Edgar Rosales | Política y sociedad / DEMOCRACIA VERTEBRAL
Antes de empezar a escribir este artículo, me conecté con Spotify. Selecciono «Back in the USSR», la primera pista del mítico Álbum Blanco, aquella pieza que inicia con una especie de ruido que pretende simular la turbina de un jet de la BOAC, la otrora poderosa compañía británica de aviación. Ese sonido, que de tanto oírlo se ha hecho familiar, en milésimas de segundo me hace retroceder 50 años en el tiempo. A 1968…
Se ha dicho que ese fue el año en que ocurrieron los acontecimientos políticos, sociales, culturales y deportivos que más han contribuido a definir el mundo en su integralidad, así como lo conocemos hoy, medio siglo después. Y es que durante esos 365 días, el mundo vivió un caleidoscopio en el que se conjugó lo mágico con lo monstruoso, la vergüenza con lo sublime y la pesadumbre con la hermosura.
Un breve recuento de esos hechos fundamentales nos lleva al Mayo de París, a la Primavera de Praga. En ese año, la juventud estadounidense se atrevió a rechazar abiertamente la presencia norteamericana en Vietnam, coincidiendo con los asesinatos de Martin Luther King y Robert Kennedy, abanderados de la paz y la democracia. Y en México, el 2 de octubre, el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz ordenó la terrible masacre de Tlatelolco, para así ahogar en sangre un período de intensas protestas estudiantiles.
Esta carnicería ocurrió apenas 10 días antes de que en el Distrito Federal (hoy CDMX) se inauguraran aquellos célebres Juegos Olímpicos. Y para no ser menos, aquí en Guatemala, la guerrilla urbana sesentera había entrado en la fase más álgida de lucha, según lo quiso demostrar con el asesinato del embajador de EE. UU., John Gordon Mein, a plena luz del día.
Ante ese panorama tan nefasto y desolador, el orbe reclamaba un toque de magia para volver a respirar. Este vino, por fin, de manera fabulosa e idílica. Vino en forma de disco de vinilo; doble para más señas. El responsable no podía ser nadie más que la banda musical que en seis años había conquistado el merecido reconocimiento como la más famosa e influyente del planeta. Este álbum paradójicamente, era una delicia para un mundo convulsionado, pero el inicio de sus últimos días para sus creadores.
El título original de esta obra era simplemente The Beatles, pero con el tiempo pasó a ser conocido popularmente como Álbum Blanco, obvia referencia al níveo lienzo de su portada, un trabajo minimalista que contrastaba diametralmente con el derroche de psicodelia con que habían cautivado a los millones de fans en 1967, con los álbumes El sargento Pimienta (Sgt. Pepper´s Lonely Hearts Club Band ) y El viaje mágico y misterioso (Magical Mystery Tour).
Desde el punto de vista musicológico, el Álbum Blanco es la colección más caótica de estilos que uno pueda recordar. Va desde el rock violento (de entonces) hasta el melodioso folk country. Hay blues, jazz y bazofia del tipo «Obladí Obladá». Pero hay melodías rayanas en lo sublime, como «Good Night», delicado y melodioso experimento con Ringo como único protagonista. O aquella pieza indescifrable e imposible de digerir a las primeras de cambio, que bautizaron como «Revolution 9» y que no es otra cosa sino una serie de grabaciones al revés, collages de canciones a medias y ruidos difícilmente de entender.
Sin embargo, el Albúm Blanco es aún más valioso por sus aportes extramusicales y que serían unas de las primeras contribuciones al conocimiento de la realidad que dominaba el mundo en la última parte de los 60, por medio de canciones: guerras, drogas, sexo libre, existencialismo, nuevas espiritualidades (Los Beatles lo intentaron en el misticismo hindú), derechos civiles, rechazo al establishment, etcétera.
Por su parte, John Lennon pone en relieve su compromiso creciente con la causa pacifista, según lo expresa en su trabajo denominado «Revolución», cuya primera versión apareció como cara B de Hey Jude, en disco de 45 rpm, que fue lanzado unos tres meses antes del Álbum Blanco.
Una tonada aparentemente inocua, como «Back in the USSR», en la cual se describe la proverbial belleza de las chicas soviéticas, el sonido de las balalaikas y lo significativo de regresar a ese país, habría de desatar una furiosa campaña antibeatle de parte de los sectores que por aquel entonces representaban a una ultraderecha conservadora y reaccionaria. La receta fue la de siempre: acusar de izquierdistas a estos jóvenes irresponsables que se atrevían a romper los modelos «decentes» de la sociedad estadounidense y, con descaro, hacían propaganda en favor del archienemigo comunista.
Por el estilo, «Piggies» (Cerditos), escrita por George Harrison, quien nunca antes había abordado temas de contenido social, causó su particular dosis de revuelo. La metáfora de los «cerditos» era en realidad una crítica a los estamentos burgueses de entonces: «¿habéis visto los cerditos grandes / con sus blancas camisas almidonadas / hallaréis a los cerditos grandes / removiendo la mugre / siempre en sus camisas limpias».
Sin embargo, lo que más disgustó al conservatismo fue otra estrofa: «con la vida asegurada en sus pocilgas / no les importa lo que pasa fuera / en sus miradas falta algo / y lo que necesitan es una buena paliza…»
El otro elemento toral del Álbum Blanco es que marca, como decía antes, el principio del final de Los Beatles. La influencia intervencionista de Yoko Ono llegó al extremo de exigir que se le permitiera hacer los coros en la canción «La continua historia de Bungalow Bill» («The Continuing History of Bungallow Bill»), decidir los bucles que debían utilizarse en «Revolution 9» y hasta el diseño blanco de la portada, el color favorito de la japonesa.
Por todos esos trozos de historia, por el increíble resultado musical con que demostraron, por enésima vez, su calidad extraterrestre, por haber contribuido con su arte a la búsqueda de nuevas formas de interpretar los hechos que marcaron aquellos años e, incluso, con la sombra de que algunas de sus canciones habrían inspirado a Charles Manson, bestial asesino de la actriz Sharon Tate, a cometer sus repugnantes crímenes, el Álbum Blanco debe ser considerado una obra magna que pertenece a la humanidad.
Es increíble que medio siglo después, ese Álbum Blanco siga cautivando a quien lo escucha y a quienes, como yo, no terminamos de escucharlo nunca.
Al fin y al cabo, si Los Beatles son lo que llegaron a ser y se ganaron un lugar en la historia, el Álbum Blanco es la más genial explicación de ello.
Fotografía principal, las diversas etapas del White Album, de la colección personal del autor.
Edgar Rosales

Periodista retirado y escritor más o menos activo. Con estudios en Economía y en Gestión Pública. Sobreviviente de la etapa fundacional del socialismo democrático en Guatemala, aficionado a la polémica, la música, el buen vino y la obra de Hesse. Respetuoso de la diversidad ideológica pero convencido de que se puede coincidir en dos temas: combate a la pobreza y marginación de la oligarquía.
Un Commentario
Muy buen artículo. Me agrada su enfoque.
Comparto con el autor y con los lectores, algo que escribí y fue publicado unos días antes en el blog de la Comunidad de Lectores. Quizá más parco y poco profundo, pero coincidente en la grandeza del Álbum Blanco.
http://letrasypoetas.blogspot.com/2018/11/celebrando-el-album-blanco.html?m=1
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