Carlos Figueroa Ibarra | Política y sociedad / LA TRAVESÍA DEL SALMÓN
Debo confesar que la muerte de Álvaro Arzú Yrigoyen me conmovió. Nunca lo conocí, a no ser por las noticias, como le sucedió a muchos ciudadanos comunes y corrientes. Esto fue lo que me sucedió el viernes 27 de abril de 2018, cuando me enteré de su inesperada muerte. Fue figura relevante para la vida política nacional, el expresidente y cinco veces alcalde de la ciudad de Guatemala. Y puede agregarse, sin titubeos, que se volvió una figura icónica para la derecha del país. La muerte lo sorprendió cuando las investigaciones de la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (Cicig) le pisaban los talones con una investigación acerca de campaña electoral anticipada, contratación irregular de servicios en las elecciones de 2015 y la existencia de dos plazas fantasmas otorgadas al tenebroso Byron Lima Oliva. La Cicig le picó la cresta a ese hombre de combate que siempre fue Arzú. Ciertamente sus combates siempre contaron con la complacencia del establishment. En marzo de 2018 los magistrados de la Sala Tercera de la Corte de Apelaciones decidieron mantener la inmunidad del controversial alcalde. Pero fue vox populi que al momento de su muerte Arzú se había convertido en un pivote sustancial para el desgastado presidente Jimmy Morales. Su deceso interrumpió las especulaciones en las redes sociales con respecto a que se estaba fraguando un golpe contra la Cicig en el contexto del feriado del 1 de mayo. Se especulaba, no sé con cuanto fundamento, que ese golpe implicaba la expulsión de su comisionado Iván Velázquez.
La añoranza oligárquica
No cabe duda que Álvaro Arzú tuvo un proyecto político que fue más allá de ser el edil de la ciudad más importante del país. Lo muestra el discurso que pronunció ante el Club Rotario de Guatemala en el Hotel Westin Camino Real, el 10 de septiembre de 2010. Recuerdo que, al leerlo, me pareció una pieza oratoria de gran importancia porque era diáfana representativa del pensamiento de la derecha, y particularmente de la derecha en Guatemala. Para los lectores interesados, aquí pueden ver el discurso del que hablo. Lo interesante del discurso pronunciado por Arzú es que las ideas que expresó en aquel momento, lo evidenciaban como portavoz orgánico del pensamiento de la derecha y de la oligarquía guatemalteca. Este se ha nutrido en gran medida del clasismo, racismo y cultura del terror heredados de la época colonial, el culto al mito del hombre fuerte que ordena al país, del autoritarismo como cultura política heredada de las dictaduras liberales. He aquí la nostalgia reaccionaria por la época de Ubico que el alcalde capitalino y su equipo mostraron con hechos y decires. El pensamiento de la derecha guatemalteca se nutrió del conservadurismo católico, luego del anticomunismo que se difundió en el mundo desde el triunfo de la Revolución soviética en 1917 y posteriormente con la Guerra Fría. Me parece que el personaje representativo de tal corpus ideológico fue el líder del Movimiento de Liberación Nacional, Mario Sandoval Alarcón, de quien se pueden decir las peores cosas, menos que fue un hombre sin convicciones. Por el contrario, las tuvo y muy sólidas. Nada similar a los políticos de hoy en día que cambian de partido y discurso como si se cambiaran de ropa interior. En los años ochenta del siglo XX, una parte sustantiva de la derecha se fue modernizando, porque al fundamento clerical y anticomunista le agregó el pensamiento neoliberal. Esto fue lo que sucedió con ARENA, el gran partido de la derecha salvadoreña, en la transición de Roberto D’Abuisson a Alfredo Cristiani.
