-Manuel Fernández-Molina / APUNTES DE AYER Y HOY–
Hoy vamos a conversar del teatro en Guatemala en los años inmediatamente posteriores a los terremotos de 1917-18, digamos hasta 1923. Como alguna vez he señalado, estos sismos destructores tuvieron un efecto positivo en el desarrollo de la dramaturgia guatemalteca, a pesar de haber sido catastróficos para el edificio del teatro de ópera con que contaba la ciudad de Guatemala, el Teatro Colón. Guatemala quedó sin una gran sala de teatro durante 60 años, hasta la inauguración del Teatro Nacional en junio de 1978.
El teatro que se dañó en 1917 era un bello edificio de mármol italiano que recibía con regularidad la visita de compañías europeas de ópera y de algunas compañías españolas de teatro. Era el sitio en el que durante 58 años (1859-1917) se entretenían la clase pudiente y la clase media urbana de Guatemala. Las comedias escritas y escenificadas por guatemaltecos no se presentaban en dicho edificio, sino que tenían que buscar el cobijo de algún patio de casa grande (que muchas había en la ciudad) o (si era época de verano) algún especio abierto en una plaza.
Los sismos de diciembre de 1917 y enero de 1918 fueron bastante concentrados en la capital, causaron la muerte de cerca de doscientas personas y destruyeron muchas construcciones que databan desde comienzos del siglo diecinueve. Pero esa destrucción puede verse desde la perspectiva de que resultó beneficiosa, ya que estuvo vinculada a la salida del dictador (abril de 1920) y también resultó positiva para el desarrollo de una actividad teatral escrita y hecha por guatemaltecos. Ya en abril de 1918 surgió el Grupo Artístico Nacional, compañía que nació del interés y el entusiasmo de los siguientes guatemaltecos: Jesús Unda, Alberto de la Riva, Augusto Monterroso, Guillermo Andreu, las hermanas Spillari y los hermanos de apellido Aragón.
El grupo comenzó haciendo sus montajes al aire libre o en el patio amplio de alguna casa que hubiera soportado bien el embate del terremoto y tuvo la buena suerte de que en 1919 un teatro/cine, El Renacimiento, se terminó de construir frente al dañado Teatro Colón, y en ese espacio se consolidó como una compañía de aficionados que logró un público fijo. Al comienzo, estos artistas se centraban en montajes de obras líricas ligeras y de comedias extranjeras, especialmente españolas, pero con el paso del tiempo comenzaron sus integrantes a hacer montajes propios, y Alberto de la Riva (1886-1956) se constituyó como el comediógrafo del grupo.
En 1921 (siendo presidente Carlos Herrera Luna) hubo algunos cambios favorables en la situación del quehacer teatral en la ciudad de Guatemala, debido a dos circunstancias. La primera, la conmemoración del centenario de la Independencia (1821-1921), para lo cual el Estado dio alguna subvención a los grupos de teatro: el Grupo Artístico Nacional, la Compañía Lírica Guatemalteca, y dos compañías de teatro infantil. La segunda circunstancia fue la reapertura del Teatro Variedades (octava calle entre tercera y cuarta avenida), que se llevó a cabo el sábado 3 de septiembre con la compañía Perrella, de zarzuelas. Era la primera empresa internacional que llegaba a Guatemala después de los terremotos, y esto causó tanto interés entre el público que las localidades se agotaron siempre con muchos días de anticipación.
Un acontecimiento interesante al comienzo de la década de los veinte fue que el dramaturgo Jacinto Benavente arribó a Guatemala en enero de 1923, apenas unas cinco semanas después de que había sido laureado con el Premio Nobel de Literatura. Llegó con la compañía de Lola Membrives, de Buenos Aires, en la que el escritor viajaba como dramaturgo de planta. Las principales obras que se presentaron fueron Más allá de la muerte, que había sido estrenada en Buenos Aires en agosto de 1922, y La malquerida. Además de las obras presentadas, el paso de Benavente tuvo otras relevancias. Una de ellas es que dictó unas conferencias, entre las que descolló «Las mujeres en la teatro de Shakespeare». Esta fue la primera vez que en Guatemala se tocó un tema de género en relación con la dramaturgia.
Pero lo más importante de Benavente en Guatemala fue que se reunió con los teatristas de guatemaltecos, y departió con todos los grupos de artistas en general. Hasta tuvo la idea de dar unos talleres de dramaturgia, y asistieron los aficionados a escribir teatro. De ellos deben destacarse a Manuel Zeceña Beteta (1862-1940) y a Rodolfo Gálvez Molina (1882-1936), quienes tuvieron una producción literaria de cierta trascendencia. A estos dos escritores los separaban veinte años de edad, y Zeceña ya había escrito algunas obras (como Sangre negra), además de ser profesor de Derecho Penal. Gálvez Molina (de 40 años cuando tomó el taller) era nuevo como autor de teatro. Benavente les dio un personaje real, de la Primera Guerra, sobre quien debían escribir situaciones: George Clemenceau. No se sabe como tituló Zeceña Beteta su creación, pero Gálvez Molina le puso de nombre ¿De verdad ruge el tigre?, en alusión al mote del político francés, «El Tigre». Para cerrar estas líneas, quiero mencionarles los títulos de otras piezas de Gálvez Molina: Diabluras del terremoto (comedia situacional), Corazón femenino (comedia) y El último vaso de vino (drama romántico). Esta última pieza fue montada en México por la compañía de Virginia Fábregas en varias temporadas, y fue muy aplaudida por la crítica seria (el diario El Excelsior la calificó de «tragedia existencial»).
Manuel Fernández-Molina

Profesor retirado de Historia, interesado en la europea, especialmente española. Actualmente docente de Historia Global en el Colegio Humanístico Costarricense, campus Coto.
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