Manuel Fernández-Molina | Literatura/cultura /
El recién pasado 18 de julio se cumplieron 69 años del asesinato de Francisco Javier Arana, un militar que fue el jefe del alzamiento del cuartel Guardia de Honor la madrugada del 20 de octubre de 1944. Los otros dirigentes del movimiento (Jorge Toriello, Jacobo Arbenz) no tenían tropas a sus órdenes, y fue Arana al mando de los tanques quien consiguió la victoria de los alzados (el capitán Arbenz Guzmán estaba de baja).
Arana fue integrante del triunvirato que gobernó a Guatemala durante 146 días, del mediodía del viernes 20 de octubre de 1944, hasta la mañana del jueves 15 de marzo de 1945. El breve gobierno de este triunvirato terminó con los remanentes del trabajo forzado para los indígenas, le dio autonomía total a la Universidad de San Carlos y convocó a una Asamblea Constituyente que le dio a Guatemala el primer ordenamiento legal de substancia democrática.
Mucho se ha escrito al rededor del asesinato de Arana. Hay cientos de artículos periodísticos, aunque en el mundo académico solamente hay una interpretación, la que escribió Piero Gleijeses, que fue publicada en el Journal of Latin American Studies, volumen 22-3, en octubre de 1990.
En las lineas que siguen traeré a cuento una relación entre asesinatos políticos que distan entre ellos 128 años. Me refiero a las muertes de Mariano Bedoya y de Remigio Meyda (finales de 1821), de las que algo escribí en diciembre de 2017, y este homicidio (1949). Hay un rasgo que los une mas allá de que todos ellos hayan tenido motivos políticos. Los enlaza el consumo de alcohol. Efectivamente, el alcalde Mariano Larrave que fue responsable de la muerte de Mariano Bedoya y Remigio Meyda, a finales de noviembre de 1821, conducía a la patrulla que les disparó en avanzado estado de ebriedad. En julio de 1949, el diputado Alfonso Martínez Estévez, que jefeó al grupo que tenía la intención de secuestrar a Francisco Javier Arana para deportarlo a Cuba, y casi todos sus secuaces estuvieron bebiendo desde que llegaron al sitio en donde ocurriría la captura. Diferencias hubo. Larrave estuvo consumiendo un ron sin marca, que había sido decomisado como contrabando en marzo de 1821; Martínez Estévez y los suyos estuvieron bebiendo whiskies.
¿Por qué se quería capturar a Arana y extrañarlo a Cuba? El Gobierno que se instauró en marzo de 1945, después del largo período de dictaduras liberales, y cuyo primer presidente fue el pedagogo Juan José Arévalo Bermejo, estuvo lleno de contradicciones internas, pues en dicha administración presidencial convivían políticos que tenían distintos intereses y deseaban rumbos diferentes para el Gobierno y para Guatemala. Estaban los moderados, que querían pocos cambios (o ninguno) en la estructura social de Guatemala, y priorizaban la importancia de mantener relaciones cordiales con Estados Unidos. De cara a ellos, estaban quienes buscarían cambios importantes en el sistema productivo del país y que peleaban por un país económicamente soberano y, consecuentemente, reclamaban echar a empresas estadounidenses, como la United Fruit y la International Railways of Central America.
Los moderados veían como su icono y líder a Francisco Javier Arana, quien era el jefe de las fuerzas armadas. Los segundos manejaron varios nombres como posibles adalides, pero terminaron juntándose al rededor de Jacobo Arbenz, ministro de la Defensa, segundo en jerarquía en el mando de las tropas, pues entendieron que era la carta que debían jugar en las elecciones a realizarse en noviembre de 1950. No confiaban en una victoria fácil y segura de Arbenz, y sintieron que para ganar tenían que deshacerse de Arana. Hubo siempre unos cuantos que de inicio pensaron en el asesinato; la mayoría de arbencistas más bien sugería prenderle y sacarlo del país.
Quizás estos últimos eran mayoría porque el presidente Arévalo no deseaba que su administración presidencial tuviese la mácula de un asesinato. En todo caso, desde comienzos de junio de aquel 1949 se comenzaron a delinear planes para capturar y extrañar a Francisco Javier Arana. Un punto importante fue convencer al presidente de Cuba, Carlos Prío Socarrás de recibir a Arana, y retenerle sin autorizarle intentar volver a Guatemala. Arana sería un «huésped con restricciones» del presidente de Cuba. Con esto ya algo estaba claro. Faltaba ultimar los planes para su captura y expulsión. Los arbencistas contaban con mayoría en el Congreso, para que ex post facto se destituyera a Arana como jefe de las Fuerzas Armadas, arguyendo equis motivo. Faltaba decidir el operativo para prenderle.