Advertí en el discurso de Álvaro Arzú un intento de recoger las ideas centrales del pensamiento anticomunista del mal llamado liberacionismo. En primer lugar, una nostalgia por una Guatemala que él evocaba y que nunca existió: una época de seguridad total, de familias unidas y respetuosas de Dios y de la autoridad, de aversión a la violencia y lucha constante por erradicarla. En esa idílica época, los guatemaltecos éramos dueños de Guatemala y las potencias del mundo nos respetaban y no se metían en nuestras vidas. Y algo muy importante, era una época en la que «no se discutían las decisiones que favorecían a la mayoría de las personas». En el imaginario de la derecha, hoy recogido por Arzú, ese paraíso fue destruido por las diferencias ideológicas y la guerra civil que vivimos. Según Arzú, para fortuna de Guatemala, durante su gobierno, él pudo resolver temporalmente la situación con los Acuerdos de Paz culminados en 1996. Desgraciadamente ese camino correcto fue abandonado cuando él dejó la Presidencia de la República en el 2000. Desde entonces, los traidores de siempre, persiguiendo intereses personales y sectoriales, echaron a perder ese inicio fresco y noble y provocaron una década perdida. En el imaginario de Arzú esa década era similar al «estado natural» que planteó Thomas Hobbes en su libro El Leviatán: se vivía una situación de caos y anarquía, de guatemaltecos atrincherados en sus casas, de falta de respeto absoluta a la autoridad, de acostumbramiento a la violencia. Y Arzú agregaba que en esa década perdida nos vendieron el espejito de la libertad, la democracia y los derechos humanos. Para Arzú, la democracia y el respeto a los derechos humanos nos trajo una época de anarquía, enfrentamientos, parálisis social y crimen que ha sustituido al poder. En el planteamiento de Hobbes, el caos y la anarquía del «estado natural» se resolvió cuando todos los hombres delegaron en alguien la función de soberano. Ese acto democrático fue el primero y el último, porque a partir de entonces los hombres prefirieron ceder su libertad para no vivir en la anarquía. En el fondo, Hobbes legitimaba con su pensamiento la necesidad del absolutismo.
Autoritarismo y neoliberalismo
¿Qué es lo que pretendía Arzú con aquel discurso de septiembre de 2010? De manera incongruente atacaba a la democracia y el respeto a los derechos humanos, cuando fueron parte de las bases de los Acuerdos de Paz que terminaron con el sangriento conflicto interno abierto por el anticomunismo en 1954. ¿Acaso pretendía que los guatemaltecos hicieran una versión local del pacto hobbesiano? Pareciera que sí y que su planteamiento reciclaba el culto liberacionista del autoritarismo reaccionario, que se plasma en una nostalgia vergonzante por la época de Ubico. Hobbes en su gigantesca obra intentó legitimar la necesidad del monarca absoluto. Arzú en un discurso superficial, acaso buscaba legitimar la necesidad de un dictador que nos salvara del caos que vivíamos y nos llevara nuevamente a esa Guatemala que él añoraba y que, reitero, nunca existió.
Fue Arzú Yrigoyen, para decirlo en términos weberianos, el tipo ideal de la derecha oligárquica guatemalteca. Consciente de su linaje y raíces criollas, cultivó la añoranza colonial como lo demostró la parafernalia observada en el carruaje, caballos y atuendos de los que condujeron su ataúd en Antigua Guatemala. El espíritu criollo lo expresó bautizando con el nombre del dictador conservador Rafael Carrera a uno de los pasos a desnivel de la capital del país. La continuidad colonial en la reforma liberal, la manifestó nombrando con el de Jorge Ubico otro de esos pasos. Buena parte de su decires y haceres fueron expresión vergonzante –el discurso oculto como diría James C. Scott– de la ideología y práctica racista y clasista que anima a la clase dominante de Guatemala. Nacido en las filas del anticomunismo del Movimiento de Liberación Nacional (MLN), justo es decir que Arzú supo combinar dicha ideología –eufemismo que sirvió para defender el orden oligárquico desafiado por la Revolución de 1944– con una modernización a través del neoliberalismo. Su gobierno significó el tránsito decidido hacia el orden neoliberal una vez finalizado el conflicto armado interno con los Acuerdos de Paz de 1996. Supo asesorarse de mentes lúcidas, entre ellas la de Gustavo Porras Castejón, para avizorar que una nueva época había nacido, la de la posguerra fría, y que Guatemala tenía que adentrarse en ella.
Muertos Ríos Montt y Arzú, la derecha ha perdido en el mes de abril a dos de sus adalides más importantes.
Carlos Figueroa Ibarra

Sociólogo. Profesor investigador en el Posgrado de Sociología del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la BUAP. Actualmente secretario nacional de Derechos Humanos, Comité Ejecutivo Nacional de Morena.
2 Commentarios
Es acaso usted el hombre que ha entregado la vida por el teatro en Guatemala? No lo se, pero si es así, y aunque no lo fuera, agradezco su comentario. Por otro lado le confieso con humildad y sinceridad que para la cosa literaria, yo soy solo un niño. Gracias!
Alvaro Arzu, despues de 20 años en la Alcaldia Capitalina, logro paliar los ejes del transporte urbano, fiel copia del transporte en Colombia…Sus jardines se han mantenido adornando la ciudad…En las elecciones generales gano la de Alcalde de la Capital, escogiendo a sus contrincantes, con bajo perfil, de esa cuenta un Secretario de la AEU, es trabajador de TU MUNI…trato a la Prensa como quiso…haciendo suya el mote…A la Prensa se le Pega o se le Pega…
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