-Sergio Estuardo Castañeda Castañeda / EXPLORACIONES–
Desde muy pequeño hubo algo de la autoridad y del orden impuesto que no me agradaba. No llegaba ni a una década de edad y tenía una fuerte tendencia hacía todo aquello que de alguna u otra forma corrompiera ese orden. Claro, a esa edad y dentro de un contexto como el de de la urbe guatemalteca –donde la moral cristiana impera– me atormentaba un poco esa inclinación hacia, supuestamente, “el mal”. Pero cierto es que me causaban risa muchos de los convencionalismos sociales que ejercían, con burda solemnidad, parientes y vecinos. Eso sí, por privilegio clasemediero y convicción de mis viejos habían muchas letras en casa; yo le entraba a la poesía clásica y a alguno que otro texto del boom latinoamericano. Mientras tanto, mi hermana y su mejor compadre, llenaban las tardes de rock and roll y sus respectivas fachas me despertaban una curiosidad agradable.
Pero el contexto es más allá que la casa de cada quien. Así que en el colegio y en la calle, ya entrando en la adolescencia, el clasismo era moneda corriente y la búsqueda de la mayoría de aquellos con los que compartía era saciar su avidez de novedades a través del consumo, la adquisición de cosas y el estatus social. El carro es un objeto de culto en esos medios de la clase media aspiracional. Vaya si resistirse a todo ese vértigo, con el bombardeo mediático constante, resulta difícil. Yo diría, sin temor a equivocarme, que muchos compañeros de aulas tenían fuertes tendencias a la desobediencia y a la inconformidad ante una sociedad domesticada –que es reprimida pero que al mismo tiempo, remprime–, pero fue la corriente la que tuvo más fuerza y hoy por hoy conciben como natural su rutina y como inmutable su posición de ciudadano indiferente ante las demandas masivas de hambre y miseria, por ejemplo. El doble discurso se ha enraizado en sus subjetividades.
Así es que para los últimos años del colegio la disyuntiva para este servidor no pasaba por elegir entre una discoteca con reguetón o un bar bohemio con rock and roll. Y es que a la larga, el aprendizaje está a la orden del día tanto en ambientes burgueses como en cantinas y lugares clandestinos (con obvias diferenciaciones), y, dicho sea de paso, en mis momentos más, digamos, misántropos, me he aburrido de la gente que frecuenta esos respectivos y diversos lugares. Porque para los que si bien somos fiesta pero en paralelo neuróticos, a veces lo que irrita es la gente, afín o no, así de simple. Además no hay que ser un genio para reconocer que también en esos lugares bohemios las prácticas pequeño burguesas brotan por doquier. Entonces, la disyuntiva, en realidad, pasaba por el hecho de elegir una “felicidad” sujetada y todo lo que Hollywood ofrece o una angustia emancipadora.
Para ese entonces me sucumbía en algunas lecturas de filosofía e historia, diversas exploraciones y calle, mucha calle. La elección, no del todo consciente en aquel momento, fue inclinarme por la indagación de la realidad hasta sus bordes y por agotar el campo de lo posible intensamente. Para ello no habría otra más que trascenderme e intentar pensar por mí mismo, cosa que no lograría más que intentando caminar fuera de los convencionalismos y paradigmas. Tocaría el constante ejercicio de emanciparse con todas las angustias y autoconfrontaciones que eso conlleva. Nada más que eso de tropezar y reconocer que en el fondo del fondo; no hay fondo alguno.
Esa actitud, lo supe muy pronto, no tiene más justificaciones. Cierto es que siempre hay riesgos de inconsecuencias pero también oportunidades de aprender de ellas y sobrepasarlas. Por supuesto, tampoco es mentira que al abrirse a nuevas experiencias hay de todo y a veces se choca contra el suelo, pero vaya si no existen diversos aprendizajes, perspectivas y placeres tradicionalmente no pensados, o que al menos yo no imaginaba. Pensar que todo puede ser de otra forma y que no hay nada biológico en nosotros que nos lo impida es una de las premisas, junto al cuestionamiento de nuestra realidad, para ir deconstruyendo todos los paradigmas que nos han impuesto sistemáticamente y que estandarizan nuestra vida y reducen el abanico de posibilidades que es la existencia misma. Es, apostar por ir más allá.
Sergio Estuardo Castañeda Castañeda

Estudiante de ciencias sociales, escritor y explorador que ha concebido la indagación de diversos escenarios como parte fundamental en el proceso de aprendizaje. Vinculado a la realidad política y social a través de la participación en colectivos críticos urbanos. Consciente de la necesidad de expulsar ideas para abrirnos al diálogo, al debate, a nuevas formas de compartir aprendizajes e intentar llegar a pensar por nosotros mismos. Ante el devenir de la historia, apuesta por reconocer que nada es inmutable y que todo puede ser de otra manera, incluso, dentro de la sociedad rígidamente establecida en la que estamos inmersos. Concibe que toda emancipación tiene como premisa la confrontación de sí mismo y hasta cierta incomodidad, pero que la satisfacción que le sucede lo vale. Por lo que cree que en paralelo a las lecturas y a la formulación de argumentos debe ir la calle y el rock ‘n roll como método abarcador de conocimiento, ya que la realidad trasciende los claustros.
Un Commentario
¡Buen artículo!
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