Apuntes para una cartografía de lugares filmados en Guatemala (1935-1996) (III)

Edgar Barillas | Arte/cultura / RE-CONTRACAMPO

Los siguientes filmes en los que aparece la geografía de Guatemala, son producciones nacionales (tres de ellas coproducidas con México). En 1949, Cuatro vidas (José Giaccardi, director) nos lleva a una finca en donde se vive el romance de dos parejas, bajo la mirada atenta de una madre enérgica pero amorosa. Se trata de una unidad productiva de propietarios ladinos con mozos colonos y jornaleros indígenas, situada en algún lugar del altiplano guatemalteco. De paseo, los cuatro jóvenes van al lago de Atitlán, del que «dicen que es el más bello y pintoresco de América», según uno de los protagonistas. Y los paneos (movimientos horizontales de la cámara sobre su eje) desde las alturas descubren su innegable hermosura. Una excursión a La Antigua Guatemala nos presenta una rápida vista de algunas ruinas de conventos y procesiones de los templos de San Francisco, San Bartolomé Becerra y La Merced, en las que participan los intérpretes masculinos de la película (en un plano cerrado, para que al insertarlos en las tomas de procesiones reales, den la apariencia de que en verdad participaron en los cortejos).

El Sombrerón (1950, Guillermo Andreu Corzo), fue realizada por equipo e intérpretes guatemaltecos y ha sido considerada como «el primer largometraje netamente nacional». A pesar de ello, es difícil precisar las locaciones en donde se rodó. Los paisajes, las fincas y haciendas que se muestran parecen ser lugares cercanos a la capital y en uno de sus barrios. Solo hay un lugar claramente identificable: la ermita del Cerro del Carmen. En cambio, en Caribeña (José Baviera, 1952), se buscan hitos arquitectónicos y urbanísticos de la modernización de la ciudad que facilitan su ubicación y contextualizan el desarrollo de su relato. Así, la ciudad de Guatemala deja ver claramente que el imaginario urbano tiene en la Sexta Avenida, el Parque Central, el Palacio Nacional, el edificio La Perla, el Club Guatemala y la Ciudad Olímpica, unos de sus referentes más preciados. Y la «indígena caribeña», que es una rubia atractiva, vive en un poblado a las orillas del canal de Chiquimulilla, en la costa del Pacífico, o sea, en el otro extremo del país. Y para concluir con este cuarteto de películas, Cuando vuelvas a mí (José Baviera, 1949) sale nuevamente de la ciudad capital y desarrolla su trama narrativa en La Antigua y Chichicastenango, con lo que se van marcando las preferencias de los cineastas a la hora de escoger los escenarios para sus realizaciones.

Los tesoros escondidos, la devoción y el melodrama

No solo los acompañantes de Tarzán buscaron tesoros en Guatemala. También unos nobles que vivían en Normandía, Francia, en el siglo XVIII, vinieron a buscar el suyo en Treasure of the Golden Cóndor (Delmer Daves, 1953). En este caso no se trató de una pobre productora independiente, sino de la poderosa Twenty Century Fox, la que escogió a Guatemala para ambientar su historia. Un escocés posee un códice que contiene información sobre un tesoro oculto en las tierras mayas de Guatemala. Un noble a quien se le han negado sus derechos patrimoniales (Cornel Wilde, el señuelo de la película para atraer al público, pues pertenecía al Star System) le acompaña a buscarlo. Por medio de mapas del océano Atlántico, se traza la ruta que lleva de Europa a Guatemala. Tras unos preparativos en Río Dulce y el lago de Izabal, los buscadores llegan a La Antigua Guatemala, solo para descubrir que un violento terremoto dejó a la ciudad en ruinas. El escocés encuentra a su hija (una muy bella intérprete estadounidense, Contance Smith) vestida con un traje tradicional guatemalteco en un travestismo [1] sociocultural que ya se había visto en Cuatro vidas y en Caribeña, y que los bailes de proyección folklórica habían popularizado al punto de convertirlos en muestras de la «identidad nacional». De la ciudad derruida van en busca de la legendaria «tierra de los mayas». Cuando están a punto de desistir, en lo alto de la montaña, el noble desheredado divisa la majestuosidad del lago de Atitlán, sus volcanes y demás montañas. «Mayaland», exclaman ansiosos, porque eso los pone a un paso de llegar al tesoro del Cóndor de Oro. Más lo están cuando llegan a Santiago Atitlán, de donde parten al sitio del tesoro. Y como don Dinero puede reponer hasta los títulos perdidos, el noble regresa por sus fueros a Europa y luego, con la honra y el prestigio restituidos, de nuevo a Santiago Atitlán a encontrarse con la bella extranjera que vive en el paraíso.

