-Brenda Lara Markus / ¿QUIÉN, QUÉ Y POR QUÉ?–
Desde hace dos años experimentamos en Guatemala una coyuntura política tan cambiante, o como diría Bauman «líquida», en la que cada día experimentamos nuevos acontecimientos, generalmente decepcionantes, que han hecho un poco difícil la observación y definición de ciertos aspectos de la sociedad, como la cultura y el arte y, de sobra sabemos, que esta no es precisamente una prioridad para el Estado, por lo que carecemos de espacios especializados para profundizar en el tema.
Entre las frases de grandes pensadores, hay una del filósofo Friedrich Nietzsche que explica muy bien la relación: «La cultura y el Estado -no nos engañemos sobre esto- son rivales: el «Estado de cultura» no pasa de ser una idea moderna. Lo uno vive de lo otro, lo uno prospera a costa de lo otro. Todas las épocas grandes de la cultura son épocas de decadencia política: lo que es grande en el sentido de la cultura ha sido apolítico, incluso antipolítico».
Aunque, por otro lado, Ernst Cassirer escribió: «El Estado, aunque importante, no es todo, no puede expresar o absorber todas las demás actividades del hombre. Es cierto que estas actividades se hallan íntimamente conectadas en su evolución histórica con el desarrollo del Estado; en cientos aspectos, dependen de las formas de la vida política; pero aunque no poseen una existencia histórica separada albergan, sin embargo, una finalidad y un valor que les son propios».
Es por esto que, si queremos hacer una especie de medición u observación y análisis sobre arte y cultura, debemos consultar a personas que no solamente se dedican a una gestión cultural o a un arte en específico, sino a quienes tengan la experiencia y el tiempo necesarios y que hayan laborado para espacios culturales públicos y privados, o como expresa nuestro entrevistado de hoy, el escritor Javier Payeras: «en lo individual hasta en el plano institucional gubernamental o en la cooperación internacional. En espacios contemporáneos estrictamente y en el plano más abierto con gestores de diversas regiones del país», describiendo parte de su trayectoria durante dos décadas.
Pregunta: ¿Existen avances en la materia desde tus inicios hasta hoy?
Respuesta: Claro que existen. La voluntad creativa es inquebrantable, no se da por vencida fácilmente, todo a pesar del ninguneo que existe o de la incomprensión de todos los sectores y de todas las «huellas» ideológicas que nos moralizan con sus discursos en Guatemala. A la fecha la cantidad de gestores artísticos es muy amplia y diversa. Muchos ya se me escapan del radar.
P. En esos avances ¿qué tendencias podrías señalar en cuanto al arte en general? Es decir, si Guatemala ha logrado traspasar la modernidad ¿se podría decir que vamos a un arte posmoderno o puede verse como un arte decolonizador o existen ambos a la vez?
R. Hay que fijar puntos para amarrar la idea de cómo se concibe el arte desde la idea conservadora que defiende un grupo, cómo la articulan los grupos cercanos al arte contemporáneo y cómo se ve desde el artista guatemalteco en el presente. Para los primeros, la idea de arte no es moderna, más bien, es un modelo de práctica y ejercicio artesanal de la forma. Técnica apropiada, producto decorativo, todo sin matices ni mayor enunciación debajo, digamos que no plantea crisis ni cuestionamientos, mas bien está integrado a un hacer arte para decorar o para vender. Superficial y nada sorprendente, pero decentemente realizado a la europea. Para los segundos, pues existe mucha opción en lo contemporáneo, pero habrá que separar lo novedoso de lo que realmente plantea algo nuevo. Hay una diferencia entre ambas palabras. Usar el performance es novedoso, pero no es algo nuevo. Aquí lo que pesa en la obra es el tiempo de investigación y estudio que te lleva a producir algo de la forma que quieras. Quizá podés volver a modelos como pintura o demás, pero el trabajo de investigación determina si es algo realmente nuevo o compromete distintos referentes. Respecto a los artistas, pues todo se mueve a partir de la experiencia, la investigación y su postura ante el pensamiento único que prevalece en todos los esquemas de poder tanto en el arte como en todo.
P. ¿Cuál de los dos grupos es mayor?
R. Sin lugar a dudas el primero. Es además el grupo con mayor poder adquisitivo y con mayor número de gente interesada, academias, galerías, subastas y demás. El segundo grupo está más cerca de los jóvenes y de los colectivos urbanos. Está agrupado en dos o tres espacios y bueno, no tiene tanto apoyo.