Una oportunidad se presentó cuando Arana iba a ir a contabilizar las armas que Guatemala le había prestado a José Figueres Ferrer en marzo de 1948. El lote de armas había sido devuelto a finales de junio, pero se había guardado en El Morlón (un club de oficiales del ejército), y no se había contabilizado e inventariado la cantidad de armas retornadas. El asunto este tenía su lado político. Arana quería que las armas ingresaran a los activos contables del Ejército, mientras que había voces que deseaban que el lote quedara fuera de inventario, para proporcionárselas a unos dominicanos que tratarían de derrocar a Leonidas Trujillo, dictador de la República Dominicana. El presidente Arévalo había decidido a favor de Arana, y este iría a El Morlón a contar, numerar e ingresar las armas al inventario del Ejército la mañana del lunes 18 de julio.
Un poco a la ligera se trazó un plan. Arana sería capturado cuando regresara a la capital después de haber comprobado el número y el estado de las armas que Figueres Ferrer había devuelto. Se le haría prisionero en un lado del puente La Gloria; se taparía el acceso fingiendo que un auto se había descompuesto, y en ese momento se le capturaría.
A las 8 de la mañana de aquel lunes 18 de julio, Francisco Javier Arana salió de la capital sin saber que iba a su encuentro con la muerte. Iba acompañado de su ayudante, el mayor Absalón Peralta Barreira, de un oficial del Estado Mayor Presidencial, el coronel Girón, y de su piloto Francisco Palacios. No supo que una media hora después, salieron otros vehículos, jefeados por el diputado Alfonso Martínez Estévez, quien era el presidente de la Comisión de Defensa del Congreso de la Republica. Este iba acompañado de otros diputados, del subdirector de la Guardia Civil (quien llevaría a cabo la parte física del arresto) y del piloto militar Francisco Cosenza Gálvez, quien sería el encargado de volar a Arana hasta su destino en La Habana.
Llegando a Amatitlán, concretamente a las cercanías del puente La Gloria, el grupo de diputados entró a un restaurante idealmente muy cercano a donde se llevaría a cabo la captura, y desde donde controlarían las acciones. Pidieron botellas de Old Parr; Martínez Estévez pidió Queen Anne de botella verde. Eran whiskies caros, de 12 años. Bebieron desde las 9 de la mañana hasta eso de las 11:20, cuando escucharon que Arana regresaba. Salieron con cierta precipitación y trataron de cumplir con lo planeado. Un auto Dodge impedía el acceso al puente; unos cuatro individuos fingían estar arreglándolo. Arana pregunto qué pasaba, pistoleros le pidieron que subiera las manos y se diera prisionero. Comenzaron los balazos. Como en aquella muy lejana noche del viernes 30 de noviembre de 1821, las cosas no están claras. ¿Quién comenzó a disparar? ¿Por qué? ¿Alguien supuso que era mejor darle muerte que capturarle, y fue un acto premeditado? No se sabe. Lo que sí sabemos es que los diputados y sus ayudantes principales, o cómplices, eran 14 (según la cuenta del restaurante), y habían ordenado cinco botellas de Old Parr y dos de Queen Anne. Supongamos que no habían terminado las siete botellas, aún así tenemos una media de consumo de unos 340 mililitros de whisky por cabeza. No estaban en total control de sus reflejos ni (tal vez) de sus decisiones. Un minuto de balacera. Arana y su ayudante quedaron muertos. El diputado Martínez Estévez recibió un balazo que le atravesó el muslo, pero no te tocó ni el fémur ni la arteria. Jacobo Arbenz veía los sucesos con poderosos prismáticos, desde lejos, desde el mirador El Filón. Le acompañaban su ayudante, un teniente de apellido García, y dos soldados cuyos nombres se ignoran. El teniente García recuerda que Arbenz dijo «Esto ya se jodió. Volvamos al palacio». Él fue electo presidente en noviembre de 1950 y tomó el cargo el 15 de marzo de 1951.
Sin el whisky, ¿se habría asesinado a Arana? No lo sabemos. Como tampoco sabemos si Mariano Larrave habría dado la orden de «fuego» frente a unos estudiantes que vociferaban en contra de la anexión a México, si no hubiera ido en grave estado de ebriedad. Todo un tema para la historiografía guatemalteca: el alcohol en momentos cruciales.
Manuel Fernández-Molina

Profesor retirado de Historia, interesado en la europea, especialmente española. Actualmente docente de Historia Global en el Colegio Humanístico Costarricense, campus Coto.
Un Commentario
Interesantes datos, conocía la historia pero no con tantos detalles y nombres, gracias por compartir sus conocimientos.
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