Hasta aquí, las películas revisadas no han hecho uso de sets construidos, pues los ambientes naturales han sido suficientes para ubicar el espacio en donde se desarrolla la trama. Solo en la película de Tarzán hay unos pocos planos filmados en los sets de la Talisman Studio de la 4516 Sunset Blvd. de Hollywood, California (Ogden, 1992: 271). En otros pocos se agregó algo de decoración a los escenarios naturales. Pero en Treasure of the Golden Condor, los sets decorados con motivos «mayas» aparecen inmediatamente después de las primeras imágenes de Santiago Atitlán, para que los espectadores construyan esa imaginaria continuidad, recurso que era usual en el trabajo de las grandes productoras holywoodenses. Y como parte del tesoro dorado, se muestran artículos inspirados en la Mesoamérica prehispánica, tal como los que se pueden adquirir en cualquier tienda de artesanías, solo que los de la película con pintura dorada. Algo que también vale mencionar, es que en las escenas en que aparece el altiplano guatemalteco, la mayoría de los extras de las películas pertenecen a los pueblos indígenas y usan sus trajes tradicionales, mientras los protagonistas y coprotagonistas que fingen ser indígenas, usan una combinación de prendas que llega a resultar risible cuando no oprobiosa.

Esquipulas, en el oriental departamento guatemalteco de Chiquimula, es el centro de la devoción al Cristo Negro o Cristo de Esquipulas. De tal manera que no podría ser otro el lugar seleccionado por los productores de El Cristo Negro (José Baviera, Carlos Véjar h., 1955) para ubicar las peregrinaciones de México y Centroamérica al santuario de la venerada imagen. En medio de canciones y tribulaciones propias del género melodramático, la trama discurre entre el Casino Militar y las instalaciones de la Radio Nacional TGW en ciudad de Guatemala, con una breve visita al lago de Amatitlán, antes de emprender el viaje de sanación al pueblo de Esquipulas. Ahí, en plena procesión, la Providencia resuelve los intríngulis familiares y amorosos. Una corona para mi madre (Rafael Lanuza, 1957) es, en cambio, netamente citadina. Como trata de la historia de una madre enferma y su hijo en condiciones de pobreza extrema, las locaciones buscan interpretar los recorridos de la considerada «gente humilde». De esta manera, el niño, de padre desconocido y cuya madre fallece más de pobreza que de enfermedad, busca trabajo no en la elegante Sexta Avenida ni en el Parque Central de la ciudad de Guatemala, sino en espacios públicos más populares como el Parque Colón, la Plazuela Barrios y las Cinco Calles. El Cementerio General capitalino es el centro de los peregrinajes del niño, obligado a trabajar por las circunstancias, y también es el sitio en donde encuentra a su padre para que se resuelva el nudo de la narración.

[1] Nos atenemos a la definición de la Real Academia Española: «Práctica consistente en la ocultación de la verdadera apariencia de alguien o algo. U. t. en sent. fig.»
Continuará.

Encuentre aquí la siguiente entrega de esta cartografía.

Edgar Barillas

Guatemalteco, historiador del cine en Guatemala, investigador de la Universidad de San Carlos de Guatemala.

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