P. ¿Qué clase de investigación realiza el segundo grupo, tomando en cuenta ese poco apoyo en todo sentido? ¿Cuáles son los elementos más comúnmente utilizados?
R. Es desigual. Mas bien se reproduce a partir de charlas y lecturas dispersas. Es algo más volitivo o vitalista. No existen escuelas para la reflexión contemporánea de nada en Guatemala. La gente busca actualizar sus referentes, pero no existen faros intelectuales que analicen todo el sistema de creatividad e información desde el presente hacia el pasado. Creo que los intelectuales humanistas no son tan inteligentes y vigentes como el sistema de poder.
P. ¿Cuál es el impacto de tu gestión sobre este segundo grupo?
R. La tarea de crear grupos más concentrados de intercambio de información y acompañamiento. Reflexionar el por qué se usan otros tipos de métodos y recursos expresivos, pero también analizar la historia del arte y cuestionarla. Mucho de lo que se produce es blando, porque se va mucho por la radicalidad de la forma, pero no tiene suelo firme en el plano crítico, político, filosófico.
P. ¿Cómo ha influido tu trabajo durante esos 20 años en tus letras, como «escritor posguerra»?
R. Pues en el libro que recién publiqué La región más invisible, se perfila este tema a partir de mi experiencia como testigo privilegiado de una gran cantidad de acontecimientos culturales.
P. En tus exposiciones en otros países acerca del tema ¿has notado similitudes del movimiento cultural en algún otro lugar?
R. Hay cosas similares, pero las condiciones de Guatemala son únicas. Temas como multiculturalidad, Estado fallido y guerra, son cosas que nos acercan más a Europa del este que a otros países latinoamericanos. Pienso en temas como identidad, colonización, decolonización y epistemicidio o genocidio. Las condicionantes políticas, económicas y la nula intención de tomar en cuenta a la cultura dentro del diálogo nacional hace que seamos una sociedad cerrada a sí misma y su propio valor. Creo que la mejor metáfora de lo que te digo sea la construcción de centros comerciales encima de sitios arqueológicos milenarios. Eso representa la cultura y la historia en Guatemala, no creo que haya otro país que muestre menos respeto y más desprecio por el pensamiento.
P. ¿Crees que el movimiento under o los festivales de arte indígena puedan intentar contrarrestar ese epistemicidio o estos mismos ya están colonizados?
R. Hay que revisar temas. Pienso que no se puede volver a un pasado que se ha destruido y negado, más que revisando lo que quede de este en el presente. Quedan huesos, fragmentos, pero lo destruido, destruidos está. La construcción debe ser nueva, pero planteando cuánto de chatarra y culpa dejó el rastro de destrucción de la colonización en las sociedades y en las culturas. Creo que el redescubrimiento de los pueblos y la cultura indígena se va a dar se le ponga o no atención, se le cuestione o no por parte de intelectuales desfasados ladinos o se le otorgue o no un espacio celebratorio o de indiferencia. Respecto al underground, creo que no existe tal cosa ya. Lo más cercano puede ser el hip hop y el breakdance. Todo lo demás es parte de la gentrificación y el hype.
P. ¿Entonces, podría ser una tarea que el arte del segundo grupo (mencionado arriba) intenta?
R. Una minorïa, la mayor parte está en otras cosas, pero sí hay artistas que reflexionan sobre este tema étnico.
P. En tu experiencia laboral en entidades del Estado, para ti ¿cuál debería ser el porcentaje del gasto nacional en cultura?
R. Más que porcentaje, debe dedicarse la recaudación de un impuesto específico a tal tema. Puede ser el que involucre al turismo o a determinado tipo de producto. O los incentivos fiscales para apoyar mecenazgos, claro, que estén dentro de un proyecto de becas liderado por un consejo de gente experta (realmente experta) en temas de arte, cultura, literatura. Si el mecenazgo se hace a la libre, pues se vuelve algo incestuoso y sin calidad, muy ad hoc al mal gusto de muchos de sus patrocinadores.
Fotografía cortesía de Javier Payeras, tomada en Filgua 2017.
Brenda Lara Markus

Mujer y madre guatemalteca. Estudiante de Filosofía, actriz y locutora.
Un Commentario
Un analisis equilibrado, puntual y profundo de un pais donde la elite ha desplazado toda posibilidad de «desarrollo cultural». Reduciendo la creacion artistica a mero remedo occidental.
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