Apuntes de ayer y hoy

Manuel Fernández-Molina | Literatura/cultura / APUNTES DE AYER Y HOY

Me han pedido que escriba sobre qué es una novela histórica, a mi entender, y que diga cuáles han sido y son mis autores favoritos dentro de este género. El tópico me fascina, y he venido postergando escribir unas líneas sobre este fascinante asunto, para hacerlo con calma y placer.

Pues bien, desde una perspectiva general, trazando el concepto de novela histórica en líneas gruesas, diremos que es una narración situada en un determinado período del desarrollo humano y que tiene como objetivo transmitir el espíritu, la vida cotidiana, el entorno familiar, el ritmo de la vida, las maneras y las condiciones sociales de diferentes grupos (o de un grupo) en el período en que la trama se desarrolle. Hasta aquí, diría yo, podemos dejar el concepto de novela histórica de manera amplia. Las diferencias son muchas, afortunadamente. Algunos autores tratan de hacer su trabajo con minuciosa exactitud en todo detalle y personaje, mientras que otros le ponen más atención al bosque que a los árboles que lo componen.

Una novela histórica puede tratar de personajes que de verdad existieron y, encima, son muy conocidos como Lincoln, del estadounidense Gore Vidal (1925-2012), quien nos describe con meticulosidad los años que Lincoln tuvo poder; o Yo, Claudio, del inglés Robert Graves (1895-1985), quien crea un Claudio muy apegado a cuanto material histórico se tiene y lo profundiza con bisturí de psicólogo (siendo esta hondura, la que no está en los documentos de archivo); o Aníbal, del alemán Gisbert Haefs (1950), quien nos presenta las luchas del líder cartaginés con una pluma que le da un ritmo policíaco a la narración; o Napoleón, del francés Max Gallo (1932-2017), quien escribió una obra que él etiquetó como novela, pero que casi todos los críticos clasifican de «biografía sin notas al pie de página», y, encima, es una narración bastante tediosa.

La novela histórica puede, también, estar focalizada en un hecho relevante, más que en un personaje. Como, por ejemplo, La sombra del águila, del español Pérez Reverte (1951), o Cuarenta días en Musa Dagh, del austriaco Franz Werfel (1890-1945). Una y otra novelas no pueden ser más diferentes entre ellas; la de Arturo Pérez Reverte trata la batalla napoleónica de Borodinó (en el libro el pueblo se llama Sbodonovo), en agosto de 1812, un encuentro bélico complejo, y escribió una narración con mucho sentido del humor. En cambio, Franz Werfel en su novela Cuarenta días en Musa Dagh, nos pinta la matanza sistemática de armenios llevada a cabo por el ejército turco en 1915 de una manera seria, sin ningún matiz de humor en ningún momento. La novela también presenta los conflictos internos de los personajes, lo que la hace merecedora de la etiqueta de «psicológica» o «existencial», además de histórica.

Pero pensemos un poco en la historia de la novela histórica. Es este un género que cobró existencia propia en el siglo diecinueve, pero que tiene antecedentes antiguos. Realmente nos podemos ir atrás en el tiempo hasta unos tres mil años, porque narraciones como la Iliada y la Odisea las podríamos clasificar como novelas históricas. No se conceptúan de esa manera, pues se les adjudica la etiqueta de épicas o heroicas, pero si desmitificamos la historia de la literatura, a estas narraciones sobre la guerra de Troya las podemos considerar dentro del concepto de «novela histórica».

Digo que el género cobró existencia propia en el siglo diecinueve, y fue en el contexto en que las naciones europeas estaban cobrando identidades propias tras los reajustes de fronteras y de concepciones políticas que dejaron las guerras napoleónicas. Además, en el continente americano había habido independencias y habían aparecido nuevas naciones. En esas circunstancias la literatura vino a ayudar a la formación de las identidades nacionales, y de ahí el éxito de las creaciones de Walter Scott (1771-1832), a quien suele acreditársele la paternidad de la novela histórica, especialmente a partir de Waverley (1814), y de allí en adelante. Muy pronto este tipo de narración se hizo popular, y escribir ficción en un contexto histórico en donde aparecen personajes reales comenzó a ser una manera de garantizarse lectores. Así se explica el éxito de Alexandre Dumas (1802-70), quien escribió novelas más bien de aventuras, pero que sucedían en situaciones y ambientes históricos. Fue Dumas el escritor más traducido en el siglo diecinueve.

Pero volvamos a lo que aserto en el segundo párrafo. Una novela histórica no tiene que versar sobre personajes conocidos o hechos importantes, sino, más bien, su esencia se sitúa en la voluntad del escritor de transmitir los valores, el ritmo de vida, la cotidianeidad, de algún momento del desarrollo humano. Así, novelas como Manhattan Transfer, de John DosPassos (1896-1970), o Ragtime, de Edgar L. Doctorow (1931-2015), o El alienista, de Caleb Carr (1955), nos pintan con fuerza emotiva y con lujo de detalles la vida cotidiana en el New York de cambio de siglo diecinueve a siglo veinte. Son tres estupendas novelas históricas porque transmiten la vida de esa ciudad en esos años, más que porque en ellas aparezcan personajes conocidos (como el millonario Pierpont Morgan, o el político Theodor Roosevelt) en el fondo de las narraciones. Es la cotidianeidad del 1900 lo que las hace históricas.

De la misma manera, El señor presidente, de Miguel Ángel Asturias (1899-1974), es una joya como novela histórica porque transmite la vida en Guatemala en 1915-17, en los últimos años de la dictadura de Manuel Estrada Cabrera. El personaje principal, Miguel Cara de Ángel, tiene algo de la biografía de uno de los jóvenes cercanos al dictador, pero no es por ello que la novela es histórica, lo es por el retrato vívido que da de la Guatemala de aquellos años. También defiendo yo a La familia de Pascual Duarte, de Camilo José Cela (1916-2002), como novela histórica, porque es un retrato de la vida rural española en la primera mitad del siglo veinte. No tiene personajes históricos, pero tiene la vida de los campesinos con su idiosincrasia y sus dramas, y la historia somos los seres humanos anónimos.


Manuel Fernández-Molina

Profesor retirado de Historia, interesado en la europea, especialmente española. Actualmente docente de Historia Global en el Colegio Humanístico Costarricense, campus Coto.

Apuntes de ayer y hoy

3 Commentarios

Victor Valdez 26/03/2018

A pocos metros de tu ex-casa y escuchando la banda de la procesión de La Parroquia que pasa en la décima avenida te envío este mensaje. La foto adjunta al texto es elocuente y el texto mismo que ofrece más de lo que nos diste. Ya que el tema te apasiona podrías redactar una segunda parte o, mejor, hacer un breve opúsculo como tu «Historia del teatro» que, por cierto, acaba de ser relanzado en el Diario del Gallo. Creo que Pepe Millla, Pérez de Antón y otros autores del patio merecen más que una mención. No quiero cansarte y deseándole lo mejor me despido, por hoy.

Ingrid sosa 24/03/2018

Las novelas históricas me gustan porque me trasladan a esa época, me gusta que el relato esté conectado con lo que ocurría en el lugar en ese momento, es interesante saber cada detalle porque a mi parecer lo entiendo mejor.

    Manuel Fernández 25/03/2018

    Sí. Las novelas enriquecen mucho el momento en que que están stiuadas.

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