-Leonardo Rossiello Ramírez / LA NUEVA MAR EN COCHE–
Llegó el otoño a Suecia. Con las hojas caídas que juguetes del viento son, llegaron también las ilusiones de que, por una vez, el Premio Nobel (acá al menos conviene pronunciarlo adecuadamente: Nobél) no se vea envuelto en escándalos. ¡Ilusiones perdidas! Bécquer, violines de fondo, suspiros. Es que esto, que ya viene fatigando a la intelectualidad y al general público desde 1901, merece ser considerado morosamente, que es casi lo mismo que decir amorosamente.
El origen y el comienzo mismo del premio ya son como para tener in mente la palabra ”escándalo”: un mercader de la muerte enriquecido por haber creado centenares de mezclas explosivas y que prestó a la humanidad los mayores servicios determinó, en su testamento, que parte de su fortuna se destinara a premiar humanos que ”hubieran prestado a la humanidad los mayores servicios”.
Luego especifica: ”El total se dividirá en cinco partes iguales, que se concederán: una a quien, en el ramo de las Ciencias Físicas, haya hecho el descubrimiento o invento más importante; otra a quien lo haya hecho en Química o introducido en ella el mejor perfeccionamiento; la tercera al autor del más importante descubrimiento en Fisiología o Medicina; la cuarta al que haya producido la obra literaria más notable en el sentido del idealismo; por último, la quinta parte a quien haya laborado más y mejor en la obra de la fraternidad de los pueblos, a favor de la supresión o reducción de los ejércitos permanentes, y en pro de la formación y propagación de Congresos por la Paz”.
Muy noble, Nobel, esta manera de premiar tus servicios a la humanidad: por cada millar de muertos y mutilados en explosiones de granadas y obuses (o quizá más, que alguien saque la calculadora), cinco premios al año.
El primero de literatura se vio envuelto en un escándalo. En mi modesta opinión ningún autor, por entonces y por su obra ”en el sentido del idealismo”, merecía tanto el premio como el candidato más esperado: León Tolstoi. El inaugural premio, sin embargo, fue dado a un poeta francés. Ya asomaban dos constantes en la historia del Nobel: el eurocentrismo, que luego, con el vaivén de las potencias, degeneraría en anglosajonofilia, y el androcentrismo. Pocos recuerdan el nombre del primer premiado en 1901, pero resuena poderosamente el del ruso.
El escándalo no demoró en estallar, para usar una metáfora que de seguro habría agradado a Alfred Bernhard Nobel: no menos de cuatro decenas de escritores, críticos literarios y artistas estamparon sus firmas en una famosa protesta. Son legiones aquellos que merecieron el premio pero no se lo dieron. Baste mencionar el caso de Zola, desatendido por no haber sido su obra considerada en el «sentido idealista».
Desde entonces los premios han continuado suscitando protestas, polémicas y escándalos. No puede entenderse cómo Gabriela Mistral, con todo mi respeto por su obra social, entre todos los poetas, pudo ser premiada en 1945. O el caso de Churchill, premio Nobel de Literatura en 1953, para no mencionar el bochornoso penúltimo de literatura, otorgado esa vez a un músico. Como tantos otros, hombre, blanco y anglosajón, alguien que no se dignó a responder cuando fue premiado y que a las cansadas, luego de cobrar sus ocho millones de coronas, despachó un discurso (su potencia literaria por lo visto no le permitió nada mejor) que fue un plagio.
Una vez, lo pongo como para salpicar el anecdotario de premios a hombres anglosajones, recuerdo que adjudicaron el Nobel de la Paz a un consejero de la administración norteamericana, fuerte aliado de Augusto Pinochet. Y no ha mucho, a un presidente recién instalado de los Estados Unidos que ordenó innumerables bombardeos en otros países y expulsó del suyo a más de tres millones de mexicanos. En el discurso de agradecimiento habló, sobre todo, de la guerra. Sabía sonreír.
Este año el premio en Literatura fue también para un hombre, amarillo (me curo en salud: si ”blanco” no es racista, espero que ”amarillo” tampoco lo sea) y… sí, adivinaste: ¡anglosajón! ¿Cuántos premios Nobel fueron para hombres anglosajones? En Literatura, 25; en lengua inglesa, 27. China, con una quinta parte de la población mundial, tiene dos (hombres, sí).
Y en Física, cuántos hombres recibieron el premio? Menos dos mujeres, todos. Anglosajones, 112.
Así podríamos continuar, analizando cifras y considerando la palabra ”humanidad” que está en el testamento de Alfred Nobel, y otras cuestiones de representatividad. Por ejemplo, la población sueca, una fracción insignificante de la población mundial, tiene ocho premios Nobel de Literatura. Una performance per cápita notable. Ningún país del mundo tiene tantos genios literarios como la patria del mercader de la muerte. ¿Y en otras categorías? Pues nada menos que 25. Es un país de genios, qué duda cabe.
Este año, puestos a hablar, si no de escándalos, de asombros, dos dieron la nota. Comencemos por el premio Nobel de Economía (que, veamos, en realidad no existe. No está en el testamento de Alfred Nobel y se llama ”a la memoria de Alfred Nobel”). Considerando que había pocas mujeres representadas en el historial, el comité resolvió adjudicarlo a un hombre. Blanco. Anglosajón. Parece que el comité se puso de acuerdo en que la Economía no es una ciencia exacta, de manera que se resolvió esta vez no premiar a la economía matemática, sino a la psicológica. Así lo expresa la motivación. El premio fue para un humano que describió comportamientos humanos a la hora de tomar decisiones económicas. Francamente ingenioso. Chapó.
El segundo asombro proviene del premio Nobel de Física. Miles de personas trabajaron en el estudio de las ondas gravitacionales, pero el premio fue para uno solo. Esta vez hombre, blanco y anglosajón, que conviene variar un poco. Por lo menos el galardonado tuvo el buen gusto de comentar el hecho y considerar que todos ellos debieron de recibir el premio.
Pero basta de apremios a los fallos del premio. También hay que considerar que las celebraciones en Estocolmo, discursos y banquete, constituyen siempre un acontecimiento mediático, ditirámbico y en cierto sentido brutal. Lo adornan representantes de más de la mitad de la humanidad. Hay que ver sus hermosos vestidos.
Leonardo Rossiello Ramírez

Nací en Uruguay en 1953 y resido en Suecia desde 1978. Tengo tres hijos, soy escritor y profesor en la Universidad de Uppsala.
4 Commentarios
«…merece ser considerado morosamente, que es casi lo mismo que decir amorosamente.»
¿Tu crees que «amoroso» es alguien que no se atrasa con sus deudas?
Buen artículo Don Leo, ya ves cómo son las casualidades de la vida…blancos y anglosajones…
Confiemos que llegará el día en que las cargas se repartirán mejor, pero quién sabe cuánta agua correrá bajo el puente para que las oportunidades de educación, de formación y de investigación – de alimentación!! – sean las mismas a lo largo del mundo. Probablemente entonces veamos un abanico de colores diferente al blanco en los famosos premios…
Tal cual. Buenísimo lo de La Nueva Mar En Coche .
Excelente, como siempre.
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