede ingresar al país el director de Cicig, claro, faltaba más. Es tratado como delincuente quien trata de acabar con la impunidad y la corrupción (sino son ambas parte del mismo fenómeno).

Comentaba una amiga en los medios sociales que, en otras palabras, «quien no la debe, no la teme». Si no eres corrupto, ¿por qué te molesta una oficina contra la corrupción? A quien le molesta Cicig es porque es parte de la corrupción generalizada.

Y mi perdón a los lectores guatemaltecos por meterme en sus «asuntos internos», pero esto que sucede en Guatemala me produce un dolor de patria grande, y como latinoamericana y como poeta, lo tengo que denunciar.


Luz Lescure

Poeta, escritora y académica panameña. Licenciada en Relaciones Internacionales de la Universidad de Panamá, estudios de posgrado en la Universidad de Oxford, Inglaterra. Ha publicado los poemarios Volvería ser mujer, El árbol de las mil raíces, Añoranza animal, La quinta soledad y El mundo es un silencio. También los libros de relatos El obelisco de mi abuelo y La sonrisa de la primavera. Publicó La práctica diplomática, libro académico utilizado en universidades centroamericanas.

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