¿Armas o prevención del sida?

Marcelo Colussi | Política y sociedad / ALGUNAS PREGUNTAS…

Sida (síndrome de inmunodeficiencia adquirido): síndrome que afecta el sistema inmunológico tornándolo deficiente, adquirido a partir del contagio por el virus de inmunodeficiencia humana (VIH). La definición es clara y no admite dudas.

Esta enfermedad produjo más de 50 millones de infectados en los últimos 20 años, cobrando 25 millones de vidas. Diariamente alrededor de 7 000 personas en el mundo contraen ese virus. En términos sanitarios, estamos ante una grave pandemia muy lejos aún de ser vencida.

Aunque se sabe claramente qué es el sida, no se han generado todas las políticas necesarias para revertirlo. En algunos lugares, como en el África subsahariana, la infección llega a casi la mitad de la población total de algunos países. Serían necesarios 7 mil millones de dólares para poder revertir esta calamidad sanitaria; pero los presupuestos destinados por los países desarrollados rondan los 5 mil millones. No alcanza el dinero, y el problema crece.

No puede dejarse de considerar las denuncias que han surgido repetidas veces en torno a que dicho virus fue una creación de laboratorio como arma bacteriológica para diezmar poblaciones, y eventualmente quedarse con los recursos naturales de los países donde desaparecería buena parte de su gente. Ello es muy difícil de ser demostrado, pero viendo cómo funciona el mundo, no es totalmente descabellado.

Terrorismo: aquí es más difícil dar una definición. Se han aportado varias, pero los mismos ideólogos que lo debaten no encuentran una versión convincente. Se dice que «se constituye, tanto en el ámbito interno como en el mundial, en una vía abierta a todo acto violento, degradante e intimidatorio, y aplicado sin reserva o preocupación moral alguna». En esa definición puede entrar de todo; extremando las cosas, también puede caer en esa definición el mantener una relación sexual sin protección, principal vía de acceso al VIH.

Según datos disponibles a nivel mundial, ese mal definido terrorismo (que, por cierto, lo practicarían países y/o grupos «malvados») mata 12 personas diarias, contra 3 424 que provoca el sida.

O hay un error en los cálculos o evidentemente la apreciación de los estrategas que formulan las hipótesis de conflicto se equivocan, puesto que ven una mayor amenaza a la seguridad de la especie humana en el impreciso «terrorismo» que en esta enfermedad. O, más crudamente: el negocio en juego no permite objetividad. Y, por supuesto, se invierte infinitamente más en armamentos que en esta enfermedad.

Salvo poquísimas armas fabricadas para el ámbito de la cacería, la parafernalia armamentística con que hoy contamos los seres humanos está destinada al mantenimiento de las diferencias de clases. Es decir: seres humanos matan a otros seres humanos para mantener su poder, para defender la propiedad privada. Y también para «resolver» conflictos de la cotidianeidad. Quienes nos matan, mutilan, aterrorizan, dejan secuelas psicológicas negativas e impiden desarrollos más armónicos de las sociedades son, justamente, las armas.

Cuando decimos «armas» nos referimos al extendido universo de las armas de fuego (aquellas que utilizan la explosión de la pólvora para provocar el disparo de un proyectil), el cual comprende un variedad casi infinita que va desde lo que se conoce como armas pequeñas (revólveres y pistolas -las más comunes-, rifles, carabinas, subametralladoras, fusiles de asalto, ametralladoras livianas, escopetas), armas livianas (ametralladoras pesadas, granadas de mano, lanzagranadas, misiles antiaéreos portátiles, misiles antitanque portátiles, cañones sin retroceso portátiles, bazookas, morteros de menos de 100 mm), a armas pesadas (cañones en una enorme diversidad con sus respectivos proyectiles, bombas, explosivos varios, dardos aéreos, proyectiles de uranio empobrecido), y los medios diseñados para su transporte y operativización (aviones, barcos, submarinos, tanques de guerra, misiles), a lo que hay que agregar minas antipersonales, minas antitanques, todo lo cual constituye el llamado armamento convenciona

l. A ello se suman las armas de destrucción masiva, con poder letal cada vez mayor: armas químicas (agentes neurotóxicos, agentes vesicantes, agentes asfixiantes, agentes sanguíneos, toxinas, gases lacrimógenos e irritantes, productos psicoquímicos), armas biológicas (cargadas de peste, fiebre aftosa, ántrax), armas nucleares (con capacidad de borrar toda especie de vida en el planeta).

Toda esta cohorte de máquinas de la muerte en modo alguno favorece la seguridad; por el contrario, son un riesgo para la humanidad. El mito de la pistola personal para evitar asaltos y para conferir sensación de seguridad es solamente eso: mito. En manos de la población civil, muy rara vez sirve para evitar ataques; en general, solo ocasionan accidentes hogareños. Y en manos de los cuerpos estatales que detentan el monopolio de la violencia armada, los arsenales crecientes -cada vez más amplios y más mortíferos- no garantizan un mundo más seguro, sino que, por el contrario, hacen ver como posible la extinción de la humanidad (de liberarse todo el potencial bélico nuclear con que cuentan las fuerzas armadas de la actualidad, la onda expansiva llegaría hasta la órbita de Plutón, y pese a ese extraordinario poder de disuasión, no estamos más seguros, sino justamente todo lo contrario).

Sin dudas, el negocio de las armas conviene a algunos, aquellos que detentan mucho poder. Y lo único que les importa es seguir manteniendo esas ganancias. El sida, reconocido como algo también mortífero, importa… pero de momento puede seguir esperando. ¿Para cuándo la próxima guerra?


Fotografía principal tomada de Cultura Colectiva.

Marcelo Colussi

Psicólogo y Lic. en Filosofía. De origen argentino, hace más de 20 años que radica en Guatemala. Docente universitario, psicoanalista, analista político y escritor.

Algunas preguntas…

Correo: mmcolussi@gmail.com

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