Augusto (Tito) Monterroso

Rodrigo Pérez Nieves | Política y sociedad / PIEDRA DE TROPIEZO

«Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí». Siete palabras que conforman el cuento más pequeño de la literatura universal. El dinosaurio, el cuento escrito por Tito Monterroso.

Cuando se trata de representar o descubrir la obra de un autor, de una escuela o de un período histórico, es complejo, porque es difícil salvar los escollos de la arbitrariedad, y fácilmente se cae en el academicismo y la monotonía.

La buena literatura guatemalteca, como en el caso de Monterroso, está hecha en el exilio, en México, allí logró esa armonía que en nuestro país no hubiera conseguido. Monterroso ganó el Premio Internacional Príncipe de Asturias, nació en Honduras, pero nacionalizado guatemalteco, como él lo reconoce: «debido a una cuestión de tiempo y azar». La parquedad de don Tito, como lo llaman sus allegados, la confirma con su minicuento El dinosaurio: «Lo que podamos decir con cien palabras, habrá que hacerlo con cien palabras. Lo que con una, con una. Nunca empleemos el término medio. Jamás escribir nada con cincuenta palabras. Escribo y publico poco para bien de la literatura». Gesto que demuestra su humildad, pero que está en contradicción con sus numerosos reconocimientos y premios.

Le gustaba aconsejar mucho al novel escritor: «Aprovecha todas aquellas desventajas, como el insomnio, la prisión o la pobreza. El primero hizo a Baudelaire, la segunda a Pellico y la tercera a todos los amigos escritores. Evitar dormir como Homero, o la vida tranquila de un Byron, o ganar tanto como Bloy». Sigue diciendo «Entre mejor escribas, mas lectores tendrás, mientras les des obras cada vez más refinadas, un número cada vez mayor apetecerá tus creaciones; si escribes cosas para el montón nunca serás popular y nadie tratará de tocarte el saco en la calle, ni te señalará con el dedo en el supermercado».

Imagen proporcionada por Rodrigo Pérez Nieves.

Traducida a varios idiomas, la obra de Augusto Monterroso incluye títulos como Uno de cada tres y El centenario (1952), La oveja negra y demás fábulas (1978), Las ilusiones perdidas (1985), Esa fauna (1992) o La vaca (1998).

Cuando se exilió al llegar la dictadura al país (una de muchas), lo trataron de encuadrar como a tantos escritores que México había acogido, pero Monterroso no es un clásico, ni un romántico soñador, ni menos un modernista. Es interesante redescubrirlo por medio de su obra para que no siga siendo un desconocido en un lugar como el nuestro, donde leer es un lujo, donde no hay lectores, donde debemos fomentar en nuestros hijos el hábito de la lectura como actividad humana, y deberíamos hacerlo para no dejar que al igual que a Cardoza y Aragón los mexicanos lo quieran más que en su patria, y algo más, darle realmente el valor que tiene para la historia.

Augusto Monterroso murió en su casa de la Ciudad de México fulminado por una dolencia cardíaca la noche del viernes 7 de febrero de 2003, a los 81 años de edad.


Rodrigo Pérez Nieves

Ingeniero graduado en Alemania, columnista durante 12 años en el periódico El Quetzalteco, con la columna Piedra de tropiezo. Colaborador con los grupos culturales de Quetzaltenango y Coatepeque. Catedrático en la URL en la carrera de Ingeniería Industrial, sede Quetzaltenango. Libros escritos: Pathos entrópico (poesía y prosa), Cantinas, nostalgias de un pasado y el libro de texto universitario Procesos de Manufactura.

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