Manuel Fernández-Molina | Arte/cultura / APUNTES DE AYER Y HOY
En el mes de octubre hay varias efemérides, como la del día 12, en la que se recuerda que Europa entró en contacto con un nuevo continente; el 19 es un aniversario del nacimiento del escritor Miguel Ángel Asturias (1899); en Guatemala la del día 20, cuando se conmemora que en 1944 finalizó el largo período de dictaduras de corte liberal (73 años, con el breve intermedio de 19 meses que fue la administración de Carlos Herrera Luna). Y hay, también, fechas luctuosas como el 10, en que se recuerda el asesinato del periodista Alejandro Córdova; y el día 8, cuando debiera recordarse a otro periodista asesinado por oponerse al continuismo dictatorial, José Arzú. Pero somos muy pocos quienes nos acordamos del escritor José Arzú. Yo le pongo el mote de «José, el Olvidado».
Alejandro Córdova y José Arzú nacieron en 1888, con unos 83 días de diferencia. Sus muertes solamente estuvieron separadas siete días. Córdova nació en Huehuetenango, el 28 de mayo, hijo de una chiapaneca que había fijado residencia en ese departamento de Guatemala. Arzú nació en la capital, parte de la progenie del ingeniero urbanista Juan Manuel Arzú Batres e Isabel Herrarte Guzmán. Por parte de padre, José era sobrino nieto del poeta José Batres Montúfar. Los asesinatos de estos periodistas quiso el dictador Federico Ponce disfrazarlos de un robo agravado (en el caso de Córdova) o de un accidente (en el caso de Arzú, quien oficialmente falleció de «asfixia por obstrucción»).
Estos dos personajes se conocieron en la capital de Guatemala, hacia 1907, gracias a que ambos eran amigos de Rafael Arévalo Martinez. Pronto trabaron una amistad sólida, que facilitó la incorporación de José Arzú a la planta de redactores del diario El Imparcial, cuando volvió a Guatemala en 1931, tras ser destituido por Jorge Ubico como primer secretario de la legación de Guatemala en París, en donde había hecho un estupendo trabajo durante poco más de una década. Ambos habían sido importantes plumas al atacar a Ubico en mayo-junio del 44 y al oponerse al continuismo dictatorial que intentaba el general Federico Ponce. Frente a ambos dictadores Arzú escribió una serie de artículos, llenos de ironía, que tituló «Carta abierta a un amigo del señor presidente». En esas columnas, Arzú pasaba el mensaje que lo inteligente era hacerle ver al presidente que había llegado la hora de hacerse a un lado. Muy pocos recuerdan el valor de estos artículos; de entre esos pocos cabe señalar a José Manuel Fortuny, quien había sido subalterno de Arzú en el departamento de prensa de la legación británica.
Durante los años que estuvo en El Imparcial y los meses que trabajó en Nuestro Diario, José Arzú fue un redactor que acometía temas sofisticados, filosóficos. También publicó varios cuentos y algunos poemas. Gracias a su educación en Inglaterra y Francia, José Arzú era políglota, y cuando llegaba a Guatemala algún escritor europeo, era a él a quien mandaban a entrevistarle. Cabe mencionar las entrevistas que hizo a Aldous Huxley, en inglés, o a Paul Claudel y Jean Giraudoux, en francés. Huxley quedó tan impresionado de la conversación con Arzú, que mantuvo continua relación epistolar con él, y cuando supo de su homicidio, mandó a la familia una hermosa misiva de solidaridad y pésame (carta que probablemente se conserva en Cirma, entre los documentos personales de Arzú).
¿Por qué José Arzú ha sido casi borrado de la historia cultural de Guatemala? No lo sé. Quizás un asunto de «suerte», esa contingencia que a los historiadores nos molesta y que usualmente ignoramos. Acaso no era un ser humano «simpático», pues ya en su vida había cierta tendencia a negarle un sitio preferencial dentro de la intelligentsia guatemalteca. Esta hipótesis la sostenía el escritor César Brañas, quien afirmaba que José Arzú no era comprendido, y que era objeto de burlas, a las que -dice Brañas- él respondía «con sonrisa de niño piadoso».
César Brañas siempre mantuvo el criterio de que José Arzú era menospreciado porque era envidiado. Se le envidiaría la educación privilegiada que había tenido en colegios de jesuitas en Irlanda e Inglaterra, gracias a sus conexiones familiares (pues dinero no tenía), su inscripción y vida en la Soborne parisina, en donde estudió literaturas griega y latina, entrega académica que se vio interrumpida en 1914 por la Primera Guerra Mundial, cuando andaba en 28 años de edad. Y Brañas adicionaba que encima de su formación en Europa se le había envidiado la hermosura, pues José era «erguido el alto pecho, marfileña la tez, aguilada la nariz montuferina», trazos que le harían hermoso -para sus parámetros de belleza-. Quién sabe. En lo personal, me parece que esos rasgos solamente podrían ser una parte del porqué caía un poco mal.
Mi amigo Severo Martínez apuntaba en otra dirección. Señalaba que la posición social de José Arzú era difícil, casi crítica. Por sus apellidos y por su parentela era un miembro de la «aristocracia criolla», pero no por sus medios económicos, pues José «no tenía un petate para caer muerto» -para poner el asunto en una frase chapina-. Para aquellos criollos que tenían fincas además de apellidos, José era un pobretón pedante; y para la clase media urbana de aquellos 1930 y comienzos de los 40, José era un señorito estirado y afrancesado, nada más. Ese estrato social no le concedía el menor valor a que Arzú leyera a Plutarco en griego y que hubiera traducido a Henry James al francés (versión altamente apreciada en los círculos literarios parisinos).
En fin, este ocho de octubre he querido traer a cuento, traer a memoria, a ese escritor que introdujo el radioteatro a Guatemala, y no se le menciona; que escribió teatro didáctico (para escenario o para radio), y tampoco se le cita; que escribió importantes artículo que coadyuvaron a la renuncia de Ubico y estaban minando la administración de Ponce, y casi nadie le recuerda. Su presencia en la historia cultural de Guatemala casi se ha visto reducida a que es el autor de una biografía de su tío abuelo, el poeta Pepe Batres. ¿Existe la suerte en la Historia?
Manuel Fernández-Molina

Profesor retirado de Historia, interesado en la europea, especialmente española. Actualmente docente de Historia Global en el Colegio Humanístico Costarricense, campus Coto.
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