Apropiarse de la «injuria» sistémica

Sergio Estuardo Castañeda Castañeda | Política y sociedad / EXPLORACIONES

Desde temprana edad tuve simpatía por varios personajes que transitan por esta existencia sin recatos puristas o sumisiones. Por esos que además de no circunscribirse, desde un acto de conciencia, dentro del estereotipo de individuo «normal» que el poder impone, tampoco tienen temor alguno por conducirse en la vida a su manera. Si de personajes históricos se trata, las biografías a las que me he acercado con cierta fascinación han sido las de aquellos que han subvertido el orden impuesto tanto por considerarlo sin sentido como por un impulso insaciable de tocar los bordes de la realidad y transgredir los cánones morales que reconocieron nocivos.

Por ello, en definitiva, es que en muchas ocasiones suelo llevarme bien y hasta entablar profundas amistades con personas que han logrado alejarse del molde impuesto y que no temen expresar lo que piensan. Siempre me llevé bien con «las malas influencias» quizá porque yo soy, dentro de esa lógica mojigata y conservadora, una «mala influencia». Por eso me resulta irritante la descalificación purista que muchos dan a otros por el simple hecho de llevar una vida alejada de los convencionalismos y la moral burguesa; hablo de esa constante estigmatización que ejerce buena parte de esta débil y mediocre sociedad que aún cree el ingenuo cuento de que seguir las normas cual autómatas los hace mejores personas.

Ahora bien, entendemos por injuria a la acción o expresión que busca ofender y lesionar la dignidad de otra persona a través del agravio, menoscabando su fama o atentando contra su propia estimación. A este punto vemos cómo el poder, desde tiempos remotos y con distintos dispositivos, ha buscado darle una connotación peyorativa a cantidad de términos para descalificar a individuos o grupos de personas que no se han circunscrito o han representado una resistencia para el orden imperante. Incapaces de respetar otras formas de ver el mundo, se ha estigmatizado a quien piense y actúe diferente a ese entramado de valores impuestos que el poder busca normalizar en la opinión general cual verdades «naturales». «Hereje», «comunista», «anarquista», «ateo» «bruja», «homosexual», «puta», «yonqui», etcétera son solo algunos ejemplos a este respecto.

La injuria sistémica es creada para mantener un orden de cosas mientras excluye, reprime, oprime, tortura y mata a quien no encuadre y se resista a la supuesta «normalidad natural». Tergiversa un concepto y lo desgasta hasta convertirlo, para la opinión general acrítica, en insulto. Así es como aunque no hay nada biológico ni orgánico que reduzca la definición de lo humano como estrictamente blanco, burgués y heterosexual estas características –más otras– hoy por hoy representan el patrón dominante del ser humano, y para quienes no encajen en esto es la injuria la que está a la orden del día.

El proceso de deconstrucción es un ejercicio constante que nos acorrala y confronta con nosotros mismos, que nos hace decidir entre la disyuntiva de encajar en la mal llamada «normalidad» como sujetos sujetados o, por el contrario, asumir desde un acto de conciencia nuestra peculiaridad y modo de vida, resistiendo a la normalización que sistemas de dominación buscan ejercer sobre nosotros. ¿Qué tal si nos apropiamos de esa supuesta injuria llevándola a nuestro terreno como la caracterización de una práctica, postura o conducta que hemos elegido tras hondas reflexiones y de la que no nos avergonzamos?

Apropiarse de un término que el sistema utiliza para descalificar y excluir y así, desde la inversión de la injuria, categorizarlo desde una postura contrahegemónica. Entonces aquel «insulto» nos lo apropiamos y lo identificamos como nuestra bandera de lucha. Se trata de reírnos a carcajadas y jugarle la vuelta a las artimañas de la moral burguesa y conservadora que sonríe victoriosa cuando en el campo de batalla que representa el lenguaje logra herirnos. Con suficientes dosis de fuerza, conciencia y estrategia es posible que el daño que antes nos representaba este u otro término utilizado peyorativamente lo tomemos y acariciemos para que ahora sea una especie de dispositivo que contraataque esos nocivos cánones morales y, por qué no, será una especie de pavoneo en nuestra carta de presentación, mientras el dedo señalador del conservadurismo se vuelve impotente.

Con el genial ejemplo que han dado quienes desarrollan la teoría queer pues precisamente el concepto «queer» proviene, en realidad, de un insulto del que se han apropiado como bandera de lucha, abrazando así nuevas formas de resistencia y nuevos dispositivos para ir desquebrajando los supuestos valores de todo un sistema de dominación en occidente. Levantad el culo del asiento y a organizarse, subalternidad injuriada, para desarrollar nuevas formas de subvertir al reaccionarismo…


Fotografía principal tomada de Pixabay.

Sergio Estuardo Castañeda Castañeda

Estudiante de ciencias sociales, escritor y explorador que ha concebido la indagación de diversos escenarios como parte fundamental en el proceso de aprendizaje. Vinculado a la realidad política y social a través de la participación en colectivos críticos urbanos. Consciente de la necesidad de expulsar ideas para abrirnos al diálogo, al debate, a nuevas formas de compartir aprendizajes e intentar llegar a pensar por nosotros mismos.

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