Arte callejero

Rodrigo Pérez Nieves | Política y sociedad / PIEDRA DE TROPIEZO

– ¿Qué opina del arte callejero?
– No lo llamaría arte porque es algo que no nos ayuda a prosperar.
Opinión de una reina de la cultura

A cielo abierto y con la tenue lucecita roja como única referencia de tiempo, comienza la magia. No es magia en su sentido literal, pero sí lo es en su sentido artístico. Aprovechando la pasividad obligada que genera el semáforo, necesitados resolvieron desplegar su arte frente a los autos, a cambio de alguna moneda. La mayoría, sin embargo, festeja el recurso que nació hace unos meses y que la crisis convirtió en tendencia: algunos muchachos hacen frente a los vehículos su mejor escenario.

Y en tiempo récord. Ni siquiera dura lo que dura la luz roja, porque tiene que quedar margen para pasar la gorra, que no siempre vuelve a la acera con algo adentro. Así y todo, a lo largo del día -de 6 a 8 horas de trabajo- cada uno recauda unos lenes para sobrevivir. Las reglas caprichosas del mercado callejero les permiten redondear «algunos quetzalitos mensuales», con días jugosos y otros en los que el recuento final no alcanza siquiera para pagar el regreso a casa (si la tienen) en el ruletero.

Claro que el oficio, bien empleado, tiene sus secretos urbanos, que muchos de estos artistas manejan a la perfección, con la bendita «facultad de la calle» -la frase que mejor le va- como manual de estudio. En la capital las esquinas más cotizadas son «las que convocan mayor caudal de autos, donde están los mejores negocios, las que tienen los semáforos más largos (entre 45 y 60 segundos)», explica el simpático malabarista de 24 años, con sueños de ser cirquero, que trabaja habitualmente en el cruce de la zona militar. Su rutina, que combina el ir y venir de algunas bolas, dura 38 segundos.

«Hay quienes nos suben el vidrio por miedo, o solo por su propio malhumor, creen que esto es cualquier cosa. Y lo cierto es que es un trabajo muy digno. Hay horas de ensayo, hay seriedad, hay riesgo. Por suerte, yo puedo vivir de esto: me pago dos tiempos de comida y estudio en la noche».

Algunos de los malabaristas callejeros aprendieron sobre prueba y error, con la necesidad como único estímulo. Y en varios casos la improvisación salta a la vista.

El entrevistado recibió dos monedas de un quetzal. Con una pagará la naranja que le dieron en la verdulería para reemplazar una de sus cinco pelotitas: la forró con cinta aisladora blanca y salió a escena.

Están apareciendo payasos, malabaristas, equilibristas. Hay un recurso devenido en tendencia. Hay una crisis que aprieta. Autos sobran. Sonrisas escasean. Con una función imprevista, se ve, ganan todos. Y sí, es arte, señorita.


Fotografía por Rodrigo Pérez Nieves.

Rodrigo Pérez Nieves

Ingeniero graduado en Alemania, columnista durante 12 años en el periódico El Quetzalteco, con la columna Piedra de tropiezo. Colaborador con los grupos culturales de Quetzaltenango y Coatepeque. Catedrático en la URL en la carrera de Ingeniería Industrial, sede Quetzaltenango. Libros escritos: Pathos entrópico (poesía y prosa), Cantinas, nostalgias de un pasado y el libro de texto universitario Procesos de Manufactura.

Piedra de tropiezo

Un Commentario

Arturo Ponce 16/03/2018

Seguro que es arte por pura necesidad, es consecuencia de nuestras condiciones sociales tan desequilibradas e injustas. El que no la pega con alguna habilidad, para sobrevivir tiene que delinquir robando y/ó hasta asesinando. es parte de nuestro producto bruto como País.-
Buena observación mi distinguido Rodrigaso.